Con frieza de forense The
Economist ha dictaminado que hay pocos motivos para que los brasileros reelijan
a la presidenta Dilma Rousseff en los comicios del año próximo.
Paralelamente, la unión de dos
políticos que los portavoces oficiales tildan de «enanos», puede entorpecer los
planes de Luiz Inácio Lula da Silva de perpetuar a los suyos en el poder.
El exabrupto del semanario
conservador tiene que ver con su creencia de que un país que fue estrella de
los emergentes ha podido malograr todo lo bueno que ocurrió durante casi veinte
años de aciertos económicos.
Las dos portadas de The Economist
que reproduzco aquí son elocuentes en ese sentido: el antes y el ahora.
Tanto es así actualmente para The
Economist que ha llamado a la presidenta de Brasil «Dilma Fernández» para
compararla con su colega de Buenos Aires, Cristina Fernández, líder de lo que
llama «la caótica Argentina».
Lo cierto es que la economía
brasileña ha perdido buena parte de su ritmo. El Fondo Monetario Internacional
y el Banco Mundial presionan en pos de ajustes. Aducen, por ejemplo, que la
retirada de los estímulos estadounidenses trae aparejados serios perjuicios para
los emergentes, que se han beneficiado de la situación.
Eso mientras en Brasil se habla de
carestía de la vida, nueva subida del tipo de interés a niveles históricos y la
debilidad del crecimiento, que será el menor entre los emergentes para 2014.
The Economist echa por ejemplo en
cara la falta de reforma durante los años de la bonanza, la existencia de un
estado inflado, la excesiva intervención de Rousseff en la economía, las muchas
carencias en infraestructuras, las masas en la calle en multitudinarias protesta
por la mala calidad de los servicios públicos, la enorme carga tributaria y un
peso de los jubilados propio de los países de la Europa del sur, pero con una
proporción de ancianos tres veces menor.
Dilma fue «reluctante o incapaz» de resolver esos problemas y creó
otros «interfiriendo (en la cosa pública) mucho más que el pragmático Lula»,
agrega.
De manera que un mal clima rodea
los primeros pero intensos escarceos electorales. El Gobierno cree, al menos de
puertas hacia fuera, que no encontrará mayores obstáculos para concretar la
reelección de Dilma.
Pero...
La impensable alianza de la
segunda colocada en las encuestas, Marina Silva, cuya intención de voto ha
llegado al 26%, con el cuarto, Eduardo Campos, ambos antiguos aliados de Lula y
de Dilma, ha introducido el desconcierto.
Hasta el momento no se sabe quien
de los dos será candidato a presidencial y cual a vicepresidente. Ambos eran
hasta ahora por separado «presidenciables». Y así seguirá siendo para evitar una
precipitación garrafal.
Quién vaya de candidato a
vicepresidente hará el papel de comparsa en la certeza de que en Brasil nadie
vota por el número dos y con la posibilidad de quedar políticamente liquidado,
cosa a la que no parecen aspirar ni Marina ni Campos.
Está por ver si Marina,
después de haber sido candidata presidencial en 2011 con el 20% de los votos,
asuma en los comicios de 2014 ese papel segundón en beneficio de un político
como Campos que no ha sido probado nunca en las urnas a nivel nacional pues sus
victorias han sido siempre en su natal de Pernambuco, décimo estado en
importancia de Brasil entre las 27 entidades de la federación con una población
que es la quinta parte de la de São Paulo y un PIB trece veces menor.
Los estrategas de Dilma anticipan que dos enanos —por Marina y Campos— no hacen un gigante, y alardean de que la actual mandataria logrará la reelección el cinco de octubre de 2014 en la primera vuelta electoral, algo que el propio Lula nunca consiguió.
Campos trata de auparse como una mezcla
de Bill Clinton y Tony Blair. Con su Partido Socialista Brasilero (PSB) pretende
surgir como una tercera vía entre el PT de Lula, hijo de los sindicatos y la
iglesia católica progresista, y el PSDB, una formación de izquierda liberal de
origen más elitista e intelectual y parecida a la socialdemocracia europea.
franciscorfigueroa@gmail.com
Lula estaba acostumbrado históricamente
a medirse en elecciones bastante polarizadas con el PSDB, a los que se habituó
a derrotar en las tres últimas presidenciales tras haber perdido en las dos
anteriores ante Fernando Henrique Cardoso, el padre de la estabilidad económica
brasilera a cuyas políticas él dio continuidad, aunque no así Dilma.
Ante una situación que no es de color de
rosa que pinta el oficialismo lulista, las elecciones que vienen prometen ser
mucho más interesantes que las dos pasadas, que constituyeron cómodos paseos de
Lula y Dilma.
El mayor contratiempo para los planes de
Marina y Campos está precisamente en São Paulo, clave en toda elecciones pues representa
un cuarto de los votantes y un tercio del PIB nacional. En dicho Estado, los
socialdemócratas del PSDB suelen controlar la capital y las principales zonas
urbanas y el PT los cinturones industriales, sin oportunidad hasta ahora para
los demás.
franciscorfigueroa@gmail.com
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