Guatemala rabiosa


Francisco R. Figueroa

✍️26/6/2023


La antigua primera dama Sandra Torres (67 años), de tendencia centrista, que obtuvo el 16 % de los votos en la primera vuelta, disputará la presidencia de Guatemala en un balotaje, el próximo 20 de agosto, con el inesperado Bernardo Arévalo (64), con el 12 % y al frente del progresista Movimiento Semilla.


En este primer duelo entre una montonera de 22 candidatos presidenciales el ganador fue, sin embargo, el voto nulo, que superó el 17 % como reflejo del hartazgo y la desafección a la política de los guatemaltecos. Considerando el sufragio en blanco (9 %), uno de cada cuatro votantes depositó en las urnas una papeleta huera. Una malquerencia también evidenciada por la abstención del 42 % de sus 9,3 millones de electores, superior a la registrada en 2019, cuando ganó Alejandro Giammattei, un mandatario tan magullado que su delfín apenas pudo cosechar el 8 % de los votos. 


El padre de Bernardo Arévalo también fue un candidato inesperado que, en 1944, se convirtió en el primer gobernante de Guatemala escogido por voto popular y surgido de unas elecciones transparentes. Está generalmente considerado quizás el mejor presidente que ha tenido el país centroamericano.


Juan José Arévalo fue un humanista, socialista y escritor prolífico, impulsor de importantes cambios sociales bajo la influencia  del New Deal de Franklin Roosevelt, en pos de convertir un país paupérrimo en una nación progresista y pacífica. Pudo sortear una treintena de embates golpistas por parte de adversarios civiles y militares internos, Estados Unidos, su arrogante embajador Richard Patterson –que llegó a ofrecer al gobernante de todo para que se fuera, desde dinero a mujeres– y la multinacional United Fruit Company que determinaba la vida donde quiera que actuaba sin parar en mientes.


Arévalo padre pudo traspasar el poder a Jacobo Árbenz, el «soldado del pueblo», que profundizó las reformas sociales de su antecesor y sí sucumbió, en 1954, al golpismo patrocinado por la administración de Dwight Eisenhower y la CIA dirigida entonces por el poderoso Allen Dulles, seguido de una despiadada campaña de desprestigio que llevó al suicidio a su hija Arabella. Arévalo pudo haber vuelto democráticamente al poder en 1963, pero fue impedido por un  nuevo golpe militar «anticomunista» en la inminencia de las elecciones.


El «tío Bernie» –por el izquierdista estadounidense Bernie Sanders–, como llaman a Bernardo Arévalo, creció como figura política en el fragor de las protestas contra la corrupción de 2015 que llevaron a la caída y condena del presidente Otto Pérez Molina. Las encuestas le consideraban en esta carrera presidencial un aspirante muy secundario, sin la menor opción. Pero el voto urbano y de gente joven y el estudiantado ha llevado a la segunda vuelta a este intelectual de la izquierda moderada.


Académico y escritor como su progenitor, nacido en Montevideo durante su exilio y sin haber podido vivir en Guatemala hasta los 15 años de edad, Arévalo es diputado, está formado en universidades de España, Israel y Holanda en sociología, filosofía y antropología, y fue embajador en Madrid y vicecanciller en la década de los 90. El antivoto y el rechazado a Sandra Torres podría llevarle a la victoria en la segunda vuelta del 20 de agosto próximo, aunque ella será probablemente la preferida de los que controlan la situación guatemalteca.


Sandra Torres, comunicadora, católica pero pegada a los evangélicos, y favorita para los institutos demoscópicos, fue la tercera esposa del empresario textil Álvaro Colom, presidente de Guatemala de 2008 a 2012, que se consideraba un socialdemócrata y había conquistado el poder en su tercer intento. Murió por un cáncer en enero último. 


En 2011 se habían divorciado para que ella driblara el impedimento constitucional  que como familiar de un mandatario le imposibilitaba ser candidata presidencial a la sucesión de su propio marido. Pero la Corte Suprema abortó  la maniobra. 


Perdedora en 2015 y 2019 en sendos balotajes y acusada de asociación ilícita y uso en su campaña de dineros no declarados, pasó cuatro meses en prisión y luego estuvo en arresto domiciliario, pero logró salir airosa, el año pasado, de ese mal trance judicial. ✅


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Lula, lavandero de Maduro

Francisco R. Figueroa

✍1/6/2023

El presidente brasileño, Luiz Inázio Lula da Silva, trata de blanquear y oxigenar al autócrata venezolano, Nicolás Maduro, y hacernos comulgar a los demás con ruedas de molinos, en su afán de liderazgo internacional.

Lula –aspirante a cabeza de ratón sudamericano– ha insistido en que el régimen de Maduro se percibe como autocracia a causa de «una narrativa sobre autoritarismo y antidemocracia» y a los «prejuicios» de los enemigos del sistema que fundó el difunto comandante Hugo Chávez, hace un cuarto de siglo, y legó al morir, hace diez años, al actual gerifalte.

Esa defensa junto a otras expresiones exculpatorias, la recepción a Maduro en Brasilia, la incorporación al foro de mandatarios sudamericanos que organizó en la capital brasileña, su entusiasmo al lado del venezolano y su desmesurado abrazo han supuesto el favor más grande recibido en muchos años por el caudillo chavista, al que el mundo democrático suele tratar como un apestado y Estados Unidos como un forajido por cuya cabeza ofrece 15 millones  de dólares. 

Lula cometió una desmesura, quizás un desvarío por la edad (77), talvez impelido por su afán de hacer de contrapeso de Estados Unidos en el continente americano, por la necesidad de diferenciarse de su antecesor, el trumpista Jair Bolsonaro, sin darse cuenta de que estaba convalidando las gravísimas violaciones a los derechos humanos constatadas internacionalmente, a la vez que ofendía y subestimaba la inteligencia y el sentido común de quienes lo observaban. En ese sentido, dos mandatarios presentes en la cumbre, de ideologías opuestas, saltaron, obviamente, molestos con Lula. Uno, el liberal Luis Lacalle Pou, de Uruguay, y el otro el socialista chileno, Gabriel Boric, y reprochaban sin tapujos a Lula. 

Boric precisó que una cosa es manifestar alegría por el retorno de Venezuela a las instancias multilaterales y otra «hacer la vista gorda» sobre la situación de los derechos humanos en Venezuela y calificarla de «construcción narrativa» cuando se trata de una realidad dramática que él asegura haber visto reflejada en «el dolor y en los ojos» de cientos de miles de venezolanos de la diáspora, que son más de siete millones de personas huidas de la catastrófica situación económica, social y humana provocada por el chavismo.

Lacalle se dijo «sorprendido» por la postura de Lula  y advirtió que es imposible «tapar el sol con un dedo». Si, y más tapar al astro rey con el dedo que le falta a Lula, perdido en una presa cuando era obrero metalúrgico. Según Lacalle, hay que llamar a las cosas por su nombre y ayudar a Venezuela a superar sus carencias democráticas y de respeto a los derechos humanos.

Sin embargo, Lula persistió después en su defensa de Maduro y del chavismo, hasta responsabilizar a Estados Unidos de la desastrosa situación interna venezolana cuyos causantes son, sin duda, los ineptos dirigentes del régimen, comenzando por el difunto Chávez, y las políticas descabelladas para imponer y sostener un modelo supuestamente socialista pero que, en realidad, no era más que un plan de poder personal a larguísimo plazo que quedó interrumpido por la enfermedad mortal del comandante y que Maduro y los militares tratan aún de mantener a flote en medio de una catástrofe y un océano de corrupción.

El autoritarismo en Venezuela no es una «narrativa construida» sino «una realidad incuestionable», como ha recordado la directora de Human Rights Watch, la colombiana Juanita Goebertus. Lula lo ignoró, aunque es imposible que desconozca el contenido de dos informes de una misión independiente creada por la ONU, que ha alertado sobre los planes orquestados desde 2014 al más alto nivel –con conocimiento del propio Maduro y otros gerifaltes–, como «política de Estado», para reprimir a disidentes y opositores mediante acciones aberrantes que constituyen crímenes contra la humanidad capaces de llevar a los responsables al banquillo del Tribunal Penal Internacional.  Los informes –el último se publicó a fines del años pasado- hablan de casi trescientos presos políticos, de torturas extremadamente crueles –palizas, asfixia, picana eléctrica hasta en órganos genitales y estupros hasta con varas– equivalentes a «graves crímenes contra la humanidad» y señala a instituciones represivas como la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM) y al Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN).

«Señor presidente, ¿conoce usted que la autocracia venezolana se atreve a postular con orgullo y sin rubor alguno la alianza cívico, militar, policial para justificar su intento de hegemonía política y social? Con ella pretenden quedarse en el poder como sea y a costa de lo que sea, convirtiendo su proyecto político en intolerante con los que piensan distinto, eliminando el estado de derecho fundado en la separación de poderes a los cuales controla, especialmente el judicial y el electoral, así como las policías políticas, para con ello amenazar, perseguir, hostigar, detener y torturar a quienes le adversan democráticamente desde los movimientos políticos y sociales», recuerda una carta que acaba de recibir Lula remitida por un grupo de personalidades venezolanas, que se presentan como «militantes de la izquierda democrática y progresista».

Lula ha ido más lejos al culpar de la calamitosa situación interna venezolana a «un bloqueo extremadamente exagerado». Sin embargo, Venezuela no es víctima de un bloqueo económico, comercial o financiero. Eso sí es un relato del régimen, que usa el «bloqueo» como coartada, a imagen y semejanza del régimen cubano. Hay sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea, que arrancaron en 2015, contra personeros del régimen venezolano, civiles y militares, y antiguos funcionarios envueltos en tráfico de drogas, corrupción, fraudes, violaciones de derechos humanos y otros delitos, así como, desde 2019, a la estatal petrolera PDVSA, fuente de financiación de la dictadura chavista y foco de descomunales corrupciones. 

Obviamente, algunas de esas medidas repercuten en el pueblo venezolano.  Pero no son la causa de la depresión económica venezolana, el colapso del país, la crisis humanitaria, quizás la peor y más duradera etapa de hiperinflación conocida en el mundo moderno y la pulverización hasta la insignificancia de la moneda nacional, es producto de la ineptitud de sus gobernantes. Comenzó  partir de 2009, en vida de Chávez, cuando disminuyó el estratosférico precio del crudo alcanzado durante el boom petrolero de 2004 a 2008 y al líder chavista le faltó dinero para seguir costeando su proyecto megalómano, fantasioso, despilfarrador e improductivo. Hicieron el resto la destrucción del poco tejido productivo nacional que había, las regulaciones excesivas, las subvenciones a gogó, el clientelismo generalizado, las expropiaciones seguidas de la ruina de los bienes estatalizado, el despilfarro copioso para erigirse Chávez en líder continental, la corrupción rampante, el pésimo uso de las reservas de divisas, el endeudamiento excesivo y la dramática y aparatosa disminución a menos de la cuarta parte de la producción petrolera por falta de inversiones y el deterioro hasta quedar convertido en chatarra de los equipos de explotación y refino.

Lula se basa en que cada país debe ser soberano para decidir su régimen político. La cuestión es cuando un régimen político decidido por el pueblo –como lo fue el modelo chavista a fines de 1998 (va a hacer 25 años)–, degenera en una dictadura cruel que trata de perpetuarse a costa de su pueblo.

El mandatario brasileño seguramente obra con un razonamiento lógico. ¿Cuál es la alternativa a Maduro? Si en Venezuela se celebrarán unas elecciones libres, limpias, verificables, con censo nuevo, sin excluir a los venezolanos de la diáspora, sin ventajismos ni abusos en el uso del dinero y los medios públicos, ganaría la derecha, con cualquier candidato que presentase la oposición, y el país se sumaría a la ola conservadora rival de los intereses geoestratégicos del propio Lula, enfrentada primero a la vecina Colombia de Gustavo Petro y luego a él mismo, y bebiendo en la mismo pileta ideológica que sus adversarios los bolsonaro brasileños, los milei argentinos, los kast chilenos y los fujimori peruanos o cualquiera de la derecha que pueda erigirse en Lima. ✅

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