A 36 años del golpe del general Augusto Pinochet, 20 de la recuperación de la democracia y justo cuando la derecha supuestamente «despinochetizada» está en situación de retornar al poder, Chile anda a las vueltas con sus fantasmas. Es la casa de los espíritus en estado puro ante las elecciones del próximo domingo.
De una manera u otra en plena calenturón electoral han sido paseados los cadáveres del cantautor Víctor Jara y el ex presidente Eduardo Frei Montalva, ambos asesinados por la dictadura en diferentes circunstancias, el primero en 1973 a tiros tras tormentos horribles y el segundo en 1982 envenenado en la cama del hospital donde había sido operado. Salieron también a relucir algunos muertos célebres como los omnipresentes Salvador Allende y Augusto Pinochet o padres de celebridades como el líder «mirista» Miguel Enríquez y el general Alberto Bachelet, así como otros con menos notoriedad.
La descomunal represión y la dictadura de Pinochet proyectan sus largas y siniestras sombras sobre el presente y parecen usadas como arietes contra el cantado retorno al poder de la derecha, de la mano de Sebastián Piñera, un multimillonario sin filiación pinochetista. Pasa como en España donde al cabo 70 años del fin de la Guerra Civil y casi 35 del entierro del general Francisco Franco aún quedan muertos dando vueltas por conveniencias políticas.
Las encuestas de intención de voto pronostican que Piñera [60 años], al frente de los partidos de derecha, obtendrá un 44% de los sufragios. Frete a él aparece con un 31% el democristiano Eduardo Frei Ruiz-Tagle [67], un ex mandatario en busca de una reelección casi imposible e hijo del asesinado Frei Montalva. El tercero en discordia con 18% es Marcos Enríquez-Ominami [36], hijo de otro muerto célebre, el líder del MIR, Miguel Enríquez, caído frete a las fuerzas de seguridad de Pinochet en 1974, hijo adoptivo del notorio socialista Carlos Ominami, esposo de la celebridad mediática Karen Doggenweiler y, si el camino no se le tuerce, llamado a ocupar la Casa de la Moneda no por estas elecciones sino posiblemente tras las siguientes, en el 2014.
Todo indica que habrá una segunda vuelta, el 17 de enero próximo, en la que, siempre según las últimas encuestas, Piñera, dueño de la aerolínea LAN y con una fortuna estimada en 1.200 millones de dólares, se convertirá, por un 49% a un 32%, en el quinto presidente chileno de la era democrática iniciada a fines de los años ochentas del siglo pasado cuando el pueblo derrotó al régimen militar de Pinochet con sus propias armas después de 17 años de dictadura. Piñera compite por segunda vez, después de que cuatro años atrás caer por las justas ante Michelle Bachelet en unas elecciones marcadas por una abúlica normalidad.
Cuando Piñera se perfila como ganador de las elecciones, a menos de una semana de que sean abiertas las urnas y a los 27 años de su muerte, un juez mandó prender a los seis responsables del asesinato del ex presidente Frei Montalva (1964-1970), líder conservador, instigador del cruento golpe de 1973 y luego núcleo del primer conato de oposición organizada al despiadado régimen militar, lo que le costó la vida.Eso levantó las suspicacias y ha sido visto como una maniobra que favorable al retorno de Frei hijo al sillón presidencial.
El ex gobernante responde diciendo que esas acusaciones son de «una bajeza impresionante». Pero se fue con un nutrido grupo de partidarios y dirigentes afines a la tumba de su padre en un acto de fuerte contenido político y, por tanto, electoral.
Ha habido también una necrófila exhibición en la recta final de la campaña electoral de los restos de Víctor Jara, exhumado en junio pasado. Después de varios días de homenajes y velatorios ha acabado de nuevo en el cementerio General de Santiago al cabo de 36 años, esta vez en olor de multitudes. Jara fue una víctima de esa derecha —o de sus herederos políticos— que ahora busca el retorno al poder de la mano de Piñera. Como gran símbolo de la represión «pinochetista», su segundo entierro tiene un enorme peso en votos en un país con un electorado envejecido.
Llama la atención que mientras Frei hijo fue presidente (1994-2000) evitó investigar el asesinato de su progenitor, aunque la familia presumía de que había sido envenenado. No tuvo el coraje personal ni las agallas políticas. Por el contrario, puso todo su empeño para conseguir que Pinochet no fuera extraditado por Gran Bretaña a España para rendir cuentas ante el juez Baltasar Garzón por sus múltiples crímenes de lesa humanidad. Estos son hechos. A Frei hijo siempre se le notó, más que otros dirigentes políticos chilenos, el sable del general en el pescuezo.
Ahora se jacta de que en Chile la justicia tarda, pero llega.Aunque las fuerzas civiles que anduvieron con Pinochet y sus herederos estén ahora detrás de la candidatura de Piñera, éste nada tuvo que ver con la dictadura. Al menos nada le han podido achacar, salvo que siendo senador de la derecha fue uno de los que trató de dar, en 1995, carpetazo al pasado dictatorial. El padre de Piñera fue gran amigo de Frei Montalva. El propio Piñera se unió en la transición a la derechista Renovación Nacional porque la Democracia Cristiana no le quiso en sus filas, en sus aspiraciones de convertirse en senador. En el plebiscito de 1988 se había decantado contra Pinochet, como hizo el arco iris de fuerzas democráticas que doblaron el brazo al general en su proyecto de perpetuarse en el poder y abrieron el camino a la coalición Concertación Democrática que ganó las elecciones de 1989 y ha gobernado hasta ahora alternándose democristianos (Patricio Aylwin, primero, y Frei hijo después) con socialdemócratas (Ricardo Lago seguido por Michelle Bachelet).
Agotada y descompuesta, la Concertación sale virtualmente rota de estas elecciones o con poca vida por delante, salvo que Bachelet, que tiene un 80% de aprobación popular, y Ricardo Lagos fueran capaces de pilotar una reconversión, que sería vista como más de lo mismo. De hecho, Enríquez-Ominami es producto de una fractura del Partido Socialista de Bachelet y Lagos del que salió por la negativa a celebrar elecciones internas para escoger al candidato presidencial.
Es una coalición que comienza a oler a naftalina, acostumbrada al poder y a las alternancias entre sus dos principales fuerzas. Esta vez, tras dos turnos para los democristianos y otros dos para los socialistas, era de nuevo la hora de un dinosaurio. Pero se confundieron e igual hubiera dado que el candidato fuera democristiano (Frei hijo) como socialista (José Miguel Insulza, el secretario general de la OEA).
Enríquez-Ominami partió como un «outsider». Llevó aire fresco a la política chilena. Se identificó con las generaciones más jóvenes, con la modernidad y la era de Internet, y atrajo a los desencantados de la Concertación. Desde luego, con su candidatura evita que la Concertación retenga el poder y facilita el retorno de la derecha. Pero queda en inmejorable situación para los comicios del 2014. Tendrá que convencer a la descreída juventud chilena a participar en la política. Esta campaña se la servido para proyectarse como el auténtico fenómeno nacional a todos los rincones de Chile. Sin duda sus opciones aumentarán más tras un Gobierno derechista de Piñera que luego de otro cuatro años con la Concertación.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
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