¿Desenlace fatal?

Francisco R. Figueroa

✍️27/10/22

Este domingo se producirá el desenlace de las convulsas elecciones presidenciales brasileñas. Pero la cosa puede no acabar con el escrutinio oficial. 

Si ganara Jair Bolsonaro al galope sobre la cresta de la ola conservadora que inunda Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva debe reconocer su derrota pues es un probado demócrata. El antiguo tornero, de 77 años recién cumplidos, no es ese émulo de dictador castrista y chavista que dibuja la desbordante actividad desinformativa de su contrincante, como demostró durante sus dos cuatrienios como presidente. 

Nada hay tampoco que huela a marxismo o socialismo radical en el programa electoral de Lula, pero eso no es un obstáculo para que sus adversarios le traten con un anticomunismo primitivo, propio de la Guerra Fría o de cuando los militares gorilas tomaban el poder en América Latina, como en el mismo Brasil en 1964, abriendo la temporada de golpes fascistas en la región. 

Los seguidores del antiguo lider obrero lamentarían la reelección de tan ominoso sujeto como es para ellos el antiguo capitán licenciado con deshonra, pero no se echarían a las calles a poner en solfa la idoneidad del sistema electoral y la paz ciudadana. 

Sin embargo, si Lula gana se organizará un quilombo morrocotudo que será mayor entre más pequeña sea la diferencia de votos. Una zapatiesta capaz de desestabilizar un Brasil con sus instituciones democráticas fragilizadas y partido en dos mitades irreconciliables, y con unas fuerzas militares y de seguridad ultraderechizadas que adolecen de convicciones democráticas, por decirlo suave, alimentadas por el discurso patriotero y de odio de Bolsonaro, sus desaforados hijos y un cúmulo de exaltados colaboradores. Todos ellos glorifican la antigua dictadura militar. 

En los cuerpos policiales, especialmente en la Policía Militar, de dudosa lealtad a las instituciones estaduales de las que dependen, predomina la corrupción, el atropello, las balas y el fervor a Bolsonaro. 

Sin contar a esa militancia bolsonarista, el núcleo duro, recalentado, sulfúrico, fanatizado, fascistoide, extremista, al que su líder ha enseñado que «la libertad se defiende con las armas», que han proliferado en los últimos años debido a las múltiples facilidades legales promulgadas por el mandatario. «Un pueblo armado jamás será esclavizado», proclama Bolsonaro. Y, ojo, ahora hay en Brasil más armas en manos de civiles que de militares y policías. 

El presidente del Tribunal Electoral, Alexandre de Moraes, acaba de ordenar a la Fiscalía que investigue si el bolsonarismo puede organizar un tumulto. Brasil no es Estados Unidos, cuyas instituciones pudieron soportar, malheridas, el embate terrible de Donald Trump al negarse a reconocer su derrota frente a Joe Biden y provocar hasta el asalto al Capitolio de Washington. 

Casi todas las encuestas de intención de voto para el balotaje dan como favorito a Lula, a quien apoyan líderes de izquierda como los gobernantes de España, Pedro Sánchez, y de portugués, António Costa. 

Pero la diferencia con Bolsonaro, de 67 años, respaldado por Donald Trump o el húngaro Viktor Orbán, es tan estrecha que prácticamente cabe en el margen de error de esos sondeos. 

En la primera vuelta, las pesquisas para las presidenciales no hicieron un pronóstico tan descabellado como afirman Bolsonaro y sus enfebrecidas huestes. Acertaron razonablemente con el porcentaje de Lula (48 %) pero infravaloraron a Bolsonaro en unos cinco o seis puntos porcentuales, a mi parecer en gran medida debido a que hubo bolsonarista encuestados que siguieron la consigna de su «mito» de engañar a los institutos demoscópicos, a los que detestan por llegar a conclusiones que, según ellos, causan «un perjuicio intencional» al actual presidente de Brasil para «beneficiar» a su contrincante que tildan de «comunista, ladrón y expresidiario».

Ese fenómeno de mentiras bien ha podido repetirse –incluso aumentado– en los sondeos de la segunda vuelta. Luego hay que mirar esas encuestas con cautela, tanto por si yerran como por si están desvirtuadas a causa de respuestas mentirosas. 

La larguísima campaña electoral ha sido muy cruda y embarrada, y ha estado plagada de golpes bajos, trucos, fullerías, embustes, enredos, engaños, falsificaciones, ordinarieces, chulerías y farfolladas. La religión, la fe y la ética fueron prostituidas, mientras el papa Francisco dice que reza para que «el odio, la intolerancia y la violencia» abandonen Brasil. El Tesoro nacional ha sido despilfarrado y abusado desmedidamente el aparato federal por un gobierno ventajista. 

Las redes sociales se asemejan a sumideros de aguas fecales porque la mentira es sinónimo de Bolsonaro y por parte de Lula le han correspondido. 

Muchos medios de comunicación riñeron con la objetividad, exactamente igual que durante la conturbada campaña que acabó con Lula condenado y en la cárcel, en 2018, en un proceso por alegadas corruptelas que el Tribunal Supremo acabó anulando. 

Hasta en diversas partes de Brasil, patronos fueron multados por imponer el voto a sus trabajadores y los hay que amenazan con despidos masivos si gana Lula. 

Así están las cosas. ✅

franciscorfigueroa@gmail.com

Bolsonarista de pura cepa a tiros con la policía


Francisco R. Figueroa

✍️23/10/2022

Lo que aquí cee narra solo una pequeña muestra de lo que hay en torno al presidente de Brasil, Jair Bolsonaro. Y oara muestra vale un botón.

Un veterano político y notorio aliado suyo ha recibido este domingo a tiros a los agentes de la Policía Federal que fueron a su casa a detenerle por orden del Tribunal Supremo. Había violado las condiciones de arresto domiciliario al que está sometido desde enero sujeto a un grillete electrónico, tras haber sufrido cárcel, de nuevo en su vida.

Roberto Jefferson (69) hirió a dos de los agentes, que actuaban en cumplimiento de órdenes de un magistrado del Supremo. Explicó en un video que no se iba a entregar, que tendrían que matarle, que era «víctima de la arbitrariedad y el abuso», que obraba «en nombre de la libertad y la democracia», que quería «ver plantada en la cima del mundo la cruz de Cristo» y que, por tanto, enfrentaba a balazos a los policías y «a la tiranía». Mientras, su esposa le imploraba con desesperación.

«Dios, patria, familia y libertad»,  dijo repitiendo el eslogan más cacareado por Bolsonaro. No sólo hizo unos veinte disparos con un fusil; también lanzó contra los agentes dos o tres granadas, posiblemente aturdidoras. No podía tener en su poder armas ni tampoco usar las redes sociales por las medidas cautelares. 

Sin embargo, se descolgó por una cuenta de su incendiaria hija Cristiane Brasil, una política que en 2018 tuvo anulado su nombramiento como ministra de Trabajo por los numerosos escándalos en los que estaba involucrada. Roberto Jefferson difundió un vídeo en el que hostigaba y ofendía a una jueza del Supremo, además de atacar a la propia corte y al sistema electoral brasileño, a una semana de la segunda vuelta de las elecciones, en las que Bolsonaro busca la reelección en apretadísima disputa con el exmandatario de izquierdas Luiz Inácio Lula da Silva. 

En su diatriba, trató como «prostituta» y «bruja»  a la magistrada por una decisión contraria a la cadena bolsonarista de televisión y radio Jovem Pam por su descarada parcialidad en estas elecciones. La hija se sumó a los ataques de manera desaforada. La jueza insultada es la misma magistrada que en 2018 impidió en definitiva la entrada de Cristiane Brasil al gobierno, cuyo nombramiento ya estaba publicado en la gaceta oficial. 

El padre pistolero fue un diputado de larguísima trayectoria y uno de los que reventaron, en 2005, el escándalo del mensalão durante el primer gobierno de Lula, al que había apoyado en el balotaje presidencial que el antiguo obrero del metal ganó en 2002. Roberto Jefferson, entonces un diputado mercenario vendido a Lula, actuó insatisfecho con la retribución que recibía a cambio de apoyar al gobierno cuando otros parlamentarios de supuesta oposición cobraban coimas más sustanciales por hacer lo mismo. Denunció  también cuando estaba acorralado por varios otros casos de corrupción que estallaron en los medios de comunicación. 

En aquella legislatura Bolsonaro –que es un tránsfuga consuetudinario–  pertenecía al mismo partido que lideraba Roberto Jefferson, quien acabó perdiendo el escaño, destituido por sus pares del Congreso. Quedó inhabilitado por ocho años y fue condenado a prisión. 

A principios de los noventas se supo que estaba vendido al entonces presidente, Fernando Collor de Mello, que renunció al cargo, en 1992, ante la inevitable destitución en un juicio político. Condenado a más de diez años de prisión, en 2012, por corrupción y lavado de dinero, tuvo reducción de pena como premio por sus delaciones. Cumplió muy poco tiempo de cárcel y acabó siendo indultado por un juez del Supremo. 

Tras sufrir cáncer de páncreas y una depresión profunda, resurgió en 2020 abrazando al presidente Bolsonaro. Se exhibía en las redes sociales portando armas largas y cortas, y se decía dispuesto a combatir el comunismo, los traidores y los vendepatrias. Pistolas en ristre, demandaba el cierre de la Corte Suprema, una «herencia maldita». Si hacía falta, había que sacar a los magistrados a balazos. Quería un pronunciamiento militar. Predicó también a favor de medidas como los actos dictatoriales más duros tomados durante las dos décadas de gobiernos castrenses (1965–85), un régimen que Bolsonaro añora. 

En 2021, un magistrado del Supremo lo mandó a prisión por sus actuaciones contra la democracia y su prédica de la violencia y el odio, dentro de lo que se conocía como la «milicia digital» de Bolsonaro. Trató de ser este año candidato presidencial, pero, impedido por los jueces debido a la Ley de Ficha Limpia, delegó en un cura ortodoxo de imitación, «ordenado» supuestamente en una secta peruana, que acabó actuando como secuaz de Bolsonaro y sólo obtuvo un 0,1% de los votos. 

Su hija Cristiane (48), también exdiputada, tuvo un novio que está preso por haber asesinado a un hijo adoptivo de cuatro años de edad. «Mi padre no es un loco. Nunca lo fue», tuiteó Cristiane. Luego, tras amenazar a los magistrados y tratar de soliviantar al bolsonarismo, su cuenta fue bloqueada. Decenas de sus simpatizantes respondieron a la llamada y acabaron mandando a la UCI de un hospital a un reportero de una cadena de televisión, la Rede Globo, que identifican como enemiga de Bolsonaro. 

Roberto Jefferson Monteiro Francisco finalmente se rindió al ministro de Justicia, enviado a las prisas por Bolsonaro, y entregó su arsenal al cura de guardarropía. 

Lula culpó al clima de mentiras, odio, rabia y falta de respeto inculcado a un sector de Brasil por Bolsonaro y sus hijos. Bolsonaro, consciente del coste electoral que puede tener para él este demencial asunto, corrió a las redes sociales para renegar del pistolero, cuya «acción armada» repudió, al tiempo que tildaba a su aliado de «bandido» y negaba hasta haberse hecho fotos con él. No hay que olvidar que Bolsonaro asegura que las armas de fuego «garantizan al pueblo su libertad». 

El ultraderechista Roberto Jefferson es una de las caras de un proyecto contrario a la democracia que ha envenenado a Brasil y no se sabe dónde irá a acabar. ✅

franciscorfigueroa@gmail.com

Empate en el Maracaná


Francisco R. Figueroa

✍️20/10/2022

Las presidenciales de Brasil están en empate, a diez días del balotaje entre el actual mandatario, Jair Bolsonaro (67 años), y el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva (76).

Una igualdad en los sondeos de intención de voto muy inquietante. En el caso de que se produjera una victoria de Lula por un puñado de votos el desenlace puede ser dramático. Es de temer la reacción de esa imponente mitad de Brasil bolsonarista radicalizada, fanatizada, ideológicamente recalentada y, en muchos casos, armada. 

Es verdad que al no denunciar (el tan mentado por él) fraude en la primera vuelta y haber ocultado el resultado de la pericia hecha por los militares, precisamente porque esa auditoría constató el rigor del sistema electrónico brasileño de votación, el mandatario se queda sin argumentos para recurrir ante la derrota a la treta de Donald Trump, aunque estamos frente a un fanfarrón temerario dado a la manipulación descarada de la gente y el falseamiento de la verdad y unas hordas capaces de actuar a su aire. 

Porqué no lo haría Bolsonaro si ha logrado convencer a medio Brasil de que Lula, si ganara, adoptaría medidas «comunistas» tan estrafalarias como cerrar iglesias o poner en las escuelas váteres unisex o de que ha hecho pactos con el diablo y con el crimen organizado o que las tinieblas caerán sobre Brasil, además de implantar el marxismo cultural y seguir el ejemplo fracasado de Cuba, Venezuela o Nicaragua, si bien en sus ocho años de gobierno, entre 2003 y 2010, y también en los seis siguientes de su pupila, Dilma Rousseff, se practicaron políticas centristas con un fuerte componente social. Aparte de que Lula repite desde hace años aquello de: «No soy comunista y nunca li fui. Soy sólo un sindicalista».

Pero la relación de Lula con las dictaduras latinoamericanas, su progresismo en política exterior y sus compadreos, por ejemplo, con el cubano Fidel Castro o el venezolano Hugo Chávez, le pueden costar esta vez la presidencia arrollado por una ola conservadora y anticomunista solo comparable con la que hubo en el Brasil en vísperas del golpe de Estado de 1964, tan inspirador oara Bolsonaro.

Su pasado lo condena, si bien Lula nunca ha sido marxista y precisamente su Partido de los Trabajadores (PT) fue fundado en 1980, aún durante la Guerra Fría y bajo el imperio de la dictadura militar brasileña, entre otras cosas, como alternativa doméstica a las formaciones comunistas nacionales de obediencia extranjera y al «socialismo moreno» de Leonel Brizola,  a quien los generales consideraban heredero de la ideología progresusta que habían desalojado del poder en 1964. 

Bolsonaro no sólo ha echado el resto en la propaganda.También ha puesto sin pudor la poderosa máquina federal y el tesoro nacional a trabajar en su provecho usando una estado de calamidad pública que el Congreso le aprobó a cambio de nuevas jugosas dádivas federales a senadores y diputados. Y usa en su beneficio los subsidios directos a millones de pobres con el cacareado Auxilio Brasil, que Bolsonaro creó, precisamente ante las elecciones, para sustituir al Bolsa Familia vigente desde el arranque de la primera presidencia de Lula. Y mantiene artificialmente bajos los precios de los combustibles en la estatal Petrobras. 

En las encuestas Lula gana con las justas, pero está estancado mientras Bolsonaro avanza lento pero seguro, punto a punto, sin que le hayan hecho mella una serie de últimos acontecimientos aparentemente desfavorables para él. ✅

franciscorfigueroa@gmail.com


Sin piedad



Francisco R. Figueroa 

✍️ 17/10/22

Canibalismo, prostitución, pedofilia, religión, satanismo, zoofilia, masonería, bandidaje... 

Lo que aflora en plan salvaje en la campaña para la segunda vuelta de las presidenciales de Brasil confirma que se va a degüello, como dejé escrito que ocurriría. 

Aunque anoche, en el primer debate televisado de esta segunda vuelta, tanto el presidente Jair Bolsonaro como su rival, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, empataron en moderación, con los exabruptos justos: mentiroso, corrupto, amigo de bandidos, dictadorzuelo, rey de la estupidez y por ahí nomás. 

Las frecuentes tarjetas rojas mostradas a ambos candidatos por las autoridades electorales evidencian la virulencia en la campaña. Desde el aparato proselitista de Lula, Bolsonaro fue culpado de ser proclive al canibalismo, la zoofilia y la pedofilia por diferentes declaraciones en las que habló de esos temas con el desparpajo del bocazas irrefrenable, fanfarrón y presuntuoso que él es. 

Aparecieron viejas grabaciones en vídeo donde Bolsonaro admite ser capaz de comer carne humana y estuvo a punto de hacerlo, o habla de prácticas sexuales con animales en su juventud porque, adujo, no había mujeres disponibles. 

Y el presidente la lío, sobre todo, tras hablar de unas lindas adolescentes venezolanas, huidas de la debacle en su país, que le atrajeron cuando andaba en moto y que, según él, se prostituían en un suburbio de Brasilia. 

Todo un festín de acusaciones de baja estofa que las activísimas redes sociales agrandan y evacuan con celeridad junto con mentiras, patrañas, montajes, bulos, vulgaridades,  tergiversaciones, insidias, insultos y calumnias.

Además, el mandatario, que no mide sus palabras y es conocido por sus bajezas, trapacerías, cinismo, ofensas y falta de tacto, insultó a los habitantes del nordeste de Brasil, más proclives en las urnas a su adversario, y a los millones que viven en favelas tratando de perjudicar a Lula. 

Los dos se han acusado de satanismo, Bolsonaro a Lula de flirtear con la masonería y ambos han usado la religión, sobre todo el mandatario en las dos recientes romerías marianas más multitudinarias de Brasil. 

Los evangélicos, que son multitudes y votan masivamente a Bolsonaro, están en medio del campo de batalla. Hasta haber usado políticamente el cadáver de su anterior esposa, Marisa Letícia, le imputó Bolsonaro a Lula, que vino a describir al presidente como un gobernante desalmado e irresponsable durante la pandemia culpable de la mayoría de los 700.000 muertos que la plaga causó en Brasil. 

Una campaña, pues, plagada de golpes bajos, injurias e insidias y carente de propuestas o planes de gobierno para un inmenso país con 210 millones de habitantes, falto de equidad y preñado de bombas de tiempo. 

Predomina la explotación del odio y de la ignorancia, la manipulación descarada. Una antigua ministra de Bolsonaro y pastora evangélica, Damares Alves, habló desde el púlpito a favor de su líder refiriendo morbosamente y con lujo de detalles repugnantes supuestos casos de aberraciones sexuales con niños y bebés, sin aportar la menor prueba. 

Hay pastores evangélicos que han amenazado a sus fieles con el infierno y otros castigos divinos, y hasta con punir ellos mismos a quienes osen votar a Lula. 

Las encuestas vuelven a anticipar una victoria de Lula, pero nadie se fía dado el estrecho margen que separa a los candidatos (53 % a 47 %) y los errores de los institutos demoscópicos cometieron en la primera vuelta. 

A falta de trece días para que vuelvan a funcionar las urnas, todo vale, vale todo, como en aquella telenovela brasileña, y nada está escrito. 

Como afirma el cabeza de la Iglesia católica en Brasil, cardenal Odilo Scherer, son estos unos «tiempos difíciles» que le recuerdan al purpurado la ascensión de los regímenes totalitarios, particularmente el fascismo. Scherer lleva su propia cruz en esta guerra sucia: soporta una campaña acosado por «comunista» por usar vestimentas rojas. Ha tenido que salir a explicar que el color escarlata es distintivo de los cardenales de la Iglesia católica y nada tiene que ver con el rojo que identifica al Partido de los Trabajadores (PT) de Lula. 

La ignorancia anda suelta. ✔️

Raspando voto a voto


Francisco R. Figueroa 

✍️ 6/10/22

‌Está por ver de dónde Luiz Inácio Lula da Silva puede recabar los casi dos millones de votos que le faltan para volver a ser presidente de Brasil o, alternativamente, si Jair Bolsonaro, que precisa cuatro veces más, logra mantenerse otros cuatro años en el cargo. 

El primer sondeo para el duelo electoral en curso, ante el balotaje del 30 de octubre, favorece a Lula con un 51% de la intención de voto frente al 43 % para Bolsonaro.

 Cualquiera podrá decir que con los patinazos dados ante el primer round lo que digan las encuestadoras no vale un comino. Pero sus desaciertos no fueron tan exagerados como el aparato bolsonarista vocea. Tras la difusión de esta última encuesta, Bolsonaro, que detesta a las empresas demoscópicas si no le convienen sus estudios, exclamó: «recomenzó la payasada». Sus partidarios han sido orientados a no responder a los encuestadores. 

Hasta el momento, el mandatario de ultraderecha únicamente ha recibido para la segunda vuelta apoyos de figuras incondicionales suyas mientras que Lula ha agregado a su causa a los candidatos que quedaron tercero y cuarto en la primera vuelta del pasado domingo. Entre ambos sumaron un birrioso 7 %, que para los propósitos de Lula resulta suficiente. Está por ver qué deciden esos electores, que seguramente se repartirán o engrosarán el abstencionismo. 

Para ganar Bolsonaro necesita arrastrar votantes de Lula, lo que parece misión imposible, o raspar entre el 21 % que se inhibió. Lo tradicional en Brasil en balotajes era un incremento de la abstención pero nunca hubo una enfrentamiento tan acalorado como este. 

Bolsonaro inició esta carrera con mucha ventaja, desde el palacio presidencial, con los ingentes recursos públicos en sus manos y su falta de pudor para usarlos como el ventajista y tahúr que demostradamente es. Mientras, Lula partió para esta carrera presidencial desde la cárcel, donde estuvo casi 600 días hasta que sus causas fueron anuladas por el Tribunal Supremo y muy desacreditado. Pero  arribó en cabeza (48 %) a la primera meta. Su esperanza era ganar la presidencia sin segundo asalto, aunque la víspera de los comicios reconoció realista que le faltaba «una pizca». Así fue. Pelea por esa menudencia, inferior a un 2%. 

La segunda vuelta resulta compleja, aunque el favorito es Lula y más después de obtener el apoyo de los dos mejores candidatos derrotados. Sin mucho lugar por donde arañar votos, Bolsonaro se centra estos días –aparte el ataque personal a su contrincante– en la región noreste, la menos desarrollada de Brasil, que es territorio de Lula y en ella tiene su cuna. Pero en su primer intento de aproximación a los nordestinos Bolsonaro los ha insultado llamándoles analfabetos e incautos manipulados por la izquierda. Así de franco es Bolsonaro. 

El presidente trata también de vencer la aversión mayoritaria entre las mujeres usando la persuasión de su esposa en un intento de mostrar que él no es el misógino y machista que pintan sus adversarios, aunque se retrata a sí misma cuando habla.

Entre tanto, Lula trabaja ya al sector evangélico, un tercio de la población nacional conservador y fanático que va en manada teledirigido por los predicadores, los medios afines y los ciberagitadores, y que votó en masa a Bolsonaro. Por ejemplo, para granjearse el favor en ese sector, Lula se dispone a declararse contrario al aborto y partidario de la moral y las buenas costumbres. También ha logrado que un preboste evangélico le defina como hombre de Dios. 

Los evangélicos son tan decisivos que Bolsonaro, antes de meterse en la carrera presidencial, en 2018, viajó a Israel y se hizo bautizar por inmersión, de túnica blanca, en el río Jordán, por su nuevo aliado, el multimillonario líder de la Asamblea de Dios, Silas Malafaia, que años atrás estuvo al lado de Lula. La esposa actual de Bolsonaro, Michelle es una evangélica fervorosa que presume de ser un ama de casa abnegada que se sacrifica por su marido. 

La tarea de Lula para ganar es mantener a sus electores y lograr el respaldo de cerca de 1.900.000 votantes más. Para Bolsonaro el trabajo para seguir en el cargo es más peliagudo porque, aparte de conservar a sus electores, tiene que lograr más de ocho millones de nuevos votantes. 

Atentos.

franciscorfigueroa@gmail.com


Un balotaje a degüello


Francisco R. Figueroa 

✍️3/10/22

Luiz Inácio Lula da Silva (76) ganó a Jair Bolsonaro (67) la primera vuelta de las presidenciales de Brasil sin la mayoría absoluta que evitaba el balotaje del próximo día 30 y con un holgura inferior a la pronosticada debido a que el actual mandatario se fortaleció in extremis más de lo esperado. 

El resultado de 48,4 % contra 43,2 % muestra un corrimiento de electores de última hora, sobre todo provenientes de Ciro Gomes –el tercero en discordia, que acabó cuarto con un escuálido 3 %– y también a un voto oculto para el ultraderechista no detectado por los estudios demoscópicos, sobre todo en los estados de São Paulo y Minas Gerais, los más poblados y en los que ellos daban como favorito a Lula.

Bolsonaro ha arrastrado votos significativamente para candidatos aliados conservadores a gobernador, senador y diputado, por encima de lo esperado, lo que ha dado lugar a un fortalecimiento de las derechas en el fragmentado Congreso de la nación y el control para él de la cámara alta y la mayor bancada de la baja. En gobernaciones, los socios de Bolsonaro ganaron a la primera en siete estados y los de Lula en seis. En los otros doce es necesaria una segunda vuelta. 

El presidente ha sido impulsado por el ingente reparto de subvenciones, la disminución de la inflación, la reducción oportunista, en plena campaña, de los precios de los combustibles por la estatal petrolera y el fervor de las legiones de cristianos evangélicos empujados desde las iglesias. 

Hoy mismo comienza la campaña para el desenlace, que se celebrará el último domingo de octubre, una disputa a dentelladas por el 8 % que sumaron los restantes nueve candidatos presidenciales, porque lo razonable, dada la polarización existente en Brasil, es que los votantes de ayer de Lula y de Bolsonaro repitan sufragio.

Ambos lucharán a degüello por los votos de la centrista Simone Tebet (4 %) y los del camaleónico Ciro Gomes (3 %). Son unos nueve millones de votos en disputa. Otra opción será estimular la participación del 21% de electores que se abstuvieron, aunque el sufragio sea en Brasil obligatorio. 

Un balotaje que se presenta peliagudo, cuya campaña tensionará aún más una sociedad partida al medio. Una «situación compleja, desafiante y amenazadora», como la define Ciro Gomes, que ha fracasado por cuarta vez en unas presidenciales. 

Bolsonaro no ha cuestionado el resultado después de haber desacreditado hasta la saciedad al sistema electoral brasileño e insinuado fanfarrón que si no ganaba con el 60 % se debería a un fraude. Tampoco podía objetar el escrutinio de las presidenciales porque hubiera puesto patas arriba también los otros comicios parlamentarios y regionales en los que sus aliados salieron mejor de lo esperado. Bolsonaro y los suyos redoblan ya sus ataques tendentes a denigrar y difamar más aún a las empresas encuestadoras con el pretexto de un fallo generalizado en el primer turno, que están magnificando. Ellos aducen que los sondeos que favorecen a Lula son engañosos y tienen como objetivo acarrear votos para él. Lo mismo arguyen contra los medios de comunicación más influyentes. 

Las encuestas preelectorales anticiparon una cómoda victoria de Lula en el balotaje, pero los institutos deben esmerarse para tratar de afinar el tiro. Bolsonaro ha salido fortalecido surfeando en la cresta de la ola conservadora brasileña pero el incombustible Lula no ha perdido la partida. ✔️