El Papa alemán Joseph Ratzinger —bávaro como los genes del fallecido general Alfredo Stroessner, dictador paraguayo durante 35 años— ha negado la renuncia al sacerdocio a un obispo que pretende ser candidato presidencial en Paraguay.
Con esa decisión, Benedicto XVI se ha alineado con lo más rancio que hay en la política paraguaya: el Partido Colorado, la agrupación política hegemónica en el país desde hace 60 años, tanto en dictadura –bajo Stroessner— como en democracia, desde 1989. También ha dado una muestra más de intolerancia aplicando principios medievales en el siglo XXI.
Fernando Armindo Lugo Méndez fue siempre un clérigo comprometido con la causa de los pobres, con la Teología de la Liberación, esa actitud social y política tan extendida en el clero de América Latina que tan ardorosamente combatió Ratzinger desde la Congregación para la Doctrina de le Fe -auténtico brazo armado del Vaticano- como su antecesor, el Papa polaco polaco Karol Wojtila. Lugo mantuvo ese compromiso con los pobres primero como cura raso y luego como obispo en la diócesis más pobre —la de San Pedro— de un país muy pobre como es Paraguay.
En 2005 Lugo dejó de ser el titular de San Pedro —posiblemente por presiones del Vaticano— y se convirtió honoríficamente en obispo emérito. El último día de Navidad remitió una carta al Papa renunciando a su condición de sacerdote. Explicó que pretendía aspirar a la presidencia de Paraguay en las elecciones de mayo de 2008, pero que la Constitución del país impide que los clérigos de cualquier culto aspiren a cargos públicos. Una renuncia que hubiera sido bastante simple si esa incompatibilidad constitucional fuera para los torneros o los periodistas, por poner dos ejemplos.
Pero la Iglesia es la Iglesia. El Vaticano le acaba de responde a Lugo imponiéndole la pena de suspensión «a divinis», bajo la premisa de que el sacerdocio y la orden episcopal son indelebles, para siempre, hasta la muerte, amén. Alega el Vaticano que la candidatura de un obispo sería motivo de confusión y de división entre los fieles.
Lugo queda suspendido, sin embargo, del ejercicio del sacerdocio, pero sujeto al Vaticano por los votos de disciplina, castidad y obediencia. El paso siguiente sería la excomunión si Lugo persistiera en su empresa política.
El Partido Colorado, que parecer temer políticamente a Lugo —que pretende aglutinar a toda la oposición— ha advertido de que legalmente su candidatura es impugnable porque sigue siendo miembro del clero. Agregan que simple hecho de presentar la renuncia no le devuelve a la condición de laico pues para esto haría falta la aceptación del Vaticano acepte.
Para otros es una cuestión del Derecho Canónico contra el Derecho Civil. Desde el punto de vista civil, Lugo ha renunciado a su condición de clérigo y esto es suficiente de cara a las leyes paraguayas, con independencia de lo que diga el Vaticano con base en las leyes canónicas. El Vaticano ha suspendido a Lugo de sus funciones de clérigo consagrado, pero los derechos civiles como ciudadano paraguayo son otra muy distinta cuestión. Juristas paraguayos sostienen que presentar su renuncia Lugo no tendrá más lealtades que las que asuma con el estado paraguayo y que esto es sufiente desde el punto de vista de l Constitución nacional.
Los obispos paraguayos han entrado al debate. Unos afirman que Lugo sigue siendo ministro católico; otros disienten arguyendo que está libre por su propia renuncia para aspirar a la presidencia. Un prelado ha advertido que si Lugo persiste en su posición puede ser excomulgado. Y esta quizás sea la solución porque la excomunión significa la expulsión fulminante del seno de la Iglesia. Pero posiblemente ese sea un trago amargo para Lugo, un hombre que finalmente ha vivido apegado a la fe católica toda su vida.
Francisco R. Figueroa
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