Lula inmaculado

El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, ha logrado hasta ahora quedar a salvo de un gran escándalo de corrupción en su gobierno que ha llevado a un tribunal superior a dictaminar con fundamento las acusaciones a 40 personas, bastantes de ellas de su mismo bando.

En la lista hay gente que cuando estalló el escándalo, en 2005, eran el valido de Lula al frente del Gabinete, dos ministros, el presidente, el secretario general y el tesorero del partido oficialista, cuatro diputados de la misma formación política y una decena de parlamentarios de cinco fuerzas aliados, así como el publicitario que dirigió la campaña para las elecciones de 2002 que le convirtieron en el presidente de Brasil.

Ante los nuevos comicios de octubre de 2006 Lula afirmó que había sido «traicionado». Los votantes le preservaron del escándalo y fue reelegido en segunda vuelta electoral, con el 61% de los sufragios. Ahora, cuando el Supremo Tribunal Federal ha dictaminado que hay fundamento en las acusaciones de la Procuraduría General (fiscalía) para juzgar por distintos delitos de corrupción a esa gavilla de 40 personas, Lula ha vuelto a mostrarse en estado puro, inmaculado.

«Falta Alí Babá. (El procurador general) carece de coraje para acusar a Lula. Si son 40 los ladrones, el líder de ellos es Alí Babá. Y Alí Babá es Lula», declaró el hombre que destapó el escándalo hace dos años, Roberto Jefferson, entonces un diputado de oposición que alquilaba su voto al Gobierno.

Tras la decisión favorable a los juicios del Tribunal Supremo Federal, Lula negó que las denuncias alcance a su Gobierno. Según dice, las alegaciones de la oposición tuvieron una respuesta popular con ocasión de su reelección, en los comicios de octubre del año pasado.

Portavoces de la oposición insistieron después en que la decisión de procesar a esas 40 personas «prueba» que el Gobierno de Lula está «marcado» por la corrupción. El ex presidente Fernando Henrique Cardoso, antecesor de Lula, declaró que el jefe del Estado no puede seguir diciendo que no tiene nada que ver con el escándalo. «Tiene que ver con él, sí. No estoy diciendo que sea responsable sino que, mientras no manifieste su repudio, queda la sensación de connivencia o de lenidad», dijo Cardoso. «Si fue traicionado, como él asegura, tiene que decir quien lo traicionó», agregó el ex mandatario, que sugirió también a Lula una condena expresa de sus antiguos compañeros y colaboradores.

La Procuraduría General hizo acusaciones de peculado, asociación ilícita, corrupción activa y pasiva, lavado de dinero, fraude y evasión de divisas.

Se trata de un escándalo sin precedentes en Brasil. Los hechos ocurrieron entre el 2003 y el 2005 cuando se organizó un esquema de captación de recursos, que no se declararon, algunos desviados de empresas públicas, para pagar sobornos a una serie de parlamentarios con la finalidad de que poyaran al Gobierno de Lula en las votaciones de leyes en el Congreso Nacional. La red de corrupción parece que fue tejida desde el Palacio de Planalto, sede del Gobierno, donde trabajaba como ministro de la Presidencia José Dirceu, el principal acusado, a quien Lula definía entonces como «el capitán» de su equipo de Gobierno y a quien tenía sentado a su diestra.

Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
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Sarkozy ningunea a España

El presidente francés, Nicolas Sarkozy, ha ninguneado a España al proponer una ampliación del Grupo de los 8 (G-8) países más ricos del mundo, en la reciente presentación de su política exterior.

Sarkozy hizo una segunda propuesta sobre nuevos miembros para el Consejo de Seguridad de la ONU que, sumada a la primera, tendría como posible objetivo reforzar la posición francesa en América Latina en detrimento de España.

Que lo consiga es otra cosa.

España anhela formar parte del G-8 desde que superó a Canadá como octava economía mundial. Además, está entre los seis primeros países del planeta por comercio mundial y entre los cuatro por inversiones directas y grado de liberación economía.

Especialistas consideran que España tiene más derecho a la membresía incluso que Rusia, país que en 1998 fue invitado a unirse al club de las grandes democracias desarrolladas por las reformas económicas llevadas a cabo por el entonces presidente Boris Yelsin. Pero Rusia es un país que no puede ser homologado como una democracia y su peso económico es menor incluso que el de Brasil, México o Corea del Sur.

Al proponer Sarkozy la inclusión en el G-8 China —cuarta economía mundial— se entiende que, al menos para Francia, la democracia y las libertades fundamentales no son importantes en ese presumible gobierno mundial, que controla casi la mitad de toda la riqueza del planeta.

Al exponer el lunes 27 en la conferencia de embajadores franceses, reunida en el Palacio del Elíseo, la nueva política exterior gala para lograr una Francia «fuerte» tanto en lo económico como en lo diplomático y lo militar, Sarkozy hizo varios gestos propios de la «grandeur» francesa.

Entre otras cosas, defendió la ampliación a trece miembros del G-8, con Brasil, México, China, India y Sudáfrica, y la entrada al Consejo de Seguridad de la ONU de diferentes naciones, entre ellas Brasil.

Al demandar la inclusión de dos naciones latinoamericanas en el G-8 y de una en el Consejo de Seguridad, Sarkozy le concede una relevancia en el concierto global a América Latina que hasta ahora nunca soñó. Francia posiblemente haya ganado varios enteros en la cotización de los latinoamericanos.

Aunque lo dicho por Sarkozy bien puede obedecer a esa política tan francesas de los gestos, de «grandeur» al más puro estilo gaullista, y sea demagógica y oportunismo puesto que la incorporación de Brasil y México al G-8 está cantada y con la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU gran parte del mundo está de acuerdo.

Cuando menos lo dicho por Sarkozy representa sendos aguijonazos a las relaciones de España con las naciones iberoamericanas. América Latina es quizás la región del mundo donde la cultura francesa se impuso con más fuerza. Su influencia fue decisiva en el proceso de independencia de las repúblicas al sur del Río Grande, hasta bien avanzado el siglo XX, siempre en perjuicio de España.

Después Francia receló el auge español tras el fin de la dictadura franquista, una impecable transición política en la que los demócratas latinoamericanos miraron para librarse de las dictaduras militares, la institucionalización de las Cumbres Iberoamericanas y, finalmente, la explosión de las inversiones.

Conocedores de América Latina consideran que el esfuerzo que hace Francia puede resultar vano ya que su presencia económica en América Latina es limitada, la cultural francesa allí se ha convertido en muy elitista, las inversiones se han demostrado medrosas o timoratas (como en Argentina) y fracasó cuando metió cizaña con la Unión Latina.

No se puede olvidar que Francia mantiene tres situaciones coloniales en América Latina camufladas como departamentos de ultramar: Guadalupe, Martinica y Guayana. También mantiene en América Latina cerca de 250 centros de la Alianza Francesa y una veinte del Liceo Francés.

Los especialistas consideraban que el principal obstáculo de España para unirse al G-8 es que no aporta mayor representatividad al grupo a nivel mundial puesto que ya forma parte del mismo cuatro naciones de la Unión Europea (Alemania, Gran Bretaña, Francia e Italia). Esto es considerado una argucia o una posición cínica por los partidarios del ingreso de España.

Otros apuntan en contra de España que próximamente irá perdiendo posiciones, hasta quedar como decimoquinta potencia mundial, pues será superada por naciones como Brasil, México, India o Indonesia. Hay quienes sacan a relucir la alegada irrelevancia de la política externa española, los cambios de orientación habidos con los dos últimos gobiernos de Madrid y las malas relaciones actuales con Estados Unidos.

Francisco R. Figueroa
franciscorfigtueroa@hotmail.com
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Eternamente Chávez

A estas alturas parece claro que Hugo Chávez —diga lo que diga para justificar lo contrario— pretende eternizarse en el poder, con el objetivo de desarrollar un proyecto político que es personalista y a cuya doctrina va acabar dándole rango constitucional.

Eso —y no otra cosa— es lo que hay tras de la reforma de la Constitución que ha emprendido Chávez con la finalidad de acabar de adecuar totalmente a su proyecto revolucionario la Carta Magna que él mismo impulsó después de haber ganado la presidencia de Venezuela en las elecciones celebradas a fines de 1998. Chávez propone la reelección presidencial indefinida, lo que le permitirá eternizarse en el poder, junto a una serie de reformas de gran calado, sobre todo lo que tiene que ver con el sistema de propiedad, con un elevadísimo control gubernamental; las fuerzas armadas, que quedan absolutamente politizadas y al servicio del chavismo, y la organización del territorio. Se trata de una reforma con discusiones de puro trámite pues el 100% de la Asamblea Nacional es adepta y adicta a Chávez.

Luis Miquilena no es un improvisado cualquiera. Este anciano líder comunista es quizás el zorro más astuto de la política venezolana, también por viejo. Acogió a Chávez tras salir éste de la cárcel, fue su mentor y le dio cobijo y de mamar ideológicamente. Ambos se trataron como íntimos y cómplices. Miquelena fue uno de los principales colaboradores de Chávez en la construcción del nuevo régimen, sobre todo como presidente de la Asamblea Constituyente. Miquelena conoce, pues, mejor que mucha gente a Hugo Rafael Chávez Frías. De ahí la conveniencia de tener en cuenta las declaraciones que hace ahora cuando ya no está unido a Chávez más que por los recuerdos. También porque ahora Miquilena está en el ocaso de su existencia (tiene 88 años) y, por consiguiente, nada tiene para perder, salvo la vida. Tampoco le importa a Miquelena que los voceros del chavismo le vuelvan a tildar de «traidor» o «ladrón» por hechos acaecidos en los años 60 y 70 sobradamente conocidos cuando Chávez se apoyó en él a fines de los 90. La esencia de la reforma constitucional emprendida por Chávez —aduce Miquilena— es «yugular las libertades y poner al país el servicio de un caudillo, negando todas las instituciones». El diario «The New York Times», por ejemplo, adujo que la idea central de Chávez es «amasar poder y aferrarse a él por tanto tiempo como pueda». El humorista Tàssies de «El Periódico de Catalunya» satirizaba en «La mosca» del 17 de agosto, a una mujer que le pregunta Chávez si cuando el estado socialista funcione a tope y él sea presidente indefinidamente, la oposición venezolana seguiría llamándose así o empezaría a ser llamada disidencia.

A la vez que reformar la Constitución, Chávez se esmera en la construcción de lo que a llana «el poder popular». Uno de los bastiones del régimen está llamado a ser el nuevo Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), aún en etapa de formación. Chávez lo ha idealizado como partido único del régimen, en lugar de la coalición de fuerzas disímiles que en aluvión se concentraron en torno al líder para la conquista del poder que durante casi 40 años había sido patrimonio de «adecos» y «copeyanos». El PSUV adopta por doctrina el pensamiento de Chávez. Hasta ahora han quedado implicados directamente en el PSUV unos dos millones de civiles, según se desprende de las palabras del propio jefe del Estado venezolano pronunciadas el sábado 25 de agosto. Hay, agrega Chávez, casi otros cuatro millones de aspirantes a militantes esperando en la periferia. Aquellos dos millones, ha dicho Chávez, deben estar dedicados «a tiempo completo» al partido. Si ello, como parece, quiere decir dedicación plena, esa militancia tendrá que estar a sueldo del partido, «liberados» en la jerga de los revolucionarios. Pocos creen que se entregaran en cuerpo y alma a la causa en su tiempo libre, aunque Chávez impongan con la reforma constitucional la jornada laboral de seis horas.

Esos casi cuatro millones de aspirantes son personas que han expresado su deseo de militar en el PSUV pero que hasta ahora no han cuajado por diferentes motivos. Chávez pretende convertirlos en el segundo círculo concéntrico en torno a su persona y su proyecto. Serán algo así como una cantera inagotable de gente dispuesta a sumarse al nuevo sistema «clientelar» y «prebendario» que Chávez construye. Muchos de aquellos van a estar decididos a cruzar la raya de la felicidad para ingresar en el círculo de los privilegiados, de los liberados, a fin de poder disfrutar también con la piñata de la revolución. En los siete años y medio con Chávez, en Venezuela los servidores públicos han sido cambiados por gente fiel o se han convertido en adeptos al chavismo. No hay espacio para los timoratos y hay muchos ejemplos. De esa militancia fiel, si hay necesidad, saldrán sin duda los integrantes de los «batallones» chavista o de los «comités de defensa de la revolución» o los «legionarios del régimen» o como quiera llamarse esa gente dispuesta a todo con tal de mantener los privilegios.

En Venezuela ha habido también con Chávez una sustitución de la casta dominante, lo que él llama «la vieja oligarquía». En realidad, los «mantuanos», los «grandes cacaos» o los «amos del valle» ­—las distintas formas de denominación que ha tenido la rancia aristocracia criolla— hace tiempo que eran historia, minorías trasnochadas recluidas en el Country Club de Caracas y sus alrededores. Durante más de cuarenta años, de 1960 a 1999, los elegidos, los privilegiados del sistema político —tan «clientelar» y «prebendario» como el actual, y de moralidad tan dudosa— fueron los militantes de los dos grandes partidos que se alternaron en el poder desde la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez: Acción Democrática, los «adecos», y el Copei, los «copeyanos». Ahora son los chavistas quienes han copado las estructuras públicas y buena parte de la actividad privada que dependen del favor estatal, chupando de la caudalosa teta petrolera y acaparando las estructuras de dominio de una porción significativa de la actividad económica, sobre todo comercial. Hoy, según distintas fuentes conocedoras de la situación, son los chavistas y sus hijos quienes se pasean con los mejores autos, hacen los más costosos viajes al extranjero, compran lo más moderno, derrochan como nuevos ricos, llenan los locales de diversión y cierran los clubes nocturnos de Caracas. Con el barril de petróleo venezolano a 58 dólares en el promedio de este año, hay en el país un nuevo frenesí que recuerda el de los años 70, de aquella nación de vacas gordas conocida como «la Venezuela Saudita». Solo que ahora los sauditas están en la órbita del comandante de la revolución. «Chávez es responsable y cómplice de toda la corrupción que existe en el país», afirma Miquelena haciendo gala de «autoridad moral». Hasta el ministro del Interior, Pedro Carreño, reconoce que la corrupción se ha infiltrado en la revolución chavista. «La boina roja no debe ser utilizada como patente de corso», acaba de decir.

Chávez proclama que su revolución «está armada». Que nadie se olvide de ello, advierte. La reforma constitucional en curso crea la Milicia Popular Bolivariana como parte integrante de las fuerzas armadas, junto al Ejército, la Marina, la Aviación y la Guardia Nacional, que muda de nombre. Chávez explica que esa Milicia Popular albergará a los reservistas, pero su simple nombre preocupa y su creación inquieta. Se trata de un saco demasiado grande donde cabe de todo, incluso eventualmente guardianes armados de la revolución, más allá de las fuerzas armadas, que se convierten en un instrumento más del estado chavista. Paralelamente el régimen de Chávez se arma hasta los dientes.

La nueva «Fuerza Armada Bolivariana» obedece a un nuevo pensamiento militar: el de Chávez, a la «doctrina militar bolivariana» de su líder y a las ideas socialistas que éste pregona. La Constitución va a dar a los militares el carácter de cuerpo «patriótico, popular y antiimperialista» y la misión de preservar al Estado de «cualquier ataque externo o interno» e, incluso, de dedicar a «la guerra militar de resistencia» y de «mantener la seguridad ciudadana y la conservación del orden interno». Para echarse a temblar.

Mientras, Chávez continúa implicando en todo lo que hace al Libertador Simón Bolívar. «El concepto de Bolívar, el proyecto de Bolívar, es perfectamente aplicable a un proyecto socialista, perfectamente se puede tomar la ideología bolivariana originaria, la de Bolívar pues, como elementos básicos de un proyecto socialista», ha afirmado en una de sus últimas prédicas. Pero eso parece improbable, hasta el punto de que los más obstinados estudiosos de Bolívar aseguran que el Padre de la Patria jamás se reconocería en la obra de Chávez, ni en lo social, ni en lo político ni en lo económico. Ni de lejos.

Sucede que Chávez siempre ha usado a Bolívar en provecho propio, incluso en su vida privada. En 1999, a las pocas semanas de que asumiera la presidencia, su hoy ex esposa, Marisabel Rodríguez, me confesó en La Casona, la residencia oficial de los mandatarios venezolanos, que su marido la había conquistado usando las encendidas cartas amorosas que Bolívar le escribía a la quiteña Manuela Sáenz, la más notoria entre las amantes del Libertador. La euforia de Chávez por la catira ex locutora de Barquisimeto no duró demasiado. Dos o tres años a lo sumo. Se casaron en 1997, en medio de la campaña presidencial, y para comienzos de 2002 la relación ya estaba totalmente en ruinas.

Francisco R. Figueroa
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