12
Noviembre 2013
Chile, el país más
previsible de América Latina, se dispone a escoger nuevo presidente con un
tedio nórdico y la certeza de que la socialista Michelle Bachelet volverá al
Palacio de la Moneda. Si no hubiera un cataclismo.
La elección
presidencial chilenas tendrán lugar el próximo domingo y desde hace semanas
solo queda saber si Bachelet, de 62 años, ganará ese día con al menos la mitad
más uno de los votos o será necesaria una segunda vuelta, prevista para el 15
de diciembre.
Queda por
dilucidar la profundidad del descalabro de la derecha, al cabo del cuatrienio
presidencial de Sebastián Piñera. La derecha concurre con el peor candidato
desde la recuperación de la democracia: la exministra Evelyn Matthei, de 59
años, una mujer de rostro que parece esculpido a escoplo y semblante desabrido,
hija de un general, Fernando Matthei, que integró desde 1978 con Augusto
Pinochet la Junta Militar de Gobierno.
Siempre
recordaré al general Matthei aquella tensa noche del plebiscito de octubre de
1988 reconociendo el primero, ante el Palacio de la Moneda, la victoria del
«no», es decir, que el pueblo chileno había derrotado a Pinochet, impedido su
continuidad en el poder y puesto término a aquella sangrienta dictadura.
Después de sus palabras era imposible que el régimen diera marcha atrás.
Bachelet
también es hija de un general, que no se plegó al golpe de 1973, lo que le
costaría la vida tras torturas horribles en los calabozos de una institución
castrense dirigida por Matthei, quien niega haber tenido algo que ver. Pero
nada hizo por él. «Primó la prudencia por sobre el coraje», adujo Matthei a
modo de explicación no hace muchos años. Ambos eran grandes amigos. Las hijas
también lo fueron... de niñas. Hoy se tratan formalmente. Y se disputan la
presidencia de su país.
A cuatro
meses de la finalización del mandato presidencial, Piñera tiene su nivel de
aprobación en el entorno del 40%. En tanto, la muy conservadora Matthei no pasa
del 14% en los sondeos de intención de voto. Téngase presente que nunca un
candidato presidencial derechista chileno tuvo en elecciones menos del 24% de
los sufragios.
La Alianza,
la coalición de Matthei, procura mantener viva la llama, aunque allí están
conscientes de que la candidata nunca logró sintonizar con el electorado de
centro y ha perdido atractivo para las derechas.
Les queda,
pues, minimizar el tamaño de la derrota, que pueda ser la mayor para la derecha
en estos últimos veinticinco años con democracia. «Sálvese quien pueda», tituló
el influyente diario La Tercera, o «La derecha moribunda», según el análisis de
un columnista principal del conservador y decano El Mercurio.
Desde La
Moneda se la apoya, pero sólo de boquilla, conscientes de la catástrofe
electoral. Piñera sabe que Evelyn Matthei se ha convertido en puro lastre político.
El presidente buscaría salir salpicado del descalabro lo menos posible por si
trata de repetir como abanderado de la derecha en las elecciones de 2017.
A estas
alturas ha quedado claro también que quien en las presidenciales de hace cuatro
años parecía en carrera meteórica, Marco Enríquez-Ominami, de 40 años, se ha
quedado por ahora en una ilusión. Apenas supera en la intención de voto una
cifra porcentual que representa la mita del 20% de los sufragios que obtuvo en
2009.
En tanto
Bachelet, que gobernó Chile de 2006
a 2010,
dispone del 47% de las preferencias, a poca distancia de la ansiada mitad más
uno de los votos que evitaría medirse, probablemente con Matthei, en una
desgastante segunda vuelta. Hay otro seis candidatos presidenciales, puramente
comparsas.
La candidata
socialista y de los otros partidos que integran la Nueva Mayoría, un variopinto
conglomerado de fuerzas políticas de centroizquierda, necesita una victoria
contundente, que se refleje en el resultado de las elecciones legislativas que
se celebran a un tiempo, para llevar adelante las reformas en profundidad que
promete.
Una de las
reformas más importantes es la constitucional. La Carta Magna chilena, de 1980,
proviene de la dictadura y aunque ya ha sido modificada en quince ocasiones
anteriores, nunca lo fue de manera sustantiva. Por tanto conserva muchos
aspectos de legado autoritario pinochetista.
Bachelet
quiere también modificar el costoso para el estudiantado, injusto y poco
eficiente modelo educativo, también proveniente de la dictadura, y que
tantísimas protestas vienes suscitando. Asímismo, pretende lleva adelante una
reforma tributaria para financiarlo. Tendrá que hacer compatible esas políticas exitosas de
manejo responsable del dinero público que caracterizan a Chile con las
crecientes demandas de la población.
Preocupa en la izquierda la
afluencia de votantes en estas primeras elecciones en las que el sufragio es
por vez primera voluntario. Una sensación de victoria anticipada puede desmotivar
a los partidarios de la Nueva Mayoría a acudir a las urnas. Mucho más disciplinados y
motivados por la perspectiva de la derrota, los «momios» (conservadores) pueden volcarse en los centros
electorales con el consiguiente reflejo en la composición del nuevo parlamento.
Y lo que menos le conviene a Bachelet para llevar adelante las reformas es
una cámara poco dúctil. Y encima con los estudiantes en pie de guerra.
Los analistas
internacionales consideran a la izquierda chilena capaz de conciliar el
equilibrio fiscal, la buena práctica en política monetaria, la necesidad de
mantener la competitivos en el mundo y el crecimiento económico con los
principios de igualdad y de progreso social.
franciscorfigueroa@gmail.com
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