El reconocimiento de paternidad que se ha visto forzado a hacer el presidente paraguayo, Fernando Lugo, ha levantado gran revuelo por tratarse de un jefe de Estado, pero, sobre todo, por ser un obispo de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana y porque sedujo a su amante a los 16 años.
Desde el punto de vista del escándalo político, el de Lugo es un caso más en la América Latina contemporánea, sin necesidad de remontarse a los prolíficos caudillos garañones de otros tiempos. Hace año y medio el presidente peruano, Alan García, reveló la existencia de su hijo extramatrimonial, Federico Dantón, de veinte meses. Lo hizo con una tranquilidad pasmosa, al lado de su esposa, la argentina Pilar Nores, que permaneció impertérrita. Su antecesor, Alejandro Toledo, negó con terquedad durante 15 años la paternidad de Zaraí, hasta que acorralado judicial y políticamente tuvo que reconocerla en el 2002. La carrera política del brasileño Luiz Inácio Lula da Silva se vio seriamente perjudicada por la existencia de una hija llamada Lurian con la enfermera Miriam Cordeiro. Sin embargo, no fue ese el caso de su predecesor, Fernando Henrique Cardoso, cuyo hijo bastardo con la periodista Miriam Dutra, de la Rede Globo, es de sobra conocido, aunque el asunto solo fue recogido hasta hoy por una revista brasileña de segundo orden. Por seguir con los ejemplos, tuvieron tambien hijos extramatrimoniales el argentino Carlos Menem y el venezolano Carlos Andrés Pérez. Bajo sospecha hay muchos más, entre ellos el antecesor de Lugo, Nicanor Duarte Frutos.
La cuestión no es apenas que Lugo haya sido otro sacerdote pecador más, sino que siendo hombre de Iglesia, un prelado, un miembro del episcopado faltara a la verdad ocultando la paternidad cuando aspiraba a la primera magistratura de una nación con un mensaje de honestidad, decencia y buenos propósitos como abanderado de los pobres en un país martirizado por la corrupción, la hipocresía y la dictadura. Los votantes paraguayos tenían derecho a conocer la doble vida del obispo-candidato. «Ojalá que el presidente Lugo con su voto de pobreza no haga lo mismo que con su voto de castidad, porque, si no, estamos fritos», ha afirmado uno de sus rivales políticos.
Pero si Lugo, de 57 años, hubiera tenido la valentía de revelar sus amoríos durante una década con la joven campesina Viviana Carrillo, de 26, sus adversarios se habrían rasgado las vestiduras y lo habrían crucificado, aunque en la historia patria el clero paraguayo de obediencia romana haya hecho tantas contribuciones al aumento del censo, a la persistencia de la nación, sobre todo después de que el país quedara devastado en la segunda mitad del siglo diecinueve por la llamada Guerra Grande contra Brasil Argentina y Uruguay que provocó la muerte del 90 por ciento de los varones. Antes de eso también, desde los primeros misioneros. Así, a mediados del siglo XVI, cuando llegó el adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Asunción era conocida como «El Paraíso de Mahoma» porque cada hombre tenía un harén de nativas. El adelantado llegó a reprochar la conducta desvergonzada a dos franciscanos de su expedición –fray Fernando de Armenta y fray Alonso Lebrón– que vivían cada uno con más de treinta mujeres. Pero eso fue antes de que el Concilio de Trento hiciera rígidas las normas sobre la moral del clero, por lo menos de manera nominal.
De hecho la mayoría del clero católico –pese a lo que aseguraba el ultramontano obispo de Cuenca en las postrimerías del franquismo, José Guerra Campos, sobre que los sacerdotes eran como los ángeles asexuados de la tradición cristiana– viola el voto de castidad. Por ejemplo, un estudio del canonista Jaime Torrubiano Ripoll concluyó en 1930 que «el 90 por ciento de los clérigos son fornicarios…; un 10 por ciento escandalosos; y el resto discretos…». Pepe Rodríguez, en «La vida sexual del clero» (1995) cifra, según sus propias encuestas, entre el 60 y un 80 por ciento los sacerdotes que mantienen relaciones sexuales.
Lugo conoció a la madre de Guillermo Armindo, su hijo secreto que va a cumplir dos años, siendo obispo de San Pedro, una paupérrima diócesis paraguaya de la que se hizo cargo en 1994. Ella era entonces una campesina adolescente. Incluso el prelado le administró el sacramento de la confirmación como cristiana. Viviana Carrillo afirma que a los 16 años tuvo la primera relación sexual con el monseñor. De eso hace diez años. Cuando engendraron el bebé, en el 2006, Lugo ejercía de párroco, aunque seguía siendo obispo emérito, pues el fallecido papa Juan Pablo II había dispuesto dos años antes su retiro del gobierno de la diócesis de San Pedro por motivos nunca revelados. Quizás sea momento de que Roma aclare el asunto. Lugo quedó oficialmente desvinculado de los votos de castidad, obediencia y pobreza, hechos en su ordenación sacerdotal hace más de treinta años, solamente el 30 de julio del 2008 cuando el Vaticano lo redujo al estado laical dos semanas antes de su toma de posesión como 52º presidente paraguayo. Es cierto que él había renunciado dos años antes al estado clerical para dedicarse a la política, pero para entonces su joven amante estaba embarazada.
La oposición «colorada», la más fuerte de Paraguay, ha puesto el grito en el cielo. Algunos hablan del inicio del derrumbe del Gobierno. Uno de sus representantes afirmado que Luego se aprovecho «de una joven inocente». Mientras, la iglesia católica en Paraguay ha pedido perdón por «los pecados» de Lugo. Consideran su paternidad un «golpe duro», un «mal ejemplo» y una «bofetada», al tiempo que hace votos para que no surjan nuevos casos semejantes. Un portavoz episcopal manifestó implícitamente la conveniencia de que Lugo no se reintegre al sacerdocio, como era tenía la intención, cuando acabe su gobierno. No hubo pronunciamiento en el Vaticano.
Pero la cosa no para ahí ya que abundan los rumores obre supuestas relaciones del ex obispo-presidente con las modelos Yanina González y Jéssica Cirio.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
2 comentarios:
Perfecto el título, "La semilla del obispo", y magnífico el análisis. Tal como se viven esas cosas en latinoamérica, y en especial en Paraguay, no es de esperar que Lugo sea defenestrado por algo así. Hasta puede ganar en popularidad y en carisma desde su nueva imagen de "gaucho".
LA CULPA LA TIENE EL PAPA.
Sí, el PAPA, el de Roma; no el Papá de la criatura.
Leo por todas partes el apasionante debate sobre la culpa o no culpa del monseñor-cue, hoy presidente, pero me sorprende que nadie señale al verdadero y único culpable: el Papa de Roma, y luego del Papa el voto de obediencia. No el de castidad, que es una macana y una gran mentira ¿quién va a aguantar en edad joven sin mandar bola alguna vez o, si falta la ocasión, batirse una pandorga? Ni curas ni santos, ni obispos; déjense de joder con la castidad.
El voto de obediencia es el culpable, después del Papa luego. El Papa prohibe el preservativo ¡Y los curas están obligados a obedecerle!
Si Lugo hubiera usado la camisinha, como mandan las reglas de la higiene (¿se imaginan si el Sr. obispo se agarra una flor de blenorragia?) y como aconsejan las normas de la precaución, nada de esto hubiera pasado. Se hubiera desfogado con sus feligresas, como hacen la mayoría (excluido el que sea pandorguero o cinetoocho), las feligresas a casa tan contentas, santificadas y livianitas, y nada de esto habría pasado. ¿Ven como la culpa es el del Papa?
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