
La propaganda chavista, pagada toda ella con dinero público –como la que parte de la Embajada de Venezuela en Madrid–, esgrime para justificar lo que pretende hacer Chávez los ejemplos de las democracias parlamentarias europeas, que no limitan la continuidad de un primer ministro cuantas veces gane elecciones y su parlamento lo escoja. Cita en una publicación los «casos emblemáticos» del español Felipe González (14 años en el poder) y el alemán Helmut Köhl (16). El embajador Alfredo Toro libra una lucha tan ardua como inútil para reconvenir a la prensa española, que en general no traga en modo alguno a Hugo Chávez. Toro olvida que esos y los otros gobernantes que menciona lo han sido en función de una Constitución y unas reglas democráticas estables, iguales, claras y aceptadas por todas las partes. Ninguno de ellos alteró desde el poder las leyes a favor de un proyecto continuista personal, como hace Chávez con la Constitución de 1999, que, hecha precisamente a su medida y antojo, contó con la aprobación en referendo por más de un 70% de votantes. La comparación de Chávez con González, Köhl, el irlandés Eamon de Valera o el sueco Tage Erlander constituye una mendacidad, una falacia, es capciosa y envilece a quienes la sostienen.
La cuestión en Venezuela no es cuánto tiempo pueda seguir un presidente en el cargo –la tradición democrática allí era de cinco años con reelección en períodos alternos–, sino las artimañas, los trucos, el juego sucio e injusto en el que se basa un gobierno omnipotente y omnipresente que pone al servicio del objetivo de eternizar a Chávez toda la maquinaría del Estado, los recursos nacionales, las empresas públicas, el erario y los medios de comunicación, algunos —como las canales privados de televisión— encadenados por la fuerza a emitir los innumerables soliloquios del máximo líder y sus entrevistas. Absolutamente de todo se usa y abusa —hasta el «Metro» de Caracas— en beneficio de la causa del comandante Hugo Chávez y su obcecación en seguir en poder hasta que la muerte lo separe, confundiendo la cosa pública con su interés particular. Frente a una oposición muy debilitada y de escasos recursos, la campaña Chávez contrapone todo el aparato del Estado y el derrecho del tesoro público. La campaña para este referéndum, que Chávez no se arriesga a perder, se ha desarrollado en un marco de absolutamente irregularidad, en un ambiente de iniquidad y de injusticia electoral, como reconocía un miembro del Consejo Nacional Electoral
Chávez se presenta cínicamente como el líder que se sacrifica por el bien de su pueblo porque a él lo que le gustaría –dice– es retirarse al campo. Pues que se vaya. Por otro lado, juega con la posibilidad de que sea asesinado denunciando otra vez ahora un complot en su contra, igual que hizo con ocasión de las últimas elecciones regionales y municipales. Luego esgrime la necesidad de consolidar durante otros diez años o más un «revolución» que ya ha consumido un decenio sin que el país haya avanzado sensiblemente. Ahora, el líder máximo proclama que convertirá a Venezuela en «una potencia» mundial.
Hace tan solo catorce meses el pueblo venezolano se pronunció en otra consulta popular contra las pretensiones continuistas de Chávez. Hay que recordar que hasta el fallecido dictador chileno Augusto Pinochet aceptó el veredicto de las urnas que le obligaba a dejar la presidencia después de que el pueblo le respondiera que no a sus pretensiones continuistas, en un plebiscito celebrado en 1988. Chávez afirma que lo que él hace tratando de eternizarse en el poder no es otra cosa que responder a la llamada del pueblo, a que necesita darle forma a los «sueños de la patria», que no son otra cosa que sus propias fantasías.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
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