Bolivia: Evo al desnudo

Francisco R. Figueroa

✍️1/1/2024


La última decisión de 2023 del Tribunal Constitucional de Bolivia dejó desnudo al caudillo Evo Morales (64), el tripresidente con vocación de ocupante perenne de la Casa Grande del Pueblo, el rascacielos sede del poder alzado a su antojo como un mastodonte fálico en el centro histórico de La Paz, entre edificios coloniales.


Ese alto tribunal ha desalmado a Evo en su deseo manifiesto de buscar un cuarto mandato presidencial en las elecciones de 2025 con el mismo subterfugio que usó en 2019, unos comicios fallidos debido a la trifulca política que acabó dando con sus huesos en el exilio.


Con juego limpio democrático Evo estaría imposibilitado de volver a ser presidente desde que en enero de 2015 finalizó su segundo mandato porque en Bolivia sólo se permite una reelección. 


Sin embargo, Evo un ventajista que aprendió el arte del drible con un balón de trapo mientras pastoreaba llamas en la inhóspita puna andina, a casi cuatro mil metros de altitud, ha demostrado sobradamente a lo largo de la vida su habilidad para regatear la adversidad.


Con leguleyadas, tretas y magistrados cómplices logró un tercer mandato, mientras que su cuarta presidencia naufragó debido a la tremenda algarada política de 2019 a cuenta de unas elecciones que él creía tener ganadas y acabaron con Bolivia enredada por otra de las innumerables conmociones que marcan su devenir como nación.


Evo llegó al poder por primera vez en 2006 por una mayoría absoluta (54 %). Una constituyente posterior elaboró una nueva Carta Magna, de corte indigenista, estatista y socializante, aprobada entre gallos y medianoche, tras duros enfrentamientos entre oficialistas y opositores con muertos y heridos por el camino, y un país dividido, para ser luego refrendada con el voto afirmativo de dos de cada tres electores.


En su promulgación, en 2009, Evo alardeó de haber «refundado» Bolivia con dicha Ley Fundamental y también proclamó que se había producido una «nueva independencia nacional». Se mostró aquel día como un iluminado, un Adán redivivo, redentor de los pueblos originarios y libertador de la patria, él un andino nacido pobre de solemnidad entre pastores de llamas, que se atascó en primero de primaria y que, tras el servicio militar, se dedicó a la coca en la región donde se produce más cocaína en Bolivia, hasta impulsarse a empresas mayores desde la dirigencia sindical cocalera para hacerse (1997) con el control del partido Movimiento al Socialismo (MAS), de un escaño como diputado y aspirar en 2002 a la presidencia. Aunque no ganó, salió de aquellas elecciones convertido en la gran alternativa de poder.


En las presidenciales de 2009 bordó su reelección con un 64 % de los votos y cuando se lanzó a por un tercer mandato sonó la alarma en 2014 pues ya había cumplido el máximo de dos. Pero su valido, Álvaro García Linera, a la sazón vicepresidenta, ideólogo y estratega, amparado por la Corte Suprema, contraatacó: «Evo desempeñó la primera presidencia bajo el viejo régimen constitucional de un país llamado República de Bolivia. Ahora tenemos otra Carta Magna y estamos en el nuevo Estado Plurinacional de Bolivia. De modo que está habilitado como candidato». La argucia funcionó y Evo ganó con el 61 %.


Cuando todos creían que ahora sí, Evo tenía fecha fija de caducidad, se puso en marcha, en 2016, una reforma constitucional con vistas a su perpetuación en el poder. Evo para siempre. Primero se hizo aprobar el proyecto reeleccionista a una asamblea parlamentaria dócil y después se sometió a referéndum popular, en el que, oh sorpresa, el 51 % se pronunció contra Evo, que atribuyó el tremendo traspié a «tanta guerra sucia y conspiraciones» contra él.


Sin embargo, la tropa evista, inmune al desaliento, buscó el aval de un Tribunal Constitucional paniaguado para la nueva treta que se sacaron de la manga: el privilegio de una persona a optar a un cargo electivo es un derecho humano avalado por la Convención Interamericana de Derechos Humanos, cuyas normas son jurídicamente superiores a la Constitución nacional boliviana. Por tanto, los derechos políticos de Evo tenían que primar sobre la disposición constitucional limitativa de la reelección y también sobre la voluntad soberana del pueblo. ¿Golpe de audacia o golpe de Estado?


El caudillo aymara fue así a por su cuarto mandato, en unas elecciones, las de 2019, de pronóstico reservado porque esta vez no tenía al influenciable pueblo boliviano masivamente tras de sí. Los comicios acabaron a la greña, de nuevo con muertos y heridos en las calles, tras el descubrimiento de serios indicios de fraude a favor de Evo en el escrutinio, el subsiguiente alzamiento civil, el abandono a su suerte del aún mandatario por parte del Ejército, la Policía y otras entidades, y su huida estrepitosa al extranjero gritando que había sido víctima de un golpe de Estado a coro con sus aliados internacionales, comenzando por el locuaz mandatario mexicano Andrés Manuel López Obrador.


Tras un año de interregno, con un gobierno provisional escrupuloso pero políticamente torpe y débil, que vetó a Evo como candidato, unas nuevas elecciones dieron la victoria (55 %) a un lugarteniente suyo ya recuperado del cáncer que padeció: Luis Arce Catacora, su eterno ministro de Economía y artífice de una época de expansión y crecimiento. 


Evo retornó entonces de su plácido exilio en Buenos Aires, bajo protección del gobierno peronista, y lo hizo en olor de multitudes y convencido de que pronto se instalaría de nuevo en el mamotreto de hormigón que levantó a la espalda del viejo Palacio Quemado. Pero ocurrió que estalló en su partido, el MAS, una inesperada guerra fratricida, y que Lucho Arce no era el hombre servil, manejable y enfermizo que Evo esperaba.


Con Evo ya metido en faena para las elecciones de 2025, el Tribunal Constitucional, en su última decisión del año recién acabado, le ha arrojado al rostro un balde de agua helada: ha anulado la sentencia de 2017 de la propia institución que había habilitado la cuarta candidatura de Evo y pronunciado un dictamen en sintonía con la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que en 2021 había desechado como una paparruchada el argumento de que la reelección presidencial indefinida es un derecho humano. 


Esa sentencia dejó establecido que en Bolivia el presidente y vicepresidente sólo pueden ser elegidos y ejercer su mandato por dos periodos, ya sean continuos o discontinuos, y que la reelección indefinida no existe y de ningún modo es un derecho humano.


Evo no es amilana. Afirma que pese a todo mantiene su candidatura para 2025. Ha reaccionado hecho un basilisco, repartiendo estopa. Según clama, Arce, que antes era su «hermano» y ahora un «traidor», ejecuta, en complicidad con los magistrados del Constitucional, un «plan negro del imperio y la derecha» para proscribirle. En tanto, sus partidarios aducen que el objetivo es «descabezar al movimiento indígena» para que luego Lucho Arce «se adueñe» de todo el MAS (le sigue sólo una parte) y se lance a la reelección. 


El partido oficialista boliviano está dividido entre evistas fieles al histórico caudillo y los renovadores o luchistas. Desde luego, Evo ha dejado de ser el líder indiscutible e incuestionable que tenía la obediencia ciega del MAS y se muestra impaciente y rencoroso, con ásperas críticas permanentes, frente a un Arce calmado y con mucha flema al que ha llegado a acusar de querer eliminarlo físicamente y a su gobierno de corrupción y protección al narcotráfico.


Arce no ha resultado el discípulo de obediencia ciega que el mentor esperaba, hasta el punto de haber negado a Evo el nombramiento de ministros y, lo que resulta peor, acceder al supuesto pedido de Evo de acortar su mandato para que él pudiera recuperar el cargo cuanto antes. 


A Evo le pierde su «delirio de poder», según Jeanine Áñez, la dirigente derechista que fue –por auténtica chiripa y porque nadie quería el cargo– presidenta provisional y a la que se mantiene encarcelada como si hubiera sido artífice del «golpe de Estado» inventado para camuflar aquella infame huida de Bolivia en 2019 tras haber sido pillado con las manos en la masa, un «fraude monumental» en las elecciones, en opinión del expresidente Carlos Mesa, el gran perjudicado por la manipulación de aquellas elecciones en su condición de principal candidato frente al trapacero caudillo aymara. ✅


franciscorfigueroa@gmail.com




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