Francisco R. Figueroa
23 Noviembre 2013
La precaria libertad de
expresión que existe en Venezuela sufrió un nuevo revés con la destitución del
director de El Mundo, Omar Lugo, tras una embestida al diario del presidente
Nicolás Maduro justo cuando ha dicho que la Asamblea Nacional de su país le ha
dado «una mano de hierro» para gobernar al dictado.
Lugo había sido advertido poco antes por los nuevos dueños del diario –a los que se relaciona con el régimen–
sobre que en lo sucesivo debía «portarse bien». Es decir, que no publicara nada que
causara enojo al impulsivo Maduro o a sus correveidiles. A la primera queja del
mandarín venezolano, Lugo fue fulminado.
Conozco a Omar Lugo desde
hace veinte años. Lo vi trabajar en Venezuela, en Reuters y en Invertía. Lo llevé
Río de Janeiro cuando yo dirigía la delegación de Efe en Brasil. Seguimos aliados.
En esos años he publicado en El Mundo reportajes de actualidad española.
De modo que con conocimiento
de causa doy fe de su honestidad profesional y de su valentía para trabajar al
servicio de le verdad en tierra hostil, aunque sea la suya, en estos años
bárbaros que les ha tocado vivir a los venezolanos.
Como decía ayer mismo,
jueves, nuestro último Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, si el
periodismo desaparece, si los poderes públicos manipulan para imponer como
verdad las mentiras no sólo se esfuman la información libre o independiente
sino que también se ven afectadas todas las instituciones de la democracia, de
la civilización.
Sin libertad no hay
periodismo y sin periodismo no hay democracia. En Venezuela hace años que las
libertades están cautivas y la democracia es una farsa. El chavismo acabó con
la mayoría de la prensa desfavorable; algunos medios se sometieron; otros
evitan los asuntos controversiales; al tiempo, el chavismo creo con dinero público una tupida
red de medios serviles; últimamente se utiliza a capitalistas paniaguados para
hacerse con el control de los pocos medios independientes que van quedando,
como ha ocurrido con Globovisión y la Cadena Capriles (nada que ver con el
líder opositor Henrique Capriles), de la que formaba parte El Mundo, Economía y
Negocios, dirigido por Lugo desde su aparición.
Finalmente, el heredero del difunto Hugo Chávez ha asumido como dictador, si entendemos esa palabra en su sentido
literal. Dictador es quién gobierna por dictado, el mandatario que asume todos
los poderes sin control legislativo. Eso está en el diccionario. Y en el ánimo
de la mitad de los venezolanos, al menos.
Además, Maduro lo admitió tácitamente tras recibir de la
obediente Asamblea Nacional, dominada por gobiernistas de convicción o de pago,
los superpoderes excepcionales que pidió para uno año, al afirmar entre
fanfarrias y fuegos artificiales: «Me han dado mano de hierro» y amenazar
seguidamente a la «burguesía parasitaria», que no es otra cosa que el saco donde
mete a todos los cuantos tienen algo en su contra. Por lo menos la media
Venezuela contra la que gobierna.
La falsa democracia —o la democracia caricaturesca—
venezolana ha sufrido otro retroceso. Maduro, con sus limitaciones evidentes,
sus ocurrencias exotéricas, sus disparatadas salidas de tono, sus peroratas
cansinas y una cadena de despropósitos sigue dando palos de ciego. Los hilvanes
de la convivencia están reventados tras casi quince años de desatinos. La
economía esta en la lona. Hay despilfarro de dinero público, carestía, escasez,
corrupción desbordante, precariedad en los servicios públicos y muchísimos asesinatos. Pero la culpa siempre es de los
otros, aunque este régimen ya dura quince años. En un lapso de tiempo semejante, Alemania y Japón, devastadas por la Segunda Guerra Mundial, emergieron como potencias de primera línea. Venezuela, en cambio, en tres lustros es una nación deshecha.
Antiguos amigos y valedores de Chávez, como
el intelectual germano-mexicano Heinz Dieterich, han advertido que Maduro tiene
los días contados si no adopta medidas «inteligentes y drásticas», que el
actual mandatario y sus palafreneros parecen incapaces de tomar, a juzgar por
los hechos.
El chavismo se ha convertido en pura «retórica sin
contenido ni sentido; el modelo económico «ha colapsado»; la fantasía
bolivariana «implosiona».
franciscorfigueroa@gmail.com
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