¿Recuerdan Honduras? Si, ese, el mismo, aquel paisito centroamericano bananero y cafetalero que ahora tiene una presidencia trinitaria, pero del que casi nadie ya habla. Resulta que aquella crisis en la que tanto enredaron Hugo Chávez, Lula da Silva, Cristina Kirchner y hasta Rodríguez Zapatero continúa abierta. El presidente electo Porfirio «Pepe» Lobo, el hombre que se parece a su apellido, está a punto de asumir la jefatura del Estado sin que hayan variado sustancialmente las situaciones del depuesto Manuel «Mel» Zelaya y del usurpador Roberto Micheletti, a quien algunos esperan aún que el Espíritu Santo ilumine su mente y renuncie.
Zelaya, aquel terrateniente catracho bigotudo de sombrero tejano que quería emular a Chávez, resiste con más pena que gloria en su asilo, la embajada de Brasil. Se ha resignado a no tener devuelto el sillón presidencial. Por cierto, mientras Brasil, Venezuela, Argentina y España callan Estados Unidos se mueve y procura allanar el camino para que con el nuevo gobierno llegue la reconciliación nacional y Lobo sea considerado por el mundo un presidente legítimo. Estados Unidos trabaja por tanto para que la transición al Gobierno salido de las elecciones de noviembre –cuyos resultados Washington reconoció junto a Bogotá, Panamá y Lima— haga posible el fin de la crisis, el restablecimiento del orden democrático y, en fin, que Honduras haga las paces consigo misma y con el mundo.
Micheletti, el mandatario interino o «de facto», aquel a quién Chávez agraviaba llamándole «Goriletti», resiste obstinado en sus trece a abandonar el cargo, salvo una espantada de última hora pues le habían dado de plazo para que se fuera hasta mañana día 15. El Congreso saliente, en su última sesión, lo ha acorazado nombrándole diputado vitalicio. Se convierte en intocable, salvo que, como él tema, reciba dos tiros de un sicario de Chávez. «Hemos confirmado que un ciudadano de Venezuela hizo unas ofertas (…) de que había un millón de dólares para asesinarme», ha dicho. Insiste en que el derrocamiento de Zelaya fue «correcto, legal y legítimo». Rumbo a los altares de la patria –o eso él cree-, Micheletti se queja de España, la llama «madrastra» y afirma que el presidente José Luis Rodríguez Zapatero no ha tenido «un ápice de sentimientos» hacia Honduras y ha buscado fastidiar incluso usando a Estados Unidos.
Lobo, también un terrateniente y paisano de Zelaya, producto de unas elecciones limpias que casi nadie reconoce, será investido jefe del Estado el 27 de enero. Se le critica que no haya logrado la renuncia del tozudo Micheletti y se alega la debilidad con la que parte. Su casi único abogado, el gobernante panameño que tiene nombre de calzado, Ricardo Martinelli, es la voz en el desierto que predica la reincorporación de Honduras a la Organización de Estados Americanos (OEA). Su otro gran valedor, el colombiano Álvaro Uribe, anda atareado decidiendo si vuelve a sucederse a sí mismo.
La decisión sobre una amnistía, que debía haber servido para la reconciliación y la normalización de las muy deterioradas relaciones internacionales de Honduras, ha sido diferida por el parlamento saliente al entrante. Tendría poco crédito si tal medida de gracia viniera de un poder legislativo que participó en la asonada del 28 de junio. Hasta que eso ocurra, si Zelaya pone un pie fuera de la embajada de Brasil sería hecho preso ya que sigue vigente la orden de captura por distintos delitos contra la patria. Mientras, los seis integrantes de la cúpula militar que echó que Zelaya, con el general Romeo Vázquez a la cabeza, tienen prohibida desde ayer la salida del país. Están acusados de abuso de autoridad y la expatriación de Zelaya, pero no quieren declarar ante el juez. Están llamados a ser, más que chivos, chivitos expiatorios. «Somos soldados, no asesinos», proclama Romeo Vázquez, sin revelar nunca de quien partió la orden de sacar del país a Zelaya a punta de pistola.
El paisito que Hugo Chávez amenazó con invadir para mantenerlo en su órbita, igual que cuando el taciturno Stalin mandaba los tanques contra las veleidades democráticas en los satélites soviéticos, aunque finalmente al líder venezolano también en esa ocasión se le fue la fuerza por la boca, se acaba de dar de baja oficialmente como miembro de la Alternativa Bolivariana para las Américas (Alba), el sistema de integración chavista de un grupo de países –Venezuela, Cuba, Bolivia y Nicaragua, entre ellos- unidos más que nada por el odio a Estados Unidos. Fue una decisión del 96% del Congreso y hubo solo tímidas protestas callejeras prueba de que Chávez es más denostado que querido en Honduras.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
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