La revista «Forbes» acaba de publicar su primer ranking de las personas más poderosas del mundo que encabeza el líder estadounidense Barack Obama, con menos de diez meses en la presidencia, y termina el venezolano Hugo Chávez, que pasa de los diez años con proyección vitalicia si la acumulación de desgracias en su país no acaba con él.
Chávez y el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva (33º) son los únicos gobernantes latinoamericanos en esa lista. Pero no son los únicos latinoamericanos porque en ella aparecen también el magnate mexicano Carlos Slim (6º), segundo hombre más rico del mundo, y su compatriota el bandido chaparro Joaquín Guzmán (41º), el segundo hombre más buscado del mundo por ser probablemente el principal narcotraficante de la tierra al frente del Cártel de Sinaloa y cuya cabeza le han puesto el precio de siete millones de dólares.
Un multimillonario, un pobre tornero que llegó a presidente y es mundialmente aclamado, un malhechor redomado y un caudillo nacionalpopulista. ¡Que extraña representación de poder latinoamericano! O quizás no tanto. Si «Forbes» hubiera hecho una lista similar pongamos que hace 20 años posiblemente la representación latinoamericana hubiera sido tan disparatada. Joaquín Guzmán habría sido el colombiano Pablo Escobar; Lula da Silva, su paisano Fernando Collor de Melo o quizás el argentino Carlos Menem; Slim, él mismo o el venezolano Gustavo Cisneros, y Chávez, Fidel Castro su «alter ego» y mentor.
Pese a ser el último de la fila, un gobernante como Hugo Chávez debiera estar contento por aparecer en esa lista. No en vano forma parte de un elitista y exclusivo club que representa al 0,000001 por ciento de la población del planeta. Allí no están su archirrival colombiano Álvaro Uribe, la encopetada reina de Inglaterra, su primo español que le mandó callar o el primer ministro de éste, José Luis Rodríguez Zapatero, pero si gente de mala fama como el déspota norcoreano considerado genio del mal, Kim Jong Il (24º); el cabecilla de Al Qaeda, Osama bin Laden (37º), o el indio Dawood Ibrahim Kaskar (50º), otro de los criminales más buscados en el mundo, junto a personas que son veneradas como el papa Benedicto XVI (11º) o el Dalai Lama Tenzin Gyatso (39º).
Chávez parece de capa caída, con la popularidad en declive. Toca armas contra Colombia un día y al siguiente se desdice de sus afanes belicistas con la misma incontinencia verbal, aunque luego sus portavoces amenazan con sanciones con dureza a los medios por «tergiversar» y «manipular» las palabras de un líder que «ama la paz» y solo habla con «frases disuasivas» para que «el enemigo sepa que estamos preparado para la guerra». «Forbes» trata Chávez como un gobernante virtualmente vitalicio que blande la enorme riqueza petrolera de su país como arma contra la pobreza, aunque sus enemigos lo acusan de haber dilapidado en estos diez años una fortuna extraordinaria, propia de un cuento oriental, mientras en Venezuela campean el crimen y la desidia del Estado; la oposición, puesta a los pies de los caballos, recibe un trato sin miramientos, los derechos suelen ser atropellados y todos los poderes se subordinan al líder; la democracia está hecha añicos y las empresas públicas estatalizadas han quedado maltrechas; todo ha quedado imbuido de ideología; por los albañales sale corrupción a raudales: es la llamada «robolución»; escasean los alimentos, hay controles de precios y de divisas y la inflación está alta; el sistema eléctrico hace aguas con frecuentes apagones y el agua escasea en Caracas por una negligente gestión de las infraestructuras. Tras una década de gobierno de Chávez, los errores que hicieron sucumbir la Cuarta República se reproducen a gran escala, aunque los problemas se tratan de opacar con maneras autoritarias.
Nadie sabe si su desproporcionada prédica antiestadounidense y contra el gobierno colombiano de Uribe le seguirá dando beneficios capaces de compensar la pérdida de votos o con ello logrará su propósito influir en la política interna de sus vecinos. Los rivales del caudillo bolivariano aseguran que cuando clama contra Colombia azuza el sentimiento patrio nacionalista de sus conciudadanos y desvía la atención de los graves problemas internos.
Pero Chávez debe andar con cuidado y no dar un salto al vacío en eso de la guerra como hizo el general Leopoldo Fortunato Galtieri cuando en 1982 desencadenó la de Malvinas en medio de un gran descontento popular, pues puede correr la misma mala fortuna ya que Colombia es mucho Colombia como Gran Bretaña también lo era para aquel dictador argentino. Álvaro Uribe no es Margaret Thatcher, pero tiene agallas. Además, los ejércitos colombianos, curtidos por medio siglo de guerras intestinas, cruzarían Venezuela desde el Táchira hasta el Esequibo en un santiamén frente a unas fuerzas armadas venezolanas indolentes que solo han visto la guerra por televisión. ¿Quién puede temer, pues, a Hugo Chávez? Quizás únicamente los propios venezolanos.
Mucha gente ha criticado por Internet que «Forbes» pueda estar haciendo apología del crimen incluyendo a tan afamados delincuentes o terroristas entre las personas más poderosas de este mundo, en algunos casos considerados con más fuerza que jefes de Estado como el francés, Nicolas Sarkozy (56º) o empresarios estadounidenses, japoneses, indios o chinos. Pero, ¿qué decir si en la misma lista aparece un sátrapa como el líder norcoreano cuya grandeza se debe a su padre, a quien heredó, o al miedo que impone al mundo con sus programas nuclear y de misiles, o un caudillo suramericano que ha puesto patas arriba el sistema de libertades tan arduamente ganado en América Latina tras años de feroces dictaduras castrenses, que glorifica el castrismo como forma de vida, y él propio un militar con un tórrido pasado golpista y descaradamente desapegado de los valores democráticos?
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
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