Perú: Una torpeza como un castillo

Francisco R. Figueroa

✍️8/12/2022

Pedro Castillo, de 53 años de edad y casi 17 meses de caótico gobierno, un maestro rural al que sonó la flauta por casualidad y alcanzó el solio presidencial peruano, era un animal acorralado cuando ayer tuvo la mala idea de proclamarse dictador.

En lo que canta un gallo acabó destituido, preso, acusado de sedición y haciendo compañía, en el Penal de Barbadillo, a Alberto Fujimori (84), el último mandatario peruano que osó dar un autogolpe.

Castillo escogió a la desesperada la vía del autogolpe cuando sintió que era probable e inminente su destitución por el Congreso unicameral peruano bajo acusaciones de ineptitud y corrupción. Le temblaban las manos en la parte sustancial de su discurso golpista.

No parece que su pronunciamiento fuera consecuencia de una decisión tomada en solitario. Aunque se desconoce quienes le indujeron a ello, quizás aprovechando su candidez y su desesperación. O talvez para que se lo comiera el tigre. Evidentemente no tenía un objetivo claro ni un plan alternativo. Una vez preso, únicamente dispuso de la compañía como abogado de su paisano y consejero Aníbal Torres (79), al que tuvo como premier en el gobierno hasta hace dos semanas.

Castillo trató de morir matando. Pero solo disponía de pólvora mojada y no había un soldado en su trinchera, desaparecidos sus mentores. Era la patética caricatura de un Quijote chotano sin pica ni adarga ni celada, y sin un Sancho que le precaviera, lanzado contra molinos de aspas aceradas como sables sarracenos y tan inmensos como los Andes milenarios y vertiginosos.

Saltó por un balcón de la Casa de Pizarro y se hizo papilla contra el piso de la Plaza de Armas, con la catedral de un lado y el ayuntamiento en frente. Entró de lleno a la parte innoble de la historia patria forjada golpe a golpe prácticamente desde que los almagristas ultimaron a Francisco Pizarro a mediados del XVI.

Salió del palacio de gobierno en fuga, pero sus propios escoltas lo condujeron a la Prefectura de Lima, donde fue acusado de «haber quebrantado el orden constitucional». Tragicómico 

Acabó esposado rumbo al famoso penal donde Fujimori cumple 25 años por crímenes de lesa humanidad, y dónde también estuvo arrestado el exmandatario Ollanta Humala (60). Hay allí otra celda especial esperando a Alejandro Toledo (76), si Estados Unidos lo extradita. El difunto Alan García se libró de ir a Barbadillo dándose un tiro en la sien cuando fueron a enmarrocarlo.

Castillo había decretado la disolución del Congreso, que le era hostil desde el principio de su gestión, en julio de 2021. Lo describió como un parlamento totalmente «obstruccionista y destructor del estado de derecho con el aval del Tribunal Constitucional y vendido a monopolios y oligopolios». Siguió con la intervención del sistema de justicia, en el que él tiene siete asuntos pendientes y familiares suyos algunos más. Asumió poderes dictatoriales e impuso el toque de queda. Y dijo que convocaría elecciones para un nuevo Congreso con funciones constituyentes.

Todo prácticamente al margen de sus facultades legales.

Aunque emperifollado con la banda presidencial, lucía microscópico. Era la viva imagen de la desolación, el patética reflejo de una política de ínfima calidad.

Su aventura a la desesperada no contaba con apoyo militar, policial, del servicio de inteligencia, político, económico o popular. Era de entrada una quimera, una torpe huida a ninguna parte, exceptuada la cárcel.

Ni siquiera estaba secundado por sus ministros. Hubo dimisiones en cadena, incluida la joven primer ministra Betssy  Chávez (33), que llevaba doce días en el cargo.

Se conjeturó que trataba de alcanzar la embajada de México para asilarse en brazos de su principal valedor internacional, el presidente Andrés Manuel López Obrador.

El Congreso, que tenía previsto reunirse para decidir por tercera vez si lo cesaba, aceleró el trámite y destituyó a Castillo incluso con el voto favorable de algunos de los escasos aliados que le quedaban al mandatario: 101 votos contra él y solo seis a su favor.

Hubo una rápida solución constitucional con la juramentación, en menos de tres frenéticas horas, de la vicepresidenta Dina Boluarte (60) como presidenta. De trayectoria gris e insignificancia política, funcionaria de los registros civiles, ubicada en lo que ella llama «la izquierda democrática» y sin sintonía con su antecesor, es la primera mujer en la historia peruana en la jefatura del Estado, un cargo muy volátil en esa república desde la caída, en 2018, de Pedro Pablo Kuczynski y cuyos titulares –ya se ha dicho– suelen ser carne de cárcel.

Pero Boluarte, que era del mismo partido Perú Libre, el del lapicito, dirigido por un entusiasta del castrismo, del que también habían expulsado a Castillo, es una presidenta que parece frágil. Incluso muy frágil y sin una bancada parlamentaria propia. Seis presidentes de Kuczynski a ella, en menos de cinco años, muestran un Perú malogrado, virtualmente fallido.

La enardecidas derechas, estimuladas con la caida de Castillo, pronto deben ir a por Boluarte. No aceptaron su derrota de 2021 y quieren a como dé lugar nuevas elecciones. Boluarte necesitará de una tregua porque la inestabilidad viene de largo y es aguda y pertinaz.

Boluarte tiene mandato hasta julio de 2026, pero a la velocidad que se desarrollan los acontecimientos en el Perú ese tiempo es toda una eternidad.

Una paradoja fue que Keiko Fujimori, cuyo proyecto politico se basa en el autogolpe triunfante de su padre, se apresuró a condenar la acción «desesperada» de Castillo, el desconocido maestro de escuela rural que le impidió alcanzar la tan ansiada presidencia.

Castillo fue un presidente desvalido tras haber sido un candidato improvisado por la izquierda castrista que, de chiripa y por azar, acabó disputando el balotaje con Keiko y ganando en medio de una trifulca enorme. «Un hombre de campo que está pagando errores por su inexperiencia», así se había definido la víspera.

Fue un presidente legal y legítimo que desde el primer momento sufrió una dura campaña de acoso y derribo por parte del conservadurismo en bloque, unos medios derechizados y beligerantes, que Castillo califica de «mercenarios» y dominados por «el libertinaje»,  y unas redes sociales muy hostiles desde las que se le insultaba y es objeto de burlas y ofensas como «burro» o «sombrero luminoso».

Cuando ganó las elecciones, pobre y políticamente en cueros, nadie lo recogió, a diferencia de lo que sucedió en 1990 con Fujimori, que fue otro candidato improvisado y llegó a presidente fruto de las casualidades peruanas, aupado al poder no por mérito propio sino por la determinación de multiples fuerzas para derrotar al escritor Mario Vargas Llosa. Sin aliados de peso, Fujimori encontró rápidamente refugio en las Fuerzas Armadas, con cuyos objetivos se identificó y a las que utilizaría, junto con el Servicio de Inteligencia, para consolidarse en el poder y hasta su estrepitosa caída diez años después.

Castillo fue en la presidencia un gobernante errático, torpe, ignorante, ineficiente y estuvo muy mal aconsejado. Anduvo de crisis en crisis (81 ministros –cinco por mes– lo contemplan), de disparate en disparate, de resbalón en resbalón hasta la catástrofe final, que era inevitable. ✅

franciscorfigueroa@gmail.com

7 comentarios:

Anónimo dijo...

El golpista, no sufrio ataques de la derecha o de la prensa, estas solo hicieron publico: la incapacidad de sus ministros, la mayoria sin experiencia en la orientación de los ministerios a dirigir, con antecedentes judiciales o en procesos de investigacion. Luego ya fue publico y notorio la obstrucción a la justicia, ante los claros indicios de corrupción y actos ilegales cometidos desde estrenar gobierno. Ahora sin la protección del cargo que ostentaba, la Fiscalía podra avanzar en sus 7 investigaciones por : tráfico de influencias, corrupción de funcionarios, obstrucción a la justicia (destrucción de pruebas, ayuda a prófugos de la justicia, intentos ilegales de destituir fiscales y policías), .cobro de cupos para ascensos de militares, venta de puestos en la administración publica, direccionamiento de licitaciones. Son tantos, que puede que se me escape alguna otra investigación en curso. Ahora le debe sumar: sedición, alterar el estado de derecho.

José Tirado Silva dijo...

Extraordinario resumen de la velocidad política en el Perú. Estos 17 meses destruyeron al Perú, y gran culpa la tienen los bautizados como cojudignos. La verdadera representación de derechas o izquierdas está en el congreso, lo de Castillo fue trafa. Los de medio y derecha siempre van separados y siempre dan la oportunidad a lo malo o lo peor.

Francisco R.Figueroa dijo...

Las derechas no le dieron tregua a Castillo como presidente legítimo y tampoco, sobre todo, los medios vinculados al grupo El Comercio. Ha sido un monigote sometido a un constante pimpampum, un punching ball contra el que se ha ejercitado medio Perú. Si le arrearon hasta con el lapicito los de Perú Libre. Otra cosa es que Castillo sea la cara más representativa de la ineptitud política y en su familia pueda haber una panda de oportunistas y choros.

Anónimo dijo...

Ojo, el Congreso no derrocó a Castillo, lo destituyó constitucionalmente.

Francisco R.Figueroa dijo...

Corregido. Gracias. Está claro que necesito un buen editor 😃

Anónimo dijo...

Deixou saudades de quando dirigiu a Agencia EFE no Brasil. Abraços.

Francisco R.Figueroa dijo...

Gostaria saber quem você é. Aquele abraço 😁🤗