Posiblemente nunca llegue un día en que los demócratas españoles se manifiesten unidos para que en Cuba también haya una democracia, algo simple para quienes estamos acostumbrados a disfrutarla y una quimera para los que no viven en ella, como casi al cien por cien de los cubanos de la isla, los menores de 60 años porque solo han conocido la dictadura de medio siglo castrista y la de Fulgencio Batista que le precedió. La corta etapa democrática cubana se difumina allá, bien lejos en el tiempo, aunque los hermanos Castro seguramente la recordaran pues se foguearon en ella.
La cuestión es sencilla: hay que ir a las calles a pedir que los cubanos puedan libremente salir y entrar, comprar y vender; pensar, leer, escribir, imprimir y divulgar; ganarse la vida, navegar por Internet, librarse de la Seguridad del Estado, de los no menos odiosos Comités de Defensa de la Revolución y de las libretas de racionamiento, y también votar por todas las ideas en lugar de estar sometidos por las botas de los Castro que solo se diferencian de color de las botas de Augusto Pinochet, Alfredo Stroessner o Rafael Videla o tantos y tantos milicos, salvapatrias y aventureros que han subyugado a los pueblos latinoamericanos.
Por mucho que las izquierdas hispanas griten lo contrario, Estados Unidos no constituye actualmente una amenaza para Cuba y mucho menos con Barack Obama en la Casa Blanca. En las negociaciones para solucionar la Crisis de los Misiles, que tuvo al mundo en 1962 al borde de una guerra nuclear, Washington se comprometido a no invadir nunca la Isla y ha cumplido. Es cierto que sus servicios de espionaje trataron decenas de veces de eliminar a Castro durante la Guerra Fría, pero eso hoy también es historia y una coartada más para el vetusto líder cubano. El problema fundamental entre ambos países es el embargo comercial parcial a Cuba que los izquierdistas españoles siguen viendo como si se trataran de un muro impenetrable tendido alrededor de la isla, cuando la realidad es que el 80% de lo que poco que come Cuba llega de Estados Unidos, y cuyo levantamiento depende de cuestiones básicas, sencillas, relacionadas con el respeto a los derechos humanos y no, como arguye Fidel, con la claudicación de un pueblo ante un imperio.
A Estados Unidos el embargo comercial demostradamente no le interesa. Ha tratado de levantarlo media docena de veces desde la época de Richard Nixon y Henry Kissinger. Gerald Ford, Jimmy Carter y Bill Clinton quisieron abolirlo, pero siempre se toparon que acciones hostiles puntuales de Fidel Castro, para quien el embargo sigue siendo su mejor pretexto para mantener a Cuba bajo su férula. El problema fundamental de Cuba es el bloque interno impuesto por Fidel Castro. El obstáculo para el progreso de esa Cuba sumida en el atraso y la miseria son sus dirigentes obstinados y gagás.
Las derechas españolas se ha manifestado a favor de la libertad y la democracia en Cuba y esto está bien. Incluso es aceptable que dineros públicos se destinen a la causa de los demócratas, a quienes se oponen pacíficamente a los hermanos Castro, a esos que un régimen sin piedad tilda indistintamente de mercenarios y terroristas. Esto está tan bien como, por ejemplo, que los socialistas alemanes y suecos ayudaran política pero también económicamente a los demócratas españoles en su lucha contra la dictadura del generalísimo Francisco Franco, gallego y taimado como Fidel.
Pero resulta intolerable que un diplomático impertinente como es el belicosos embajador de Castro en Madrid, Alberto Velazco San José, mande zaherir y vituperar a las autoridades españolas que ayudan a los demócratas cubanos y luego se pavonee de que si un representante extranjero en La Habana hiciera algo similar sería expulsado automáticamente sin permitirle siquiera recoger su cepillo de dientes. Velazco presume que ningún diplomático extranjero en Cuba se atrevería a hacer algo semejante a lo que él autorizó a su embajada contra de la jefa del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid, Esperanza Aguirre, que fue calificada de «cabecilla de la mafia terrorista cubanoamericana», primero en un comunicado de la propia legación diplomática y luego desde las páginas del diario «Granma», el órgano oficial del régimen castrista. Sufrió por ello una tibia amonestación cuando merecía una severa reprimenda. Algo parece que está mal en la política española hacia el castrismo y debiera ser mudado antes de encumbrarla con esa inminente gran visita de Estado a la isla.
Volviendo a las relaciones con Washington, ha bastado una insignificante alusión de Obama a Cuba para que Fidel Castro abriera las hostilidades contra otro presidente de Estados Unidos, el undécimo inquilino de la Casa Blanca desde el inicio de su dictadura. Era de esperar pues, como varias veces ha aparecido en este blog, el enfrentamiento permanente con Estados Unidos, sean demócratas o republicanos los titulares del poder, es la razón de vida de Fidel Castro, explicada por el propio dictador, su único asidero ideológico y el detergente para el lavado de cerebro al que el régimen tiene sometidos permanentemente a los cubanos. Con el pretexto de que Obama no devuelve Guantánamo ya —Estados Unidos debiera pensar en eliminar cuanto antes ese residuo colonial en el este cubano y Fidel Castro es malvado haciendo creer a su pueblo que la devolución tienen que ser inmediata e incondicional— y de que la actual Administración norteamericana también apoya a Israel, el anciano y enfermo comandante en jefe reparte leña contra el flamante presidente en la última «reflexión» que ha publicado. Nuevamente Fidel deja en evidencia que sin Estados Unidos él no es nada.
Francisco R. Figueroa
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