Francisco R. Figueroa
✍️19/1/2024
Nayib Bukele (42), el ciberdictador salvadoreño y azote del hampa, es absolutamente imbatible jugando en la cancha que él ha concebido.
Un simulacro de votación de la jesuítica Universidad Centroamericana para detectar la intención del electorado de El Salvador de cara a las presidenciales de febrero ha puesto de manifiesto que Bukele triturará a todos sus rivales.
Prácticamente el 82 % de los participantes en el muestreo votó al mandatario, actualmente separado del cargo por la campaña electoral, frente a cinco rivales y con el segundo aspirante a una distancia sideral: un magrísimo 4 %.
Otro estudio anterior, hecho por la Universidad Francisco Gavidia (privada), otorgó a Bukele una intención de voto del 71 %, mientras que su rival más directo no llega a un 3 %.
Sus dos principales adversarios para los comicios del 4 de febrero próximo no son unos advenedizos porque representan al bipartidismo dominador de la vida pública salvadoreña durante los veinte años transcurridos desde el final de la larga guerra civil hasta el mismo día de 2019 en que Bukele se calzó la banda presidencial.
Bukele se ha hecho en este su quinquenio presidencial con el control absoluto de los poderes del Estado, cuerpos policiales y militares, recursos públicos financieros y materiales, y medios de comunicación. Su ventajismo para las elecciones llega al extremo de haber dejado a sus rivales sin medios económicos para costear la campaña y los mantiene sometidos al Pegasus, el sistema israelí de ciberespionaje mediante los teléfonos móviles.
Las elecciones resultan así un puro trámite en los planes continuistas de Bukele, con la complacencia de una nación que ha puesto por delante la seguridad ciudadana a los derechos y libertades civiles, sin importar que en la guerra al hampa estén pagando justos por pecadores.
No importa que Bukele viole sistemáticamente los derechos humanos en esa guerra sin cuartel a las pandillas criminales que convirtieron a El Salvador en el primer matadero de América y tampoco si se ha, eventualmente, negociado en la sombra con las maras para reducir el crimen a cambio de dádivas y favores. Lo que cuenta es el resultado: ha disminuido drásticamente la criminalidad.
Tampoco interesa a los electores —sino todo lo contrario— que Bukele gobierne, desde hace ya casi dos años, bajo un régimen de excepción, que haya machacado a la oposición, que El Salvador sea visto como una cuasi dictadura y a él como un autócrata decidido a eternizarse en el poder.
Con artimañas, la entusiasta colaboración de los magistrados que impuso en la Sala de lo Constitucional y el Tribunal Supremo, así como con el beneplácito del 70 % del pueblo, Bukele puede perpetuarse porque la reelección, que estaba prohibida sin un interregno de diez años, le ha sido graciosamente permitida.
Además, otras leyes fueron adaptadas a su conveniencia, como la de elecciones, con lo que sus paniaguados del partido Nuevas Ideas están en situación de alcanzar en las legislativas de febrero, simultáneas a las presidenciales, el dominio total del Congreso con el 95 % de los escaños, reduciendo a la principal fuerza opositora, la derechista Arena, a una piltrafilla parlamentaria con dos diputados o el 3 % del hemiciclo, que tiene sesenta curules.
Muy pocos salvadoreños repudian que Bukele se haya acomodado a su gusto los altos tribunales y la fiscalía general o que invadiera con soldados la sede del legislativo, donde ocupó el sitial del jefe de la cámara y llamó desde allí «a la insurrección popular». Pretendía forzar a la mayoría opositora a aprobar fondos adicionales para sus planes de gobierno, una violación antidemocrática, con visos golpistas, que para él solo fue «un acto de presencia», o «un procedimiento ordinario», según el ministro de Defensa.
En fin, qué importa si Bukele ha impuesto su voluntad sobre leyes e instituciones, ni sus crecientes amenazas contras los medios de comunicación, a los que subordina, manipula o margina, ni sus prácticas nepotistas, hasta el punto de haber sido acusado de practicar el tribalismo. Sin olvidar el fiasco de la adopción del bitcoin como moneda de curso legal o que la economía nacional no despegue.
Lo importante, por encima de cualquier otra cosa, es el resultado de la política contra el hampa, bajo la premisa de que el mejor pandillero es el que está muerto, en una sepultura sin aquellas antiguas lápidas que glorificaban sus hazañas o, mucho mejor, en una tumba sin nombre o desaparecido para siempre.
La alternativa a la bala son los apresamientos masivos en centros descomunales de máxima seguridad, esos modernos campos de concentración que impresionan al mundo, y los juicios colectivos, en un accionar que el aclamado Bukele resume con el eslogan «cárcel o muerte».
Cárcel o muerte a bandidos que, con los símbolos de las maras tatuados en sus pieles, la nueva ley equipara ya a terroristas, y así son tratados, hacinados en penales convertidos en pudrideros en vida, bastantes de ellos ingresados allí sin el debido proceso.
Los pandilleros habían crecido como setas venenosas, como forma de buscarse la vida de muchos jóvenes sin horizontes procedentes de los ambientes más pobres, abandonados de la mano de dios y de la acción del Estado. Un problema social convertido en un asunto mafioso de seguridad nacional por la dejadez de los sucesivos gobiernos y la tremenda corrupción. Pero Bukele no ha disminuido la inequidad característica de su país causante del problema y El Salvador sigue en manos de las mismas ciento cincuenta familias que desde siempre controlan el 70 % de la riqueza nacional.
El mandatario justifica su actuación arguyendo que los auténticos derechos humanos —esos por los que tanto le recriminan los organismos internacionales y las oenegés— no son los de los bandidos sino los de la gente honrada.
Y lo cierto es que la «exitosa» política contra el hampa del mandatario salvadoreño es exportable a bastantes naciones latinoamericanas que sufren el flagelo del crimen organizado y la corrupción masiva en sus sistemas carcelarios, y comienza ya a ser imitada por los llamados «Bukele lovers».
En El Salvador no hay alternativa: o estás con Bukele o te tratan como enemigo. No hay diferencia con lo que ocurría en las dictaduras tradicionales cuando los gorilas con charreteras proliferaban en el continente. Él, un millenial que se mueve en el mundo digital como pez en el agua, no es un político clásico ni su régimen tampoco es un sistema arbitrario y opresor al uso. Comenzó su singladura política en 2015 en la izquierda pero hoy es un neopopulista autoritario y personalista ubicado en el campo ideológico de la ultra derecha.
Bukele está sentando escuela en América Latina. Aunque para ganar el 4 de febrero no lo necesita, ha llevado a jugar a San Salvador a Lionel Messi y su equipo miamero de fútbol, para tratar de lavar su imagen ahora que hay un poco de atención mediática internacional sobre su país, una «operación limpieza» cuya etapa más reciente fue haber sido la capital nacional sede del concurso Miss Universo. ✅
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