Brasil: La fiera sigue al acecho

Francisco R. Figueroa 

✍️9/1/2024


Hace un año la democracia se salvó en Brasil al quedar neutralizada la embestida final contra ella de Jair Bolsonaro y sus huestes para provocar un alzamiento militar que depusiera al presidente Luiz Inácio Lula da Silva, quien una semana antes había inaugurado su tercer mandato.


Sin embargo, no fue una derrota concluyente y definitiva. La fiera de la extrema derecha continúa viva y activa, a la espera de asestar otro zarpazo en cuanto haya ocasión. 


Por eso, seguramente, Lula ha dicho, en el primer aniversario de aquella descabellada intentona golpista, que no habrá perdón para quienes atentaron contra la democracia. 


«El perdón sonaría como impunidad e impunidad como salvoconducto para nuevos actos terroristas en nuestro país», sentenció el mandatario izquierdista en un discurso, que pronunció en una zona simbólica del Congreso Nacional  especialmente damnificada durante el ataque.


En una entrevista periodística previa, Lula había señalado como responsable a Bolsonaro, quien para el momento de aquella asonada estaba huido virtualmente del país, a Estados Unidos, también para no pasar el bochorno de tener de traspasar el cargo a quien detecta inmensamente y cuya victoria electoral nunca ha reconocido.


«Hay un responsable directo, que planeó todo eso y que, cobardemente, se escondió y salió antes de Brasil. Fue el ex presidente de la República», dijo Lula.


Bolsonaro se quita de encima el mochuelo y contraataca hablando de que todo no pasó de «una artimaña de la izquierda», consciente sin duda de que nueve de cada diez brasileños repudia aquella acción golpista, pero también para robustecer la creencia en la conspiración izquierdista radical de la mitad de la población, un sector en el que el bolsonarismo pesca, agita y chapotea.


Bolsonaro ha sido inhabilitado políticamente por el Tribunal Supremo Electoral durante ocho años, por sus disparatados e imprudentes ataques al sistema de votación brasileño, cuya fiabilidad puso en solfa, primero en previsión de una derrota en las urnas y, tras los comicios, para justificar sus teorías insensatas de que había sido víctima de un fraude, si bien todas las demás fuerzas políticas e instituciones del país habían reconocieron tanto los resultados como la seguridad del sistema.


El exmandatario está siendo investigado por la Justicia como posible instigador y autor intelectual del alzamiento. Hasta el momento, una treintena de personas ha recibido sentencia, de hasta 17 años, entre más de dos mil detenidos.


El 8 de enero de 2023 las hordas bolsonaristas invadieron, organizadamente y ayudados por facilitadores militares y policiales, la Plaza de los Tres Poderes y tomaron al asalto las sedes de la Presidencia, el Congreso Nacional y el Poder Judicial, en una acción antidemocrática contra el resultado de las últimas elecciones, que su líder perdió, y en pos de una intervención militar golpista.


Según Lula, «las mentiras, la desinformación y los discursos de odio fueron el combustible» de la intentona, que de haber triunfado, señala él, hubiera representado «el robo de la voluntad soberana del pueblo brasilero, expresada en las urnas, la destrucción de la democracia, el caos económico y social, y el aislamiento del mundo».


Aquella lamentable acción disipó las pocas dudas que quedaban sobre el verdadero talante de Bolsonaro y su soldadesca, al tiempo que resultó un calco del asalto el Capitolio de Washington, exactos dos años antes, por las turbas trumpistas justo cuando el Congreso se disponía a certificar la victoria electoral de Joe Biden sobre el alucinado magnate Donald Trump, que perdía la Casa Blanca y estaba alzado en insurrección contra la hasta entonces sacrosanta vida estadounidense en democracia, no solo por haber puesto en tela de juicio el escrutinio sino por haber maquinado para que las autoridades competentes de varios estados de la unión invirtieran el resultado.


Bolsonaro es un personaje subyugado por Trump, fascinado por él, rendido a su ideario e imitador de sus estrambóticas políticas públicas. Aunque la realidad coloca a este excapitán excluido del Ejército, que hizo carrera en el lado oscuro de la política brasileña, como un militarista de tercera vía, chulesco, jactancioso y matón, en la línea del antiguo presidente filipino Rodrigo Duterte. 


Por lo demas, Bolsonaro fue un gobernante vano e incompetente, solo bueno para la agitación, la intriga y el provecho de su propia familia, y su presidencia resultó, a la vista de los resultados, destructiva para todos los aspectos de la vida nacional brasileña.


Desde que culminó el balotaje de las presidenciales, el 30 de octubre, y quedó clara la ajustada victoria de Lula, el incendio golpista, atizado por el propio Bolsonaro, se extendió por todo el país con bloqueos de las más  importantes vías de comunicación, acampadas multitudinarias frente a cuarteles en procura de una acción militar,  algaradas diversas, inacción de autoridades y fuerzas de seguridad  frente a los desórdenes, y una frenética actividad conspirativa y de agitación en las redes sociales y en numerosos medios bolsonaristas, dejando pequeña las llamadas campañas del odio y difamación contra Lula, su Partido de los Trabajadores, las izquierdas en general y el «comunismo» en concreto, que es el gran tacho de basura donde la propaganda bolsonarista mete a cuantos  identifica como adversarios.


El informe final de una comisión parlamentaria especial que investigó los hechos señala a Bolsonaro como máximo culpable de la acción golpista y solicita que también sean indiciados cinco de sus ministros y quienes entonces eran comandantes del Ejército y la Marina, de un total de 61 personas, la mitad de ellas militares.


Hasta el momento la Justicia ha dictado una treintena de condenas, tiene 29 juicios en desarrollo y 146 que comenzarán en abril. ✅


franciscorfigueroa@gmail.com


No hay comentarios:

Publicar un comentario