Ratzinger y los asesinos de santos
Se trata de una historia real, un trabajo periodístico con el asesino de una monja que tiene fecha fija para subir a los altares, publicado por la revista «IstoÉ», una de las más leídas en Brasil.
Para mucha gente común, la monja brasileña Lindalva Justo de Oliveira es santa desde el instante en que murió, con 39 años, desangrada por las 44 puñaladas que, por despecho y atacado de locura, le dio, el día de Viernes Santo de 1993, Augusto da Silva Peixoto, de 45 años, que estaba acogido en el asilo de ancianos donde la religiosa trabajaba.
A los catorce años de aquel crimen el asunto recobra interés con ocasión de la visita del papa Ratzinger a Brasil y de la canonización, en São Paulo, del primer santo brasileño: el franciscano Antônio de Sant’Anna Galvão, el popular fray Galvão, muerto en 1822 y a quien el pueblo lleva casi un siglo venerando. Es cuanto menos paradójico que el Vaticano haya mantenido sin un santo al país donde la Iglesia católica más fieles tiene. Quizás por ello se apresta a beatificar próximamente a otros tres brasileños, uno de ellos la hermana Lindalva, que será hecha venerable en noviembre.
Lo de fray Galvão ha llevado un siglo mientras se producían «milagros» y los certificaba la Congregación para la Causa de los Santos, el tribunal que determina la idoneidad para la gloria de los altares. En el caso de la hermana Lindalva el Vaticano aplicó la vía rápida declarándola «mártir» por haberse mantenido fiel a la fe cristiana antes que sucumbir a las embestidas sexuales de Peixoto. Siendo así no hacen falta los milagros.
A veces el Vaticano también acelera los trámites de la canonización por la vía política, como en el caso del fundador del Opus Dei, Josemaría Escrivá de Balaguer, que alcanzó los altares, milagrería alegadamente «confirmada» por medio, con notable celeridad, al ser beatificado tan solo a los 17 años de su fallecimiento. Una década después subió de escalafón al ser proclamado santo. Fue ese un caso muy sorprendente, teniendo en cuenta que hay más de dos mil causas en la sala de espera del cardenal portugués José Saraiva Martins, el presidente del tribunal vaticano que dictamina sobre la santidad.
Otras veces los trámites para la santidad se enredan y paran asímismo por causas políticas, como en el caso del asesinado arzobispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero. Sorprende, además, que esto ocurra cuando el Vaticano hace gala de un furor santificador desde hace 30 años. Solo Juan Pablo II, en sus 26 años de papado, elevó a los altares a casi quinientos, más que sus 263 antecesores juntos. Toda una proeza. La fábrica de santos sigue activísima con este papa alemán, quien en sus dos años de pontificado ya ha canonizado a casi cincuenta. Y los que vienen.
La celeridad del Vaticano en las causas del español Escrivá de Balaguer o de la brasileña Lindalva Justo de Oliveira contrasta, pues, con una calculada lentitud en el caso del arzobispo Romero, quien fue asesinado por un francotirador, en 1980, mientras oficiaba misa en San Salvador. La instrucción de su proceso de beatificación comenzó en 1985 y concluyó en 1996. Como en el caso de la monja brasileña, tampoco en el de Romero, desde el punto de vista de las normas del Vaticano, se hacía necesaria la milagrería pues murió dando testimonio de la fe cristiana.
En el avión rumbo a São Paulo, el papa Ratzinger ensalzó la figura de Romero y afirmó que «merece la beatificación». El problema, explicó, es que una «corriente política» –léase la izquierda latinoamericana y los seguidores de la Teología de la Liberación, que está condenada por él y por su antecesor– pretendían «aprovecharse injustamente de su figura». Para muchas personas el asesinado arzobispo salvadoreño es «un alma bendita» y como «San Romero» lo tratan desde hace años.
El Vaticano ha dado algunas explicaciones sobre porqué Romero aún no ha sido beatificado. Una ellas es que quería saber antes si su asesino actúo por odio a la fe o por motivos políticos.
En el caso de la hermana Lindalva, de acuerdo a los parámetros de la Iglesia, la muerte fue causa de su compromiso con la fe católica, sin analizar que seguramente si la mujer no hubiera estado consagrada a Dios posiblemente tampoco habría aceptado como amante al hombre demente que finalmente la asesinó. En sus impresionantes declaraciones periodísticas, hechas un año después de haber salido del manicomio, Peixoto confiesa que la mató en un ataque de celos y de pasión porque la monja le había dicho que amaba a otro. Pero no le explicó que se trataba de una unión espiritual y que ese otro era Cristo. En su ofuscación, Peixoto creía que ella amaba a «Corazón», un interno así apodado por ser cardiaco y al que la monja prestaba una atención especial. De modo que cosió a puñaladas a la monja sencillamente por celos, como posiblemente habría hecho en las mismas circunstancias con cualquier mujer que lo rechazara. Consumado el asesinato, Peixoto se sentó a esperar a la policía, fumando un cigarrillo, mientras limpiaba en el pantalón la cuchilla y la sangre corría por los 27 escalones que separaban el lugar del crimen de la calle, en Salvador de Bahía.
Peixoto fue tratado por la justicia como loco. En el manicomio se hizo evangélico, igual que tantos y tantos otros brasileños. La sangría de fieles que sufre la Iglesia católico en Brasil hacía los movimientos evangélicos ha sido precisamente el motivo de la visita que ha hecho Benedicto XVI, en un intento de cortar esa hemorragia.
La Iglesia ha adornado el caso diciendo que las 44 heridas que fueron contadas por los forenses en el cadáver de la monja son exactamente el mismo número que sufrió Cristo en su pasión y muerte: los 39 azotes y las cinco llagas de la crucifixión.
Pero el asesino del arzobispo Romero no tuvo motivos, aparte el dinero, y parece que no supo de quien se trataba hasta que lo tuvo a punto en la mira telescópica de su fusil del 22. Cuando llegaron a la puerta de la capilla del Hospital de la Divina Providencia, donde Romero decía misa, exclamó, según el único testigo: «No puedo creerlo, voy a matar a un cura». Era un asesino contratado por la extrema derecha salvadoreña para liquidar a un prelado comprometido con el pueblo, que predicaba con ardor contra la represión desmedida y los numeroso atropellos abominables a la gente común por parte de las fuerzas de seguridad del gobierno militar y los escuadrones de la muerte, así como a favor de la democracia y los derechos humanos.
El capitán Álvaro Rafael Saraiva –lugarteniente del mayor Roberto D’Aubuisson, ya fallecido– fue declarado por un tribunal estadounidense civilmente responsable del homicidio del arzobispo. Él fue quien organizó el asesinato de Romero, que encomendó al sicario, cuya identidad aún es una incógnita. Del pistolero solo se sabe que era «un hombre alto y barbado, de buen ver que hablaba correctamente el español, como cualquier salvadoreño» por la descripción que hizo el único testigo, el chófer de Saraiva, Amado Antonio Garay, quien condujo el Volkswagen rojo de cuatro puertas desde cuyo asiento trasero el francotirador abatió al arzobispo de una certera bala «Dum-Dum», disparada al corazón en el mismo instante de la eucaristía.
Considerado uno de los puntales de la Teología de la Liberación, que el papa Ratzinger tanto detesta, un mártir de la causa de los pobres y también un santo por infinidad de creyentes, va a resultar cuanto menos curioso que la actual jerarquía del Vaticano, tradicionalista y fundamentalista como es, canonice a un personaje con las acusadas características de Romero, capaz de despertar tantas reacciones.
El defensor de la causa del arzobispo salvadoreño, monseñor Vicenzo Paglia, afirme que aquel desconocido «hombre alto y barbudo» actúo porque «odiaba la fe cristiana de Romero», pero la verdad parece que disparó contra él como podía hacerlo contra cualquier otra persona, en su condición de pistolero a sueldo. Por lo demás, si algún día apareciera quizás pudiera aclarar si para él había también otros motivos.
Si Romero sube a los alteras la Teología de la Liberación estará reivindicada. La Iglesia progresista en general tendrá un santo patrón y se sentirá vivificada, con nuevos bríos para proseguir con el trabajo que aún hoy hace en muchas partes de América Latina. Aquí cuadran las explicaciones dadas en el avión por Benedicto XVI sobre su temor a la utilización política de la figura de Romero.
Por los menos la Iglesia anglicana no tuvo miedo. Lo escogió como ejemplo y modelo entre los diez mártires del cristianismo más representativos del siglo XX. Desde 1998 su estatua está en la fachada de la abadía de Westminster.
Francisco R. Figueroa
Rajozy
Las primeras encuestas anticipan que el mapa político español cambiará posiblemente muy poco, es decir, que socialistas y conservadores mantendrán sus actuales cuotas de poder en ayuntamientos y gobiernos de las regiones autónomas. En cuatro de éstas: Andalucía, Cataluña, Galicia y País Vasco, no tocan.
El objetivo confesado del Partido Popular (PP) es derrotar al Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Aunque solo fuera por un puñado de votos, los conservadores aplicarían conclusiones al escenario de las generales con la idea de agrandar para entonces la brecha que les separa de sus rivales y le aproxima de nuevo al poder. Los socialistas también plantean esos comicios como unas primarias, al menos tácitamente. Una derrota del PP, aunque solo sea insinuada, da un nuevo resuello al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, a quien posiblemente
no le llegaría la camisa al cuerpo si las generales fueran ahora.
De entrada estos comicios han sido presentados por ambos partidos como un choque de locomotoras entre ambos líderes. El contenido de los discursos de campaña, como se ha demostrado en los primeros días, tiene más que ver con los grandes asuntos nacionales, los temas que enconan el día a día, que con cuestiones domésticas propias de ediles o de los administradores regionales.
Rajoy ha citado como ejemplo a imitar a Sarkozy, de quien se ha proclamado socio político, igual que de la alemana Angela Merkel. El espíritu de Sarkozy anda de la mano de Rajoy, quien como el nuevo gobernante galo habla de cosas como ambición, seguridad, ilusión y nación española, aunque se cuida de mentar otras que han sido asumidas con naturalidad en Francia pero que en España seguramente levantarían ronchas y expondrían al líder conservador como un extremista de derecha.
El arranque de campaña del PP tuvo lugar en la Plaza de Colón, de Madrid, a dos manzanas de su sede nacional, y la arena donde el conservadorismo ha librado sus mayores batallas de masas contra el gobierno de Zapatero, delante de la inmensa bandera española que allí fue colocada en los tiempos que gobernaba José María Aznar.
La derecha española acude a estas elecciones aún con la indigestión de la derrota inesperada que sufrieron en las generales del 2004, que no han sabido asimilar hasta el punto de que después de tres años largos sigue tratando al gobierno socialista como a un impostor y le ningunean la legitimidad democrática que lógicamente tiene. El discurso sin mesura contra el gobierno socialista caracteriza a muchos de sus líderes del PP como pendencieros. Si el bochinche produce rédito electoral, las urnas no dirán. La posición asumida por el PP ha radicalizado también a su electorado, al tiempo que el partido parece distante del centro político que ocupó hace unos quince años y que fue lo que finalmente lo que le dio el poder.
Los dirigentes del partido derechista español parecen así colocados en la disyuntiva de ganar o irse. Si pudieran presentar como una victoria clara el resultado de estas elecciones locales y regionales tendrán posibilidades más claras dentro de un año en las generales. Sin embargo, una derrota les deja ante la posibilidad de permanencer otra legislatura en los cuarteles de invierno y supondría el canto del cisne para los radicales que ahora están en el cogollo dirigente del partido. Claro que tratándose de elecciones municipales, donde se pueden echar las cuentas como mejor convengan, contando votos, ediles o cantidad de municipios, y dado que las regionales no se celebran en las autonomías políticamente más importantes, queda bastante margen para que los números bailen al compás que se le quiera marcar.
La derecha española ha pasado por distintas etapas desde la transición. Primero, la rama joven del franquismo imprevistamente ocupó el centro en compañía de algunos elementos de la oposición más moderada a la dictadura franquista. Fue aquel navío del cambio democrático llamado UCD (Unión del Centro Democrático). En tanto, los franquista y nostálgicos del viejo régimen quedaban extraviados en su propio tiempo, hasta que con el agua al cuello se agarraron a los restos que quedaron flotando en el naufragio de la UCD. Se constituyó en los años ochenta del pasado siglo un nuevo partido que fue aglutinando todas las fuerzas desde la extrema derecha hasta el socialismo. Esa nueva derecha pasó por varias etapas antes de tonarse electoralmente potable. Primero se «desfranquizó» y después tuvo que «desfragizarse» cuando se vio la imposibilidad de alcanzar el poder mientras llevara el timón el veterano caudillo Manuel Fraga. El nuevo partido estuvo en condiciones de asaltar con éxito el poder con su tercer nuevo joven líder, José María Aznar, y en unos momento en que el gobierno socialista que encabezaba Felipe González se ahogaba en las bilis de la corrupción. Con Aznar al frente, el partido refundado y un programa centrista, el PP tocó el poder en 1993, lo logró en minoría en 1996 y lo consolidó con la mayoría absoluta del 2000. Entonces se le cayó la careta al falso liberal. Aznar y su partido mostraron su rostro más derechista tanto en lo interno como en las relaciones internacionales. Claro que ese es su estado natural, que se diferencia notablemente de sus pares franceses, para quienes el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen hace de tapón de continencia. Sin embargo, a la derecha del PP solo está el vacío.
Maestro de la ambigüedad, Rajoy acostumbra a dar una de cal y otra de arena. Hay veces que parece un líder moderado, de centro; pero otras da la impresión de ser el prototipo de dirigente de lo que algunos llaman «la derechona». Sentando sobre el muro, Rajoy finalmente tendrá que saltar o acabarán tumbándole. La cuestión es si acierta de lado. Por la derecha tiene a Aznar y sus acólitos, guardianes de la ortodoxia y las esencias del PP. Por la otra, un centro indefinido en el que el exitoso alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, que debe salir robustecido en estas elecciones, vela armas a la espera de su oportunidad de liderazgo, que choca frontalmente con la vieja guardia «pepera». Si Rajoy salta hacia este lado, quizás tenga que dedicarse a la tarea de
«desaznarizar» al PP, del mismo modo que su dia el Partido Socialista tuvo que ser «desfelipizado».
Un resultado electoral poco favorable o que no pueda ser presentado nítidamente como una victoria, podría llevar a Rajoy a enrocarse en posiciones más conservadoras y beligerantes. Una victoria presentable puede animar a los combativos dirigentes del segundo y tercer escalón del PP, de obediencia aznarista, a considerar que la razón le asiste y que todo se reduce a darle más caña al gobierno para ganar las elecciones generales del año próximo.
Los comentaristas stán de acuerdo en que España no es Francia ni Rajoy es Sarkozy, aunque se haya saltado a la grupa de su caballo ganador.
Francisco R. Figueroa
Réquiem por la Teología de la liberación
Joseph Alois Ratzinger, el 265º romano pontífice y sexto papa alemán, de 80 años, va a inaugurar, el 13 de mayo, en el santuario mariano de Aparecida, hacia donde los católicos brasileños orientan su fe, la quinta Celam, que reunirá durante 18 días a unos 200 obispos. De la segunda conferencia (Medellín) –la liberación del hombre, el compromiso con la pobreza y la justicia social– y la tercera (Puebla) –reafirmación de la opción por los pobres– surgieron las bases de la Teología de la liberación, un enfoque que el conservadorismo romano considera marxista, un catolicismo revolucionario que detesta el actual papa, un cura dogmático, tradicionalista, de ideología rancia, que fue el furibundo brazo armado de la Iglesia contra ese movimiento en sus tiempos al frente del antiguo Santo Oficio de la Inquisición, desde 1981 al 2005, época en la que persiguió y redujo a casi 150 teólogos. Hoy los capataces de la ofensiva en América Latina son los cardenales colombianos Alfonso López Trujillo y Darío Castrillón, y el mexicano Javier Lozano Barragán, que están en las antípodas de los prelados impulsores de ese catolicismo revolucionario liberador, entre ellos Helder Cámara, Óscar Arnulfo Romero, Juan Gerardini, Leonidas Proaño, Samuel Ruiz, Paulo Evaristo Arns, Sergio Méndez Arceo, Raúl Silva Henríquez o Pedro Casaldáliga.
En Aparecida Benedicto XVI tratará seguramente de orientar las discusiones hacia cuestiones relacionadas con los valores esenciales del catolicismo. Serán nuevas directrices a un episcopado latinoamericano dominado hoy por el conservadorismo y la mediocracia, el Opus Dei y otros movimientos ultramontanos tras las renovaciones habidas durante el largo papado de veintiséis años y medio de Juan Pablo II, uno de cuyos brazos armados fue precisamente Joseph Alois Ratzinger, antiguo miembro de la juventudes hitlerianas.
Las tensiones entre conservadores y progresistas posiblemente van a aflorar en Aparecida, sobre todo por venir precedida esta conferencia de la censura al jesuita Jon Sobrino, el teólogo español afincado desde hace medio siglo en El Salvador y uno de los mayores exponentes actuales de la Teología de la liberación que ha sido reducido al silencio, en marzo último, por orden vaticana. Sus enseñanzas fueron calificadas de «erróneas y peligrosas».
El ex sacerdote franciscano brasileño Leonardo Boff, uno de los fundadores y activísimo impulsor de la Teología de la liberación, no duda que así será con un pontífice que propugna el tradicionalismo, que gusta del rito latino, que es contrario a los homosexuales y partidario de excomulgar a los divorciados que vuelvan a casarse, aparte de estar de oficio en contra de los matrimonios gays, el uso de anticonceptivos aunque haya riesgo de que se contraigan enfermedades mortales, de que los curas dejen el celibato, de que la mujer acceda al sacerdocio, del aborto y de la eutanasia.
La censura a Sobrino tiene un significado político clarisimo y un mensaje de advertencia a quienes siguen la Teología de la liberación. Los especialistas opinan que Ratzinger culpa a la Teología de la liberación de la debilitcion de la Iglesia en América Latina. Uno de los objetivos de esta primera visita a América Latina de Benedicto XVI es, precisamente, renovar la fe católica y revetir la tendencia de pérdida de fieles. La conferencia episcopal debia habere realizado en Quito, pero el papa ordenó significativamente mudarla a Brasil, el país con una mayor concetración de católicos en América y donde la Iglesia romana pierde adeptos de forma acelerada.
En esta quinta conferencia general del episcopado latinoamericano, con unas iglesias nacionales dominadas por los ultramontanos, deben imponerse las tesis doctrinales tradicionalistas y neoconservadoras de Benedicto XVI. La Teología de la liberación debe ser de alguna manera rechazada como maléfica para los fieles. La opción por los pobres pasará a mejor vida. Leonardo Boff asegura que esa teología «esta viva y seguirá con vida», que el Vaticano no la va a volver a condenar porque ya lo hizo y que, además, se ha dado cuenta de que «ha perdido la batalla» contra ella. Boff riega su tesis señalando que este papado es de pura transinción y que Ratzinger no tiene un proyecto propio de Iglesia. Sin embargo, admite que el golpe dado a Jon Sobrino tiene como objetivo evitar el resurgimiento de las ideas de Medellín sobre liberación y de Puebla sobre la opción por los pobres.
Francisco R. Figueroa
Aznar apura la botella
José María Aznar ha dejado constancia de que le gusta apurar la botella y que cuando bebe se embala si se trata de atacar al Gobierno socialista.
Las palabras que el político conservador pronunció aparentemente bajo los efectos del vino, durante el homenaje que le dieron unos bodegueros castellanos, pusieron de manifiesto un talante bravucón y falta de responsabilidad de alguien que ha desempeñado la presidencia del gobierno de España, según todos los comentarios.
Aznar arremetió contra la campaña que la Administración socialista lleva a cabo sobre los excesos de velocidad y los riesgos del alcohol al volante. «A mi no me gusta que me digan que no puedo ir a tanta velocidad ni beber vino. (…) Déjeme que beba tranquilo, mientras no ponga en riesgo a nadie ni haga daño a nadie (…), dijo Aznar, quien defendió la necesidad de dejar a los ciudadanos tomar sus propias decisiones porque «en eso consisten la libertad y la responsabilidad individuales».
Pero una cosa es defender el consumo de vino, que, por cierto, se extiende como producto de prestigio social y cultural, y que cada día que pasa hay en el mercado mejores caldos, y otra mezclar atolondradamente su consumo con la conducción de vehículos en una España donde en promedio ocho personas mueren diariamente en accidentes de tráfico –eran once en 2003–, el 70% de los accidentes se deben a causas humanas y en uno de cada tres percances está presente el consumo de alcohol.
Las palabras de Aznar desataron encendidas polémicas en España. Entre centenas de comentarios de Internet se pudo leer: «Aznar iba borrachete y le ha salido el chulo que lleva dentro». Y en otro: «Si no estaba borracho, es que se ha vuelto loco». Las fotos del acto donde habló Aznar, publicadas en la prensa, parecen bastante elocuentes.
Una asociación de víctimas de las carreteras ha exigido que Aznar se disculpe ante los miles de familiares de personas que han fallecido por culpa de otros que iban bebidos. «Le importa poco la vida de las personas» (…) «Es un frívolo, pese a su aspecto adusto» (…) «Podría haber hecho apología del terrorismo en la carretera» (…) «Es sumamente irresponsable», le han dicho.
Voceros del Gobierno ha hablado también de «irresponsabilidad» por parte de Aznar, de que sus palabras fueron «repulsivas», «inauditas», «antisociales» e «impresentables de que habló «bajo los efectos euforizantes del vino» y de que al jubilado político derechista «las vidas humanas le importan poco». Para los socialistas, las palabras de Aznar son una dulce pera al vino en medio de la campaña para las elecciones regionales y municipales que habrá a fin de mayo.
Antes de que amainara la tormenta, Aznar mandó a un allegado a matizar que «en ningún momento quiso minusvalorar el riesgo de mezclar alcohol y conducción» y que cuando gobernó adoptó contra los excesos de alcohol al volante.
El peso de Aznar en la vida española es desmesurado para ocupar un cargo honorífico en el derechista Partido Popular (PP), al que mantiene aún amarrado hasta el punto de que condiciona a Maria Rajoy en su búsqueda por el espacio de centro que su liderazgo necesita. Aznar dicta la ideología de derechas y Rajoy aguanta el tipo. Por cierto, Rajoy ha eludido pronunciarse sobre las palabras de Aznar.
Echan a Paulo Coelho a la hoguera
El suplemento «El Cultural» de los jueves del diario madrileño «El Mundo» ha condenado literariamente a Paulo Coelho, a propósito de una nueva edición de su celebérrimo libro «El alquimista», que apareció en 1988.
Se trata de una sentencia festiva, pero que cumple el objetivo de descuartizar al afamado y simpático autor brasileño, cuyo valor literario es puesto frencuentemente en entredicho, incluso en su propia tierra.
«El Cultural» imputa, por ejemplo, a Coelho el «despiadado uso de armas de destrucción masiva», que, según afirma con ironía, han causado millones de víctimas: sus lectores. El autor de la sentencia maneja la cifra de 23 millones de ejemplares vendidos de «El alquimista», pero según Coelho han sido hasta ahora 30 millones. El autor brasileño, que cumplirá en agosto 60 años, lleva vendidos el fabulosa número de 85 millones de ejemplares de todos sus libros, desde «El diario de un mago» a «La bruja de Portobello». Sin duda es una poderoso producto de mercadotecnia.
Nadie duda, pues, del don natural de Coelho para los negocios. Quienes lo conocen saben de sus dotes de engatusador, de su habilidad como malabarista y de su propensión al autobombo, cualidades que le han ayudado notablemente a ganar fama y fortuna.
Lo que «El Cultural» y Rafael Reig, el «juez» de la intitulada «Sala Segunda de lo Editorial», cuestionan, entre lo serio y la broma, es la idoneidad literaria del autor, de quien dice que «se hace pasar por mago, alquimista, peregrino, telépata y escritor». «A cada generación –agrega la «sentencia»– le corresponde un azote alegórico de espiritualismo fraudulento y pomposo». A otras les han tocado, por ejemplo, autores como Khalil Gibran o Richard Bach y a ésta Paulo Coelho.
Del mismo modo, en Brasil abundan los críticos del escritor carioca, que hablan de él como un fenómeno de masas y un autor menor, aunque en el 2002 cumpliera, tras un muy notable esfuerzo de relaciones públicas, el sueño de entrar a la inmortalidad literaria por la puerta de la Academia Brasileña de las Letras. Poco tiempo después de su ingreso a la Academia apareció la novela «Once minutos», una histórica parabólica de María, una prostituta brasileña en Europa. En ciertos ambientes de Río de Janeiro cundió el siguiente chiste:
–¿Tu sabes qué es Once Minutos?, pregunta uno.
–¡Claro! –responde el interlocutor–. Once Minutos es la última novela de Paulo Coelho y la ha llamado así porque el acto sexual dura más o menos eso.
–¡Que va; no, no! –replica el primero–, te equivocas. Once Minutos es exactamente el tiempo que tarda en caérsete de las manos la última novela de Paulo Coelho... Y tómate más tiempo que él para hacer el amor.
Otra idea bastante generalizada en aquel tiempo en Río de Janeiro era que los libros de Paulo Coelho en el extranjero eran menos malos que los publicados en su lengua materna en Brasil porque los traductores los mejoraban notablemente. Hay que decir que Paulo Coelho está traducido a casi sesenta idiomas.
Desde luego, la «sentencia» de «El Cultural» no deja títere con cabeza. Descuartiza en todos los sentidos al afamado «Guerrero de la luz». La misma página periodística había condenado anteriormente a Coelho por «los delitos de esoterismo de guardarropía», algunas cuestiones gramaticales elementales, «cursilería desaforada, estulticia manifiesta y fraude flagrante y masivo».
Ha sumado a ello ahora, siempre según «El Cultural», los «delitos» de «estragos, riesgo catastrófico, uso de armas de destrucción masiva y corrupción de menores», esto último porque esa nueva edición de «El alquimista» va dirigida a jóvenes.
Paulo Coelho, que en los últimos tiempos parece preferir su casa de Saint Martin, en los Pirineos franceses, cerca de Tarbes y del santuario mariano de Lurdes, al espléndido apartamento en Río de Janeiro, de espectacular vista en un octavo piso en la playa de Copacabana, ahora es también actor y parece que se interpreta casi a sí mismo. Interviene en una telenovela de la televisión «Globo», de próximo estreno, en la que hace lo que más le gusta: de mago.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
www.apuntesiberoamericanos.com
Sin noticias de dios
Se desinflaron las espectativas creadas por el gobernante boliviano, Evo Morales, al anunciar como seguro que el «compañero Fidel» reaparecería en sus funciones de gobernante este Día Internacional de los Trabajadores, tras nueve meses de baja por enfermedad.
La expectación era tan inmensa que las agencias internacionales, al ver que los actos oficiales por la festividad comenzaban sin Castro, dejaron aún abierta la esperanza. En avances informativos transmitieron que la celebración se iniciaban sin la presencia de Castro, como dando a entender que aún el octogenario dirigente cubano podía aparecer a cualquier momento. No fue así.
El comandante en jefe solo se mostró en espíritu, en su nueva faceta como articulista, con otro trabajo –el cuarto– publicado en la prensa oficial, en el que carga nuevamente contra los biocombustibles, para mayor mortificación del presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva. «Lo que se impone es una nueva revolución energética», tituló. «Nada me anima contra Brasil, pero guardar silencio sería para mí optar entre la idea de una tragedia mundial y un supuesto beneficio para el pueblo de esa gran nación», escribe Castro, que fustigó mayormente a Estados Unidos, como siempre.
De nuevo, el comandante en jefe no habló de su regreso. En su corte nadie tampoco lo hizo, ni claro está el adusto y frío Raúl, su heredero provisional. En la plaza de la Revolución únicamente resonaron las palabras del líder sindical Salvador Mesa, que habló del perínclito líder que «con proverbial sabiduría ha guiado durante cincuenta años al pueblo cubano».
Si está recuperado ¿qué espera entonces para reaparecer? Fidel Castro tienen un sentido teatral desmedido y –como afirma su hija, Alina– es un actor consumado, que a sus ochenta años conserva una inteligencia brillante y una aguzada visión de las cosas. De modo que para su retorno hallará la oportunidad.
En público nadie le ha visto desde el 26 de julio del año pasado, en unos actos en el oriente de Cuba de los que fue derecho al hospital y al quirófano. Luego vino todo el espectáculo de su enfermedad, durante la que parece seguro que le vio la cara a la muerte. Esto puede que le haya cambiado personalmente, pero no al punto de que ese Castro vuelto a la vida cambie sus decisiones porque siente que navega entre tiburones, como le ocurre al Fidel imaginado en la película «I love Miami», del mexicano Alejandro Gómez Padilla, que acaba de ser estrenada.
Son nueve meses ya durante los que muy pocos han viso físicamente al presidente cubano. Las últimas imágenes, tomadas el pasado 20 de abril con un dirigente chino, mostraban un Castro muy mejorado, distinto de aquella esfinge macilenta que comúnmente aparecía en fotos al lado del mandatario venezolano, Hugo Chávez, quien se proclama su hijo político.
Este 1º de mayo en La Habana, Fidel Castro no fue más que el reflejo pálido de sus días de gloria en carteles de propaganda, una sombra senil alargada que seguramente, como ocurrió con tantos dictadores endiosados, será derribado por su propio pueblo del pedestal que ahora ocupa.
Francisco R. Figueroa
Nueva vuelta de manivela en la revolución chavista
El anuncio, hecho en vísperas del Día del Trabajo, estuvo precedido por la cancelación a ambos organismos de la totalidad de la deuda venezolana, de unos 3.000 millones de dólares. Para Caracas, el FMI y el BM son «los cadáveres insepulto del viejo orden económico».
Ese orden mundial con el que Chávez pretende acabar fue establecido en julio de 1944 en la conferencia que tuvo por escenario el complejo hotelero de Bretton Woods, en News Hampshire, y refirmado en 1990 al nacer el llamado Consenso de Washington.
«Queremos decir adiós a las instituciones que impusieron sus recetas políticas durante años», dice Venezuela. «Hemos recuperado nuestra soberanía económica», proclama también.
Hugo Chávez pretende establecer un nuevo orden cuyos caballos de batalla son el ALBA (siglas de la Alianza Bolivariana para las Américas), que acaba de celebrar una cumbre de gobernantes –con Venezuela, Bolivia, Cuba y Nicaragua, más algunos estados caribeños como observadores– en Barquisimeto (Venezuela); el naciente Banco del Sur, al que naciones como Brasil se oponen, y, en general, las políticas de apoyo con petróleo barato y créditos blandos a las naciones latinoamericanas. Su motor es la empresa estatal de petróleos PDVSA que monopoliza la explotación de las ingentes reservas de crudo venezolanas y es una fabulosa máquina de producir dinero, a un ritmo diario de unos 120 millones de dólares (90 millones de euros)
El Gobierno de Caracas entiende que el afianzamiento de la soberanía nacional pasa por abandonar unos organismos neoliberales que, en su opinión, «nacieron para controlar a las naciones en vías de desarrollo». El Consenso de Washington, ideado para América Latina, tiene como pilares, junto a la disciplina fiscal y monetaria, la liberación del comercio y la entrada de inversión, y las privatizaciones. Dice Chávez que los países ricos imponen a los pobres el Consenso de Washington mediante el FMI y el BM, que son «los mecanismos del imperialismo».
Chávez preconiza todo lo contrario a lo que defiende el Consenso de Washington y las políticas fondomonetaristas y del BM. La toma desde hoy de los últimos campos petroleros explotados por empresas extranjeras es un paso más en su política exacerbadamente estatista y nacionalista, que incluye la toma por el control de actividades estratégicos como el eléctrico y las telecomunicaciones, así como de cuantos sectores se oponga a sus plantes revolucionarios, según las frecuentes amenazas que vierte.
«No dependeremos de lo que se decida en la Casa Blanca», clama Caracas. Actitudes como la que mantiene Estados Unidos en defensa a ultranza de la permanencia al frente del Banco Mundial de su presidente actual, Paul Wolfowitz, que fue «número dos» del Pentágono, halcón entre los «neocons» estadounidenses que rodean a George Bush y uno de los artífices de la invasión de Irak, acaban por darle argumentos a dirigentes como Hugo Chávez. La salida de Wolfowitz es un clamor entre lo diez mil empleados del Banco Mundial, naciones como las de la Unión Europea y decenas de ex directivos de la institución, por haberle subido considerablemente el sueldo (en unos 61.000 dólares al año) a su novia, Shaha Ali Riza, y promocionarla en el Departamento de Estado. Nepotismo por amor. El peso de Estados Unidos en la entidad (16,29%) es suficiente para que Washington bloquee las decisiones importantes, que se adoptan por mayoría del 85% del capital social de la entidad.
Chávez también ha amenazado con irse de la Organización de Estados Americanos (OEA) en el caso de que se pronuncie contra la decisión de su gobierno de no renovarle la licencia de emisión a Radio Caracas Televisión (RCTV), lo que supondrá el cierre de la televisora decana de Venezuela, con más de cincuenta años de funcionamiento, en una medida de carácter político debido a que mantiene una línea editorial contraria al gobierno y sus postulados socialistas radicales. «Si la OEA llega a condenar a Venezuela, pues Venezuela se retirará de la OEA», sentenció Chávez. En la OEA están todas las naciones latinoamericanas, a excepción de la expulsada Cuba debido a que carece de un régimen democrático.
Francisco R. Figueroa