Sin piedad



Francisco R. Figueroa 

✍️ 17/10/22

Canibalismo, prostitución, pedofilia, religión, satanismo, zoofilia, masonería, bandidaje... 

Lo que aflora en plan salvaje en la campaña para la segunda vuelta de las presidenciales de Brasil confirma que se va a degüello, como dejé escrito que ocurriría. 

Aunque anoche, en el primer debate televisado de esta segunda vuelta, tanto el presidente Jair Bolsonaro como su rival, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, empataron en moderación, con los exabruptos justos: mentiroso, corrupto, amigo de bandidos, dictadorzuelo, rey de la estupidez y por ahí nomás. 

Las frecuentes tarjetas rojas mostradas a ambos candidatos por las autoridades electorales evidencian la virulencia en la campaña. Desde el aparato proselitista de Lula, Bolsonaro fue culpado de ser proclive al canibalismo, la zoofilia y la pedofilia por diferentes declaraciones en las que habló de esos temas con el desparpajo del bocazas irrefrenable, fanfarrón y presuntuoso que él es. 

Aparecieron viejas grabaciones en vídeo donde Bolsonaro admite ser capaz de comer carne humana y estuvo a punto de hacerlo, o habla de prácticas sexuales con animales en su juventud porque, adujo, no había mujeres disponibles. 

Y el presidente la lío, sobre todo, tras hablar de unas lindas adolescentes venezolanas, huidas de la debacle en su país, que le atrajeron cuando andaba en moto y que, según él, se prostituían en un suburbio de Brasilia. 

Todo un festín de acusaciones de baja estofa que las activísimas redes sociales agrandan y evacuan con celeridad junto con mentiras, patrañas, montajes, bulos, vulgaridades,  tergiversaciones, insidias, insultos y calumnias.

Además, el mandatario, que no mide sus palabras y es conocido por sus bajezas, trapacerías, cinismo, ofensas y falta de tacto, insultó a los habitantes del nordeste de Brasil, más proclives en las urnas a su adversario, y a los millones que viven en favelas tratando de perjudicar a Lula. 

Los dos se han acusado de satanismo, Bolsonaro a Lula de flirtear con la masonería y ambos han usado la religión, sobre todo el mandatario en las dos recientes romerías marianas más multitudinarias de Brasil. 

Los evangélicos, que son multitudes y votan masivamente a Bolsonaro, están en medio del campo de batalla. Hasta haber usado políticamente el cadáver de su anterior esposa, Marisa Letícia, le imputó Bolsonaro a Lula, que vino a describir al presidente como un gobernante desalmado e irresponsable durante la pandemia culpable de la mayoría de los 700.000 muertos que la plaga causó en Brasil. 

Una campaña, pues, plagada de golpes bajos, injurias e insidias y carente de propuestas o planes de gobierno para un inmenso país con 210 millones de habitantes, falto de equidad y preñado de bombas de tiempo. 

Predomina la explotación del odio y de la ignorancia, la manipulación descarada. Una antigua ministra de Bolsonaro y pastora evangélica, Damares Alves, habló desde el púlpito a favor de su líder refiriendo morbosamente y con lujo de detalles repugnantes supuestos casos de aberraciones sexuales con niños y bebés, sin aportar la menor prueba. 

Hay pastores evangélicos que han amenazado a sus fieles con el infierno y otros castigos divinos, y hasta con punir ellos mismos a quienes osen votar a Lula. 

Las encuestas vuelven a anticipar una victoria de Lula, pero nadie se fía dado el estrecho margen que separa a los candidatos (53 % a 47 %) y los errores de los institutos demoscópicos cometieron en la primera vuelta. 

A falta de trece días para que vuelvan a funcionar las urnas, todo vale, vale todo, como en aquella telenovela brasileña, y nada está escrito. 

Como afirma el cabeza de la Iglesia católica en Brasil, cardenal Odilo Scherer, son estos unos «tiempos difíciles» que le recuerdan al purpurado la ascensión de los regímenes totalitarios, particularmente el fascismo. Scherer lleva su propia cruz en esta guerra sucia: soporta una campaña acosado por «comunista» por usar vestimentas rojas. Ha tenido que salir a explicar que el color escarlata es distintivo de los cardenales de la Iglesia católica y nada tiene que ver con el rojo que identifica al Partido de los Trabajadores (PT) de Lula. 

La ignorancia anda suelta. ✔️

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