Brasil: demasiado ruido para tan pocas nueces

Lula, Dirceu y Dilma Rousseff
Francisco R. Figueroa
20 Noviembre 2013

Está en duda que el reciente encarcelamiento de los notables del Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva y del oficialista Partido de los Trabajadores (PT) por la sonadísima compra de diputados sirva para adecentar la corrompida política de Brasil.

Se trata de hechos sin precedentes en ese país, tanto los encarcelamientos de prohombres de la vida nacional como el escándalo motivo de las condenas. La Justicia ha actuado donde antes reinaba la impunidad absoluta y mostrado que las personas pueden llegar allí a ser iguales ante la Ley.

El affaire estalló en 2005 —un annus horribilis para Lula—, cuando se supo que el Gobierno y su partido mantenían una operación de compra de diputados para disponer en el Congreso de la mayoría que las urnas le habían negado. Hubo diputados mercenarios que trabajaban para Lula y los suyos por 30.000 reales (12.500 dólares) mensuales. De ahí el nombre del escándalo: «mensalão», aumentativo en portugués de mesada. Se refirieron también compras puntuales de parlamentarios por 60.000 dólares pagados dentro del esquema montado por los gobiernistas. El «mensalão» ha dado origen a otro neologismo: «mensaleiro» para designar a los implicados.

Dirceu y Genoino
Lula logró salir apenas adolorido. Cuando la presión se hizo insoportable, apareció en la televisión rasgándose las vestiduras. Declaró sentir la misma repugnancia que la mayoría de brasileños, adujo que él seguía siendo el mismo Lula, y aseguró con cinismo que lo habían traicionado —me «acuchillaron por la espalda», dijo en algún momento—, unos colaboradores que le mantuvieron al margen de los hechos.

Parece improbable que un jefe de Estado omnipresente como fue Lula y gestor político donde los haya estuviera en el limbo en un asunto de tamaña transcendencia. El diputado que primero denunció la existencia de la red de corrupción, Roberto Jefferson, aseguró que él, personalmente, había puesto al tanto al presidente. Después, durante el juicio, algunos abogados defensores expusieron a Lula como cabeza de la trama corrupta. Y el magistrado del Supremo Marco Aurélio Mello expresó su convencimiento de que Lula «sabía» de las corruptelas. Mello participó en las casi setenta audiencias que tuvo el juicio. Lula no pudo haber delegado tanto la jefatura del Gobierno como para no saber que el PT había sobornado a parlamentarios, dijo también.

El PT también clamó inocencia y se dijo víctima de insidias, mientras obstruía sin pudor la investigación parlamentaria. Hasta que fue imposible seguir tapando el sol con un dedo. Siguieron renuncias y desafiliaciones.

El escándalo se llevó por delante a distintos altos cargos del Gobierno y del partido, entre ellos los hoy encarcelados José Dirceu, que era un «primer ministro» de facto y el principal peón de brega de Lula, y José  Genoino, presidente del PT. Ambos fueron luchadores contra la dictadura militar y estuvieron en el nacimiento del partido, en 1980. Dirceu fue uno de los presos canjeados en 1969 por un embajador estadounidense secuestrado por la guerrilla marxista brasilera. Fue a Cuba, donde le cambiaron el rostro antes de devolverle clandestinamente a Brasil con nueva identidad. Genoino fue guerrillero en la jungla amazónica hasta caer preso. Ambos tienen actualmente 67 años. El pasado fin de semana llegaron a la cárcel blandiendo el puño y clamando inocencia. El segundo se declaró «preso político», como si fuera víctima de nuevo de una dictadura. Aunque el Gobierno de Brasil es desde 2003 de su partido y nueve de los once miembros del Supremo Tribunal Federal que dictó las condenas fueron indicados por jefes de Estado del PT, es decir, unos por Lula y otros por Dilma Rousseff. Los dos han preservado a Lula con una fidelidad perruna. 

En total cuarenta personas fueron incriminadas. A mediados del 2012, siete años después del estallido del escándalo y tras el más largo proceso de su historia, el Supremo Tribunal Federal sentenció a veinticinco reos a penas de cinco a cuarenta años de cárcel. Tras otros doce meses consumidos en trámites de apelaciones, el presidente del máximo tribunal, Joaquim Barbosa, emitió la semana pasada las primeros mandatos de prisión. Seguirán otros. Uno de los reos, que fue director del Banco de Brasil, huyó a su segunda patria: Italia. El Supremo Tribunal Federal, última instancia y foro privilegiado para jerarcas de primer rango, nunca antes había condenado a ningún alto funcionario por corrupción. En tanto, el Tribunal Superior de Justicia, foro para autoridades locales y regionales, apenas condenó a media docena en los últimos veinte años. Y no es que no haya habido casos de corrupción en Brasil. Todo lo contrario. Han menudeado y siempre primó la impunidad. Sin ir más lejos, solo en su primer año de Gobierno (2011), Rousseff se vio obligada a cambiar media docena de ministros implicados en corruptelas.

José Genoino, expresidente del PT
Lo ocurrido hace pensar que se han podido sentar las bases para el adecentamiento de la vida nacional brasilera. En el atomizado parlamento de ese país el tráfico de votos está a la orden del día. También el transfuguismo oportunista es corriente. Lo habitual es que la formación de un presidente sea primera minoría parlamentaria. En concreto el PT representa el 16 % de la cámara baja y el 12 % del Senado. De manera que para gobernar hay que sumar voluntades. O comprarlas. Lo ordinario es que cada partido que se suma a la llamada «base aliada» —la coalición de gobierno— obtenga su tajada. Entran en la repartija casi cuarenta ministerios, centenas de organismos y empresas públicas y unos 25.000 cargos de confianza. Una torta demasiado golosa que el PT divide con otras dieciséis formaciones. Algunas son campeones en clientelismo, malas praxis y voracidad.

Quienes conocen la vida política en Brasilia me dicen que dudan mucho del efecto edificante de los encarcelamientos. Por lo pronto –y a pesar de las protestas sociales que estallaron a mediados de este año—, el brasileño medio se muestra cansado del escándalo del «mensalão» y de los «mensaleiros» y parece haberse olvidado del asunto, aunque los ingresos en prisión ha sido un festín para los medios de comunicación.

Por otro lado, el escándalo no tuvo efectos negativo para el PT. Ni consecuencias electorales. Todo lo contrario. Lula ganó las presidenciales de 2006 en el fragor de las denuncias. El PT creció en las municipales de 2008. En 2010, la pupila de Lula, Dilma Rousseff se impuso y el presidente pasó al retiro con un asombroso nivel de aprobación popular. En los comicios locales de 2012, en medio del juicio por el escándalo, el PT fue el partido que más creció. Todo hace pensar, de acuerdo a los sondeos de intención de voto, que Rousseff revalidará su cargo de aquí a once meses. Por tanto, impacto electoral cero.

No obstante, parece crecer la esperanza respecto a que las sentencias por este escándalo posibiliten una recuperación de confianza en el desacreditado sistema judicial. En ese sentido, el exdiputado condenado Roberto Jefferson, el hombre que pateó el tablero en 2005 y que ahora lucha contra el cáncer, afirmó que va a la cárcel «reconfortado» por la creencia de que la política brasileña puede mejorar de ahora en adelante. Ojalá.

franciscorfigueroa@gmail.com

2 comentarios:

Carioca dijo...

Qué grande resumen, Figueroa, lúcido y preciso como en la buena prensa de antes; que en la de ahora este rigor ya no se usa. Muchas gracias de un viejo brasileiro que te lee con saudade.

Francisco R.Figueroa dijo...

Usted, Carioca, siempre tan amable. Celebro que le haya interesado este apunte.