La derecha chilena obtuvo su primera victoria en las urnas en más de medio siglo de la mano del multimillonario Sebastián Piñera, que este domingo ganó como era previsible la presidencia en segunda vuelta con el 52 % de los votos y cuatro puntos de diferencia sobre su rival, el democristiano Eduardo Frei.
Se cierra así el ciclo de la Concertación, la coalición de centro-izquierda que ha estado en el poder desde el fin de la dictadura militar en marzo de 1990. Se trata, pues, de la primera alternancia en el poder desde que los chilenos se sacudieron el yugo del general Augusto Pinochet, que ha mostrado a Chile como una democracia sólida, la que más probablemente en América Latina junto a Brasil, muy lejos de la «diarquía» argentina, el indigenismo boliviano o el caudillismo marxista de Hugo Chávez.
Luego de dos presidentes democristianos y otros dos socialistas, uno de ellos la primera mujer jefe de Estado en la historia de Chile, la Concertación del arco iris deja el poder con los deberes hechos y «la frente muy alta», según ha afirmado el ex mandatario Ricardo Lagos. Pero surge una pregunta: ¿sobrevivirá esa coalición originalmente con dieciséis partidos disímiles que hicieron virtud de la necesidad común de echar al dictador, pero que se ha deteriorado tras dos décadas como fuerza chilena hegemónica en el ejercicio del poder?
La insistencia en la candidatura del ex presidente democristiano Eduardo Frei, la derrota de éste y el desgaste interno sugieren que la fórmula política puede estar agotada y que cuanto menos hace falta una renovación.
Los dirigentes de la Concertación, comenzando por el propio Lagos, no deben lamentarse por la derrota pues de ellos es la culpa al haberse obstinado con una «candidatura ladrillo» y conservador dentro de la Concertación como la de Frei. Se impuso una decisión del cogollo en lugar de definir la candidatura mediante elecciones primarias, como se veía reclamaba desde abajo.
Los otros dos candidatos presidenciales chilenos de la primera vuelta –Marco Enríquez-Ominami (ex socialista) y Jorge Arrate (comunista)— son desgajes de la Concertación. Especialmente dañina fue la disidencia del treintañero Enríquez-Ominami, cuya candidatura restó mucha fuerza a la Concertación pues como independiente logró un 20%. Arrate obtuvo otro 6% en la primera vuelta celebrada el pasado 13 de diciembre.
La derrota estaba pues cantada y no ha sido más severa por todo lo hecho por la presidenta saliente, Michelle Bachelet, y su gobierno, así como por la circunstancia de que Enríquez-Ominami finalmente se avino a pedir el voto para Frei en esta segunda vuelta. El «empate técnico» que proclamaban algunas encuestadoras nunca existió. Tampoco Bachelet pudo endosar al candidato oficialista su enorme apoyo popular, que alcanza un 80%, lo que representa una clara advertencia para el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva que con un caudal de apoyo popular tan gigantesco trata de sacar adelante la candidatura a las elecciones de octubre próximo de su actual brazo derecho, la ministra Dilma Rousseff, producto de un escogimiento a dedo, igual que el de Frei en Chile.
Piñera, de 60 años, aporta, entre otras cosas, su experiencia como empresarios exitoso. No tiene un pasado pinochetista, aunque sí bastantes de sus acólitos políticos. Apuesta por el cambio, llama a la conciliación y los acuerdos, no quiere hacer tabla rasa, proclama la fortaleza y madurez de la democracia chilena a cuyo nacimiento él contribuyó como pudo, habla de honestidad y de trabajar con «sentido de urgencia, de meritocracia más que de asistencialismo, de un «estado fuerte y eficiente» y apuesta por el crecimiento económico y el empleo. En los asuntos sociales se muestra conservador, en una sociedad como la chilena bastante rancia. Defiende «firmes y sólidos valores» sobre la «vida y la familia» que en sociedades avanzadas le harían aparecer como muy «carca».
Francisco R. Figueroa
franciscrfigueroa@hotmail.com
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