Hugo Chávez es menos pretencioso que Adolfo Hitler. El führer nazi soñaba con un Tercer Reich de mil años, pero por fortuna para la humanidad en medio de aquel dantesco drama duró escasamente once (1934-1945), aunque dejó a Alemania convertida en un océano de escombros plagado de cadáveres. El califa venezolano, que acaba de cumplir precisamente once años en el poder y dieciocho de su particular Putsch de Munich, la sangrienta intentona golpista que capitaneó en febrero de 1992, ha proclamado para celebrar las efemérides que su revolución perdurará «novecientos años». Con la ayuda de Cuba, experta en regímenes longevos, que le acaba de enviar al personaje de la revolución más notorio después de los hermanos Castro, especialista en seguridad, espionaje, censura y represión: el septuagenario comandante Ramiro Valdés.
Chávez se ha mostrado, también esta vez, confuso sobre cuanto tiempo le gustaría permanecer al frente de Venezuela, aunque ha asegurado que estarían bien otros once años. Es decir, veintidós en total: una era equiparable a la dictadura de Juan Vicente Gómez, que duró 27 años, de 1908 a 1935. Nadie más ha gobernado tanto tiempo en Venezuela. Pero, dada la personalidad del caudillo venezolano nada garantiza que vaya a salir del cargo mientras tenga el favor del pueblo, por amor, a golpe de billete o por miedo. Todo ese tiempo que lleva Chávez en la presidencia ha servido para que Venezuela cambie de manos, pero poco más. El país sigue descoyuntado y mal administrado. Ahora son otras manos las que destrozan una nación rica por naturaleza con las cuartas mayores reservas mundiales de crudo, pero sumida en una crisis económica considerable mientras prosperan muchos de sus vecinos latinoamericanos. Nadie se atreve a cortarle las alas a Chávez, como han hecho en Colombia al frenar judicialmente las pretensiones del caudillo Álvaro Uribe de aspirar a un tercer mandato presidencial, con lo que en agosto próximo tendrá que entonar al adiós muchachos. Mejor para Colombia porque la alternancia en el poder es sana, saludable y vivificante.
Chávez sigue declaradamente el ejemplo castrista de eternizarse en el poder, como discípulo declarado de Fidel Castro. El interés es mutuo. Los hermanos Castro están dispuestos a hacer todo lo que esté en sus manos para mantener a Chávez porque de ello depende su propia supervivencia, aunque el almanaque nos le deja ya mucho margen ni a Fidel ni a su hermano y heredero del trono cubano, Raúl. Chávez es el sobrino rico que sostiene a Cuba con dinero y petróleo. Cuba pone el anclaje ideológico, la liturgia y la experiencia. La llegada al poder de Chávez en 1999 supuso un soplo de vida para la marchita dictadura cubana, que llevaba una década postrada desde que el hundimiento de la Unión Soviética le privó de la multimillonaria pensión que Moscú le tenía asignada a la isla comunista como portaviones natural de 111.000 kilómetros cuadrados anclado a tan solo 90 millas de Estados Unidos. Pocos años antes, Fidel Castro, que es muy largo de vista, había recibido a Chávez en La Habana poco menos que como al ángel salvador.
Los hermanos Castro saben las dificultades añadidas que tendrán si se quedan sin la filantropía de Chávez. Raúl incluso se dice que hace con Chávez de tripas corazón porque no le cae. Hay que asegurarle en el poder y más ahora que Chávez flaquea por la grave crisis económica y política en su país y los embates con la oposición, los estudiantes y la prensa. Los cubanos están por todas partes en Venezuela ―«Cubazuela», la llama la oposición ― vigilando sus intereses. Según cálculos confiables, son unos 65.000. Toda una fuerza tarea invasora, según algunos. Cerca de la mitad trabajan en las áreas de la salud y otros en el adoctrinamiento ideológico [no se puede llamar educación a lo que hacen]. Pero los cubanos también están en los sectores más estratégicos, la seguridad interior, los servicios secretos, las Fuerzas Armadas y Policiales, la guardia pretoriana de Chávez y la llamada Sala Situacional del palacio presidencial de Miraflores, el corazón del poder, los servicios de identificación e inmigración y hasta los registros civiles y mercantiles.
El último cubano en llegar ha sido Ramiro Valdés, veterano del asalto al Cuartel de Moncada, el desembarco en el Granma y Sierra Maestra, lo que confirma la importancia trascendental de Venezuela para La Habana. ¿A qué ha ido el penúltimo comandante de la revolución con vida? ¿Por qué lo ha enviado Fidel Castro como su procónsul? Chávez ha dicho que a arreglar el desaguisado que los venezolanos tienen con una grave crisis de la electricidad, con cortes y racionamiento. Parece dudoso, ya que Valdés, vicepresidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros de Cuba, es un especialista en seguridad y un espía depurado, un hombre despiadado ejecutor de la represión castrista primero en La Cabaña, junto a Raúl y Ernesto «Che» Guevara, y luego como ministro del Interior en un estado policiaco y sin libertades . Apodado «Ramiro el Terrible» y «El Carnicero», el germano Markus Wolf, el maestro de espías de la Alemania comunista y director de la Stasi hasta la caída del Muro de Berlín, definió a Valdés como «un agente aventurero, más que un estadista». ¿Un hombre de 78 años de ese perfil temible para arreglarle a Chávez el problema de la luz? Para tratar de sentar la fenomenal polvareda levantada en Caracas por la presencia de Valdés, Chávez dijo que es un asesor más en el problema de la electricidad, como los brasileños y los argentinos que tratan de echarle una mano en el tema de la luz. La oposición cree que sus objetivos son silenciar a la oposición, la disidencia y el movimiento estudiantil antes de que se le compliquen las elecciones legislativas de septiembre, si llegan a celebrarse.
Esos miles de cubanos trabajan en Venezuela en un sistema de explotación de personas disfrazado de solidaridad internacional. Chávez paga una cantidad por cada experto cubano, pero a cada uno de ellos le llega una quinta parte de ese dinero. El resto pasa a las arcas de los hermanos Castro. De todos modos, un cooperante cubano en Venezuela vive mejor que cualquier cubano en la isla y tiene más oportunidades de huir. De hecho, más de más de un millar de cooperantes cubanos en Venezuela han desertado ya. Uno de los encargos que parecer llevar el comandante Ramiro Valdés es evitar tanta deserción e imponer disciplina a una tropa numerosísima de cooperantes que parece haber sucumbido al relajo venezolano y la buena vida local.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
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