Muere Caldera, el facilitador de Chávez

Rafael Caldera aseguró reiteradamente que en sus manos no se perdería la República, pero la dejó cautiva del caudillo Hugo Chávez, que gracias a él conquistó el inmenso poder que aún hoy conserva.

El por dos veces presidente de Venezuela [1969-74 y 1994-1999], diputado, senador, jurista, sociólogo y académico, muerto en la cama de su casa en Caracas el pasado 24 de diciembre con 93 años, fue un demócrata porfiado y un cristiano convencido, pero pecó de vanidad y quizás también de soberbia. Dicen que hasta sus nietos en lugar de «abuelo» le llamaban «presidente», incluso en familia.

El vibrante y lírico testamento político de Caldera es revelador. En ese documento, conocido tras su muerte, se despacha sin nombrarlo contra Chávez, quien siempre le pagó con el desprecio más absoluto. Con otro gobernante en lugar de Caldera, Chávez posiblemente fuera hoy un lamentable recuerdo de militar golpista, como el coronel español Antonio Tejero o el argentino carapintada Mohamed Ali Seineldín.

Partero del sistema democrático nacido en Venezuela tras la caída, en 1958, del dictador Marcos Pérez Jiménez (la democracia nació en su propia quinta caraqueña, llamada Punto Fijo), Caldera era virtualmente una reliquia cuando Chávez capitaneó en 1992 una sangrienta intentona golpista por motivos espurios contra el gobierno legítimo de Carlos Andrés Pérez.

Relegado por sus delfines del liderazgo del partido socialcristiano Copei —fundado por él en 1946l—, Caldera vegetaba entonces en su escaño de senador vitalicio que le correspondía por haber sido jefe del Estado.

Mientras todos los dirigentes venezolanos dejaban de lado sus múltiples pendencias para cerrar filas en defensa de la amenazada democracia, representada por el presidente Pérez, Caldera, en una sesión extraordinaria del Parlamento, alzó despechado su voz para justificar las causas de aquel alzamiento militar, lo que le valió el reconocimiento de los descontentos.

Con la televisión transmitiendo en vivo, Caldera manifestó que el pueblo no salió en defensa de la libertad porque la democracia no había evitado que hubiera hambre ni una exorbitante subida de los precios o una corrupción rampante. Pidió a Pérez la rectificación política inmediata y profunda que el país reclamaba y afirmó que aquella intentona golpista era mucho más que la aventura de un puñado de militares ambiciosos y se debía a una situación grave en el país. Pocos meses después fracasó otro alzamiento.

Con la nación sumida en su peor crisis institucional en décadas, la democracia desacreditada, los viejos partidos desmoronándose, el prestigio de las instituciones por el piso, las finanzas quebradas, el precio del vital petróleo en mínimos y el país dividido, Caldera resultó en las elecciones de 1993 el principal beneficiario de la debacle nacional y las dos asonadas militares de 1992.

En unas elecciones que tuvieron el 40 % de abstención, Caldera ganó las presidenciales con el 30% de los votos, equivalente al 17% de todos los venezolanos mayores de 18 años, apoyado por un grupo de pequeñas fuerzas políticas disímiles, lo que pone de evidencia la precariedad política con que llegó nuevamente al poder casi octogenario, sin energías políticas ni vitales para unir al país.

Dos meses escasos después haber asumido la presidencia Caldera sobreseyó la causa que contra Chávez y otros militares felones seguía una corte marcial. Esa era su intención al menos desde que la noche de su triunfo en las urnas, arropado sobre todo por sus socios de la izquierda, habló con el encarcelado Chávez por un teléfono celular.

Se han dado varias razones sobre el porqué: para garantizar la gobernabilidad; por la necesidad de apaciguar a la dividida milicia; por la conveniencia de alcanzar la reconciliación nacional; ante la creencia de que Chávez en la cárcel era un mártir con la popularidad en crecimiento, pero en la calle sería prontamente olvidado; porque le debía el retorno a la presidencia.

Sea lo que fuere, Caldera cometió un grave error pues de haber propiciado una rápida condena seguida de la amnistía, Chávez y los demás militares golpistas, muchos de los cuales formarían el núcleo duro de su gobierno, hubieran quedado proscrito de por vida para aspirar a cargos públicos.

Lejos de quedar olvidado en la calle, Chávez se lanzó desde el primer día a la conquista del poder, esta vez sin recurrir a las armas. Ni Caldera ni nadie fue capaz de neutralizarlo ni mucho menos los viejos partidos para entonces hechos trizas. Simplemente corrió en una impresionante e incansable galopada que acabó cuando cinco años después, en febrero de 1999, se enjaretó la banda presidencial con un gesto de desprecio hacia su predecesor. «Haga usted lo que quiera», le respondió Caldera, que abandonó la investidura de Chávez y salió rumbo a la historia por una puerta del fondo.

En su testamento, Caldeara califica al régimen de Chávez de «autocracia ineficiente» y convoca a «detener el retroceso político» de Venezuela, a luchar «por la libertad y la democracia». Dice Caldera: «Es necesario retomar hoy esa lucha para sacar a la República del triste estado en que la ha sumido una autocracia ineficiente. Es preciso detener el retroceso político que sufrimos y poner remedio a la disgregación social. (…) Vemos en la América Latina la propaganda de nuevas manifestaciones de socialismo, que sólo han traído dictadura y miseria allí donde han sido gobierno, como en la hermana nación cubana. (…) El instinto certero de las masas desconfía de la revolución sin libertad, de la revolución que menosprecia la libertad, de la revolución que amenaza con extinguir la libertad. Porque la libertad, si no significa por sí misma la plenitud de la liberación, es el presupuesto de la liberación, es el instrumento para obtenerla».

La importancia de Caldera en la moderna historia Venezuela es harto conocida. El papel que sin darse cuenta jugó —quizás llevado por una gran soberbia y el empeño en volver a ser presidente de Venezuela— en el triunfo de Chávez ha salido a la luz tras su muerte. El autor de este blog vivió todo ese largo proceso en directo, en Caracas y ya escribió sobre ello en su día, sobre todo durante las elecciones de 1998 y la sucesión presidencial de 1999.

Caldera se ha ido a la tumba sin los homenajes que le correspondía como el jefe de Estado que fue en dos ocasiones porque no quería recibirlos del régimen chavista. Cuando la familia de Caldera comunicó el último deseo al Gobierno, probablemente hubo un suspiro de alivio. A partir de ahí, y sin homenajes, el sector oficialista venezolano ha guardado silencio.

Muerto Caldera, Venezuela tiene vivos, pero en avanzada edad, otros dos ex presidentes: Carlos Andrés Pérez, con 86 años, enemigo jurado de Chávez y viviendo en el exilio, y Ramón J. Velázquez, con 93, un intelectual que ocupó la jefatura del estado transitoriamente y con escasa significación. Chávez los considera a todos genuinos exponentes de la viaja clase corrupta de la Cuarta República que él enterró.

Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@gmail.com

3 comentarios:

Unknown dijo...

Andá a buscar a tu madre al prostíbulo, fascista vende patria. Viva el comandante Chavez y la revolución bolivariana. Muerte a los oligarcas cipayos del imperio!!!

Francisco R.Figueroa dijo...

Me encantan los revolucionarios como usted porque la forma de expresarse les retrata. Muy agradecido por su soez comentario.

Unknown dijo...

Elegante respuesta. El primer comentario se descalifica sólo, y se pinta de cuerpo entero.