Lula se compra la presidencia

El jefe de Estado brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, ha tratado de comprar el sillón presidencial por 1,16 billones de dólares para Dilma Rousseff, su protegida política, aspirante a sucederle y potencial instrumento para tratar de volver él al poder en 2014.

Esa cantidad inmensa fue anunciada en el arranque efectivo de la campaña electoral para inversiones en infraestructuras hasta el 2016, dos años más allá del próximo cuatrienio presidencial. La mayoría de esas inversiones fueron puestas en cuestión por la oposición e importantes medios de comunicación.

Se trata de un revoltijo de proyectos nuevos, viejos y muy viejos (algunos de los años ochentas y noventas del siglo pasado), que en muchos casos pueden resultar meras promesas electoralistas en beneficio de la ex guerrillera Dilma Vana Rousseff Linhares, de 62 años, que aspira a convertirse de la mano de Lula en la primera mujer en la presidencia de Brasil después de 35 varones. Las encuestas aún no le favorecen.

El lunes último hubo en Brasilia una pomposa celebración, que costó más de cien mil dólares, encabezada por Lula y su pupila Rousseff. Era el último día en el Gobierno de ella como jefa de Gabinete antes de la renuncia obligada al cargo ministerial para poder presentarse como candidata presidencial por el oficialista Partido de los Trabajadores (PT).

Rousseff ha sido escogida personalmente por Lula mientras el otrora peleón PT se limitó a aplaudir la voluntad de su jefe supremo, en una convención en Brasilia a mediados de febrero.
Durante la ceremonia destinada a promover a Rousseff, Lula explicó que esas gigantescas inversiones se destinan a la «redención» a Brasil, en tanto que ella prometía continuismo lulista, con el Estado como promotor del desarrollo, y juraba que el país no se perderá en sus manos. Lo mismo dijo en 1994 el fallecido ex presidente Rafael Caldera y Venezuela acabó en las garras de Hugo Chávez.

Fue un acto propio de un país bananero, caudillista y populista e inadecuado para una nación que aspira a ser tenida en cuenta en el concierto internacional como seria, puntera e, incluso, como potencia.

Estuvo preñado de ventajismo, pero eso se esperaba porque Lula tiene la ardua tarea de imponer a una perfecta desconocida como sucesora. Además, Lula había dejado claro que haría cuanto estuviera a su alcanza ―el aparato del Estado es lo que tiene más a mano― para cumplir ese propósito ya que esa es, explicó, su «prioridad de vida» después de ocho años en el poder.

Y eso que no ha hecho más que comenzarla la campaña para las elecciones, que durará efectivamente siete desgastantes meses, hasta el 3 de octubre, aunque los plazos legales para la actividad proselitistas sean mucho menores.

La cosa fue tan descarada que en la oposición se alzaron voces pidiendo procesar a Lula y a Rousseff por propaganda electoral anticipada y, además, con cargo al Estado. Aquello fue «una pantomima electoral», afirmó el Partido Social Demócrata Brasileño (PSDB), principal rival de Lula. Desde la derecha se habló de «farsa» y «manipulación» y desde la disidencia del PT de «collage» electoralista y de «olla recalentada». Por Internet se lanzaron preguntas con ironía e intencionalidad: «¿finalmente el candidato es Dilma o Lula?» porque el presidente presentó la cuestión electoral como si la lucha de la oposición fuera contra él.

Una parte significativa de la inversión que se ofrecía eran viejos proyectos que no había salido del papel por alegada incompetencia de quien dirigía el programa: la propia Rousseff y que fueron creados para dar una apariencia desarrollista y emprendedora al gobierno de Lula. En realidad, según el PSDB, del primer programa apenas se concluyeron el 11,3% de las obras. Más de la mita de las iniciativas ni siquiera pasaron de una declaración de intenciones. Según el reputado diario Folha de São Paulo, el 64% de los proyectos lanzados ahora en las áreas de energía, transporte y recursos hidráulicos formaban parte del fracasado primer plan desarrollista.

Algunos importantes medios de comunicación han machacado a Lula por el mismo motivo y algunos, como el influyente rotativo O Estado de S. Paulo, aseguran que todo forma parte de los planes del presidente para, una vez superada el interregno que marca la ley, volver por sus fueros en 2014. De momento Lula promete que cuando entregue el cargo, el primero de enero del año próximo, no será un presidente jubilado.

Las nuevas inversiones tampoco son cosas concretas. El propio Lula reconoció que se trata de una bandeja de proyectos para el próximo gobierno. Promesas, más que nada, sobre el papel para seducir al electorado con más viviendas, transporte, agua, luz, alcantarillados y otros servicios.

En el paquete están metidas hasta las inversiones de la gigantesca estatal Petrobrás, que es la segunda mayor empresa de capital abierto de América, incluidos Estados Unidos y Canadá, y supone una tajada muy significativa, así como también un tren de alta velocidad de Río de Janeiro a São Paulo, con ramales a Curitiba y Belo Horizonte, y las mejores necesarias para la celebración del Mundial de Fútbol del 2014 y los Juegos Olímpicos del 2016.

El Gobierno de Lula promete a bombo y platillo para el próximo cuatrienio presidencial, que comenzará el primero de enero de 2011, tasas de crecimiento económico de manera sostenida de entorno al 5% al año que solo consiguen media docena de países en el mundo.

Las elecciones brasileñas, que se celebran el domingo 3 de octubre, tienen por delante un áspero camino para recorrer. A estas alturas del juego, de las últimas elecciones presidenciales (2006) y las anteriores (2002) faltaba por conocer en si Lula ganaba en primera o segunda vuelta, de tan nítidos que eran los sondeos y tan unánimes las previsiones de politólogos y científicos sociales.

Por el momento, el crecimiento constante de las preferencias electorales de Dilminha, como los brasileños conocen a Rousseff, se ha detenido e, incluso, según el último sondeo de la siempre solvente encuestadora Datafolha, ha bajado un punto hasta un 27%.

En tanto las opciones de su principal rival, el socialdemócrata José Serra, un buen gestor, pero sin brillo, recuperó cuatro puntos porcentuales hasta el 36%. Serra se despidió con un 55% de aprobación popular (16 puntos más que cuando comenzó el mandato) como gobernador del estado de São Paulo, para concurrir como candidato presidencial.

Las encuestas han puesto también de manifiesto que hasta el momento Lula no ha logrado transferir su enorme popularidad (76%) a Rousseff. Los que califican el actual gobierno brasileño como «óptimo» o «bueno» ―los llamados lulistas― dividen sus preferencias casi exactamente entre Serra (33%) y Rousseff (32%), lo que debe constituir un motivo añadido de preocupación para el presidente Lula, que basaban en ese sector las posibilidades de éxito de la candidata. La mayoría del electorado lulista desconoce a la candidata y sólo un 19% de ellos transferirá ciertamente su voto por confianza en Lula, mientras que el 23% restante no lo tiene nada claro, siempre según Datafolha.

Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com

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