¿Raúl Castro con las manos libres?

Fidel Castro presiente la muerte, da a entender que su enfermedad es irremediable y parece que finalmente –si no hay gato encerrado– libera de ataduras a su hermano y heredero Raúl, así como el Partido Comunista, para que tomen decisiones sin verse condicionados por la sombra alargada y omnipotente del anciano caudillo antillano.

Dos años y medio después de que cayera enfermo, el locuaz Fidel se ha vuelto ahora taciturno. Ha asegurado que eso es para «no interferir ni estorbar a los compañeros del Partido y el Estado en las decisiones constantes que deben tomar…».

Desde que gravemente enfermo tuvo que ceder la jefatura del Estado a Raúl, primero, en julio de 2006, de forma interina y definitiva en febrero del 2008, el viejo comandante en jefe siguió desde su ignoto refugio, en algún lugar de la Zona Cero habanera, moviendo los hilos fundamentales del guiñol cubano.
Los analistas conjeturaron que la labor de zapa de un Fidel todopoderoso desde su trinchera física e ideológica ha dificultado los planes reformistas de Raúl a través de sus escritos, las llamadas «reflexiones», más de un centenar y medio de piezas de fuerte contenido ideológico que tuvieron una amplia difusión por la prensa cubana e internacional. La última acaba de ser publicada tras cinco semanas de preocupante silencio.

El último artículo del viejo titán deja patente su reconocimiento de que, en efecto, esos escritos han condicionado el desempeño de Raúl. Esta reflexión fideliana ha seguido a su encuentro, el miércoles, con la presidenta argentina, Cristina Fernández, y a la difusión, el viernes, de una foto de ambos, que significaron la confirmación de que el conductor de la revolución cubana sigue vivo, pero poco activo.

Da la impresión de que a un Fidel extenuado no le quedan fuerzas para mantener el timón ni tensa la cuerda que maniata a su hermano Raúl. Parece haber dado también luz verde a la celebración del sexto Congreso del Partido Comunista de Cuba, que tendrá que pronunciarse sobre cualquier rumbo que tome la revolución. Ese congreso debería tener lugar en octubre, pero aún no ha sido convocado ni han comenzado las reuniones de las organizaciones políticas de base y de masas que siempre le preceden. El partido está por encina de las demás instituciones cubanas y Fidel continúa siendo su jefe máximo como primer secretario del Comité Central. Está por ver si el comandante en jefe quiere ejercer alguna influencia en ese conclave o realmente ha dado un paso al costado. Si fuera que no, Fidel estaría en las últimas.

Siendo así, el general Raúl Castro podría llevar delante aquella «reformas estructurales y de concepto» que prometió hace un año en su investidura, abriendo una pequeña vía a la transformación de la revolución castrista, pero que tuvo que aplazar en diciembre último debido precisamente a la oposición de Fidel.

Desde que Raúl asumió la presidencia fueron levantadas algunas «prohibiciones absurdas» como poseer teléfonos celulares, alojarse en hoteles o adquirir electrodomésticos y computadoras. Son reformas muy tímidas y medidas de poquísimo calado en una nación con unos salarios irrisorios que a la gente no le dan ni para empezar, pero que llenaron de expectativas a una nación anquilosada en la que tres de cada cuatro ciudadanos han nacido, crecido y vivido bajo la férula de los Castro y en un régimen comunista absolutamene trasnochado.

Ese último escrito del dictador es una reflexión sombría en las que habla dos veces de la muerte. Da la sesión de que anuncia que su enfermedad es irremediable. Insiste, por un lado, en que ningún dirigente cubano «debe sentirse comprometido por mis eventuales reflexiones, mi gravedad o mi muerte» y, por otro, pronostica que espera no disfrutar el privilegio de la vida cuando dentro de cuatro años acaba el período presidencial de Barack Obama, el undécima mandatario estadounidense en los cincuenta años transcurridos desde el triunfo, en 1959, de la revolución y de Castro con entrada de los barbudos en La Habana.

Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com

Obama y el bloqueo a Cuba

La llegada al poder de Barack Obama ha abierto expectativas sobre un levantamiento del bloqueo económico que Washington mantiene a Cuba desde hace casi medio siglo, uno de los más duraderos en la historia y al que se opone el mundo entero, exceptuado los propios Estados Unidos, Israel y dos naciones liliputienses.

Tanto o más que ql deseo de Obama, el levantamiento de ese embargo está sujeto a las realidades estadounidense y cubana; pasa por el Congreso de EE.UU. pero también por el fuerte y conservador lobby cubanoamericano, y depende de la voluntad de los hermanos Castro, fundamentalmente de la del caudillo Fidel para quien la lucha contra Estados Unidos es la razón de su vida –«mi destino verdadero», según dijo él mismo–, de igual modo que el «antiimperialismo» y la confrontación permanente con EE.UU. son combustible esencial de su régimen.

Parece claro que Obama tiene intención de cambiar la política estadounidense hacia Cuba, como la tuvieron antecesores suyos como Richard Nixon, Gerard Ford, Jimmy Carter y Bill Clinton. Pero es necesario que los hermanos Castro le faciliten las cosas en lugar de dinamitar cualquier posibilidad de diálogo como hicieron en aquellas ocasiones adoptando medidas claramente de provocación a Washington como fueron las intervenciones militares en Angola al lado del bando comunista y en EtiopÍa junto a los soviéticos, en plena Guerra Fría; la crisis del Mariel y el derribo de las avionetas de los Hermanos al Rescate.

Es cierto que el nuevo mandatario estadounidense recibe asuntos más peliagudos y urgente que ese problema enquistado, anacrónico e inútil como es el bloqueo a la isla. Pero tendrá que darle una rápida respuesta al tema cubano por la necesidad imperiosa de rehacer las relaciones de Estados Unidos con sus vecinos del sur, con los que tendrá que llegar a entendimientos con premura de cara a la Cumbre de las Américas prevista para abril en Trinidad y Tobago.

Puesto que el embargo tiene un andamiaje legal en las leyes aprobadas por el legislativo estadounidense en 1992, 1996 y 1999, tendría que ser derogado por el propio Congreso. Obama tiene la facultad de dejar sin efecto órdenes ejecutivas que aliviarían en algo el embargo, como las relacionadas con las remesas de los casi dos millones de exiliados o los viajes a la isla. Pero eso equivaldría apenas a volver a la situación de la primera época de Clinton, nada más, y nadie satisfaría.

Parece improbable que los legisladores estadounidenses finiquiten a cambio de nada ese embargo, aunque haya fracasado rotundamente en su objetivo de forzar un cambio de régimen en Cuba. Como afirma el ex canciller mexicano Jorge Castañeda, un levantamiento unilateral del bloqueo equivale a mandar a los hermanos Castro y al resto de América Latina el mensaje ambiguo de que los Estados Unidos reconocen los errores pasados y también que los derechos humanos y la democracia en Cuba les importan una higa. Eso sería, pues, una decisión desafortunada desde cualquier punto de vista.

Por tanto, para que el Congreso de Washington acabe con el bloqueo el régimen de La Habana tendrá que ceder algo, dar señales claras fundamentalmente sobre una apertura política y económica que satisfagan tanto al Gobierno de Obama como a su opinión pública, así como al lobby cubanoamericano, de peso tan decisivo, y hasta a los medios hispanos de comunicación. Eso tendría que ser objeto de una negociación bilateral, que pueden propiciar perfectamente todos los demás países de América Latina –especialmente Brasil y México, las cabezas visibles de la región– y otros europeos, principalmente España.

Ahora bien, ¿se avendrán a esa negociación los hermanos Castro? Y, lo que es más importante, ¿cederían en cuestiones políticas y económicas que son esenciales, básicas, de su régimen? Raúl seguramente sabría hacer de la necesidad virtud, pero Fidel no, salvo que pierda el juicio o le neutralicen, lo que pare harto improbable.

Iniciadas unas negociaciones, Fidel Castro seguramente llenará el camino de piedras, de trampas y bombas; pediría garantías y contrapartidas absurdas, incluso exigirá que los Estados Unidos indemnicen a Cuba por esos casi 93.000 millones de dólares de perjuicio que, según dice La Habana, el embargo le ha ocasionado a la isla. En fin, seguramente gastaría en el empeño de dinamitar las negociaciones las exiguas fuerzas que le restan.

Para Fidel Castro lo más importante de la llegada al poder de Obama es su proeza de haber batido a diez presidentes estadounidenses: Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush, Clinton y Bush hijo a lo largo de los cincuenta años de su dominio absoluto, total y personal en Cuba.

«Al hablar de Estados Unidos le señalé la importancia histórica para Cuba de que ayer a las doce del día habían transitado diez presidentes a lo largo de cincuenta años, en los que a pesar del inmenso poder de ese país no habían podido destruir la Revolución Cubana», dijo vanagloriándose Fidel Castro en su última y muy floja «reflexión», publicada tras un largo e inquietante paréntesis de silencio, a raíz de la visita que le hizo la presidente argentina, Cristina Fernández, un día después de la investidura de Obama.

Para los días de vida que le quedan Fidel Castro no va a dar marcha atrás a aquella meta que se trazó en Sierra Maestra de que la lucha contra los Estados Unidos sería «su destino verdadero», ni a unas políticas que durante estos cincuenta años han estado organizadas a todos los niveles, tanto en lo interno como en lo internacional, en función de la confrontación con Washington y de esa «invasión inminente» que nunca se producirá.

De nuevo todo depende de que desaparezca Fidel Castro Ruz.

Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com

La «miasma» Obama

El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, ha comenzado las hostilidades con la nueva administración estadounidense sin dar tiempo a Barak Obama a que jure su cargo. Era de esperar porque el comandante venezolano precisa del enfrenamiento permanente con Estados Unidos como combustible esencial para su revolución. Como a Fidel Castro, su maestro y mentor, la lucha contra «el imperio» le sirve para justificar todo, más que nada ahora la nueva reforma constitución para su reelección permanente.

Chávez ha pronosticado que el nuevo inquilino de la Casa Blanca va ser «la misma miasma» (que George W. Bush) después de que Obama declarara a «Univisión», el primer canal hispano en Estados Unidos, que el mandatario venezolano es «una fuerza que impide el progreso» en América Latina. Se refirió también Obama al «mal comportamiento» de Chávez como –según agregó– muestran las «preocupantes noticias» sobre que «está exportando actividades terrorista o respalda a organizaciones malévolas como las Farc», las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia que medio mundo considera un «grupo terrorista» y el gobierno chavista una «fuerza beligerante».

La llegada de Obama a la presidencia de Estados Unidos ha abierto, también en la mayoría de las sociedades latinoamericanas, la esperanza y el entusiasmo en un cambio en las relaciones con su poderoso vecino del norte y en que sean modificadas las políticas equivocadas de la Era Bush. Así se han expresado naciones como Brasil, Argentina, Chile, México y Perú. Grandes, medianas y pequeñas han coincidido casi todos en pedir a Obama el levantamiento del anacrónico embargo a Cuba, bloqueo que sirve principalmente para que los Castro justifiquen el estado de cosas en la isla. El levantamiento total del bloque no es algo automático pues no depende de un plumazo presidencial sino de cuestiones legislativas complejas. Pero Obama puede minimizarlo de inmediato.

El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, pareció tratar de contener a Chávez cuando, la semana pasada, habló en Venezuela, en una visita a la región del Zulia, de la conveniencia de que antes de más se viera con Obama y hablara con él, igual que debiera hacer el boliviano Evo Morales, según dijo. Sin duda Lula pensaba en la Cumbre de las Américas que en abril venidero se celebrará en Trinidad y Tobago donde por vez primera se encontrarán cara a cara los líderes latinoamericanos con Obama y donde posiblemente se verán ya claras las intenciones del cuadragésimo cuarto presidente de los Estados Unidos para la región.

Pero Chávez no tiene tanto tiempo. Necesita medirse al «imperio» cuanto antes porque tiene por delante el referéndum del 15 de febrero en el que busca una reforma constitución para la reelección perpetua que le posibilite seguir en el poder sin fecha de caducidad. Los venezolanos ya le dieron el «no» a una pretensión similar en un referéndum celebrado a fines del 2007 y ahora ha vuelto a plantear la reelección perpetua de una manera que muchos consideran antidemocrática pues hubo un pronunciamiento claro al respeto del pueblo. Lula ha dicho que si el pueblo venezolano dice otra vez «no» será «no» y Chávez tendrá que acatar ese mandato popular. Es dudoso que lo dicho por Lula vaya a servir de algo a un gobernante que tiene clara tendencia al despotismo, como le espetó Obama durante la etapa electoral estadounidense.

«Que un negro haya sido electo presidente de Estados Unidos es un gesto extraordinario del pueblo estadounidenses (…) que debe transformarse en gesto para América Latina (...) respetando nuestra soberanía y en una convivencia igualitaria», había dicho Lula.

Chávez replicó tres días después y dejó clara su posición: «nos espera a nosotros (…) seguir la lucha contra el imperialismo sea blanco o negro, o como se vista». Anticipó su opinión de que Obama pareciera que va a ser «el mismo fiasco que Bush para su pueblo y el mundo. Ojalá y me equivoque, pero creo que Obama es la misma miasma por no decir otras palabras. Eso es lo que yo creo y a él le tocará».

«Obama se metió en la batalla» que, a según Chávez, «el imperio» libra contra Venezuela. Agrega que Obama «lo hace adrede» porque no está desinformado y porque lo que está detrás de todo es «el Pentágono», es decir, «el poder imperial» militar que él desafía, del que dice haber liberado a su pueblo y de cuyo enfrentamiento el chavismo, como el castrismo, saca la fuerza ideológica.

«No hay mucho que esperar del nuevo mandatario», le responde Chávez a Lula. «Trata de darle oxigeno a los pitiyanquis», como llama despectivamente a sus opositores, y «nosotros nos hemos liberado del imperio, nos somos colonia», afirma haciendo alardes de libertador, émulo de Simón Bolívar.

El castrismo alardea de que ha podido sobrevivir a once presidente de Estados Unidos en estos cincuenta años, sin darse cuenta de que está reconociendo que en la isla existe la dictadura más prolongada que ha conocido América Latina. Chávez ya va por su tercer inquilino de la Casa Blanca y es su intención confesada seguir en el poder indefinidamente. En América Latina tiene imitadores. A Evo Morales se le escapó el otro día que quiere quedarse «para toda la vida» y Daniel Ortega, que ya fue dictador de Nicaragua durante diez años, está dando los primeros pasos para convertir esa segunda presidencia en un potencial vitaliciado.

Francisco r. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com

Chávez sobreactúa de nuevo

Hugo Chávez siempre actúa de forma exagerada y extravagante, lo mismo para tratar de seguir en el poder virtualmente de por vida, como está empeñado, que cuando la emprenden con alguien, como ahora contra Israel.

Aunque Chávez pueda tener razones para condenar rabiosamente la masacre de civiles que está cometiendo Israel estos días en la Franja de Gaza, sus decisiones acaban por colocarlo al lado de los más indeseables.

El mundo repudian mayormente esa barbarie que está sucediendo en Gaza, pero con equilibrios semánticos porque las dos partes tienen razón. Y ambos tienen conductas condenables. Israel tiene derecho a su seguridad como Estado y los palestinos a un Estado totalmente independiente. Y todos a vivir en paz.

Pero Israel no puede masacrar indiscriminadamente con sus bombardeos incesantes a gente inocente, ni poca ni mucha, con el pretexto de batir a su enemigo: Hamás. El mundo tiene que ponerle coto a eso.

Tampoco es de recibo que Hamás, que es la autoridad en la Franja de Gaza, sirva muchas víctimas en banda escudándose en su población civil, disparando cohetes contra el pueblo israelí, buscando permanentemente la provocación y el martirologio, haciendo de las mezquitas –centros que debieran ser sagrados– arsenales y ubicano sus cuarteles generales y oficinas en edificios de familias para que a todos los alcancen los proyectiles del Tzahal.

Hamás no tiene empacho que en la guerra caigan civiles palestinos inocentes sin con ello lleva agua a su molino, como quedó demostrado, entre otros muchos episodios, en la muerte en el campo de Yabalia del clérigo y líder de Hamás, Nizar Rayan, con sus cuatro mujeres y sus ocho hijos. Todos estaban avisados de que Israel iba a bombardear al cabo de poco tiempo. Aunque de ninguna forma esta conducta le salve, Israel suele dar ese tipo de avisos para que la población civil se ponga a salvo. Pero Hamás ha demostrado preferir que las bombas israelíes maten a su gente.

A Chávez se le ha llenado la boca llamando asesino al Gobierno israelí. Ha pedido cosas sin sentido como que se someta al presidente Shimon Peres a la Corte Penal Internacional, junto al presidente de los Estados Unidos, o que el pueblo israelíes se rebele contra sus autoridades legítimas.

Chávez ha irrumpido en esta crisis más que como un elefante, con un auténtico dinosaurio en una cacharrería. Ha roto virtualmente con Israel al ordenar la expulsión de su embajador en Caracas y otros diplomáticos. Nadie en el mundo ha tenido una reacción tan furibunda.

Con ese decisión Chávez logra que se le coloque del lado de un movimiento como Hamás que, aunque ganara las elecciones en Gaza, muchísimos gobiernos consideran una organización terrorista. Por sus prácticas los conoceréis. Se pone también del lado de Siria e Irán, los valedores de Hamás.

Mientras, a los aliados naturales de Venezuela en Latinoamérica les repugna una alianza así, salvo quizás a las «provincias» ideológicas del chavismo. No habría que descartar que Nicaragua, Ecuador o Bolivia hagan algo parecido. Pero, por ejemplo, Brasil, México o Chile, por poner tres casos de gobiernos latinoamericanos sensatos, no se van a embarcar en eso con Chávez.

Claro está, América Latina repudia esa salvajada. México, que ahora está en el Consejo de Seguridad de la ONU, y Argentina ha condenado la utilización excesiva y desproporcionada de la fuerza. Midiendo también las palabras, Brasil ha llamado a una tregua.

El presidente venezolano vuelve a orinar fuera del tiesto, como le ocurrió, sin ir más lejos el año pasado, en el episodio de los rehenes colombianos de las terroristas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

Cuando el mundo clamaba a favor de Ingrid Betancourt y sus compañeros de tan penoso cautiverio, el presidente venezolano, haciendo alardes humanitarios que acabaron por dejarle con el trasero al aire, quedo expuesto como amigo, protector, financista y valedor ideológico de los terroristas colombianos, incluso a la vista de los archivos informáticos de la guerrilla que en aquellos días cayeron en poder de las autoridades.

Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com

Cuba: la historia los triturará

Desde la «revolución perdida» retratada en un artículo en El País por el escritor e historiador español Antonio Elorza, a aquella conversación telefónica con un familiar de un veterano combatiente de Sierra Maestra que se quejaba la pasada Navidad con la metáfora de que «Cuba está muerta, pero nadie acaba de enterrarla», según el relato del poeta exiliado Raúl Rivero en El Mundo; a las estadísticas recogidas en The Miami Herald por el periodista argentino Andrés Oppenhaimar para sostener que a los cincuenta años de la entrada de los barbudos en La Habana el régimen castrista «no tiene mucho que mostrar».

Son cincuenta años de oprobiosa dictadura comunista, medio siglo de un régimen opresivo que ha ido de «victoria en victoria» hasta el desastre final. Cincuenta años de tiranía y comunismo, con «los horizontes emborronados y el pueblo en la miseria», como dijo Luis María Ansón en sus cartas domingueras (dirigió una a Raúl Castro) en El Mundo. Un aniversario sin gloria, una revolución en ruinas, la más larga dictadura que ha conocido un pueblo latinoamericano, un país sometido a los arbitrios de un personaje delirante, desatinado, como Fidel Castro y otro opaco como es su hermano y heredero Raúl.

«La dictadura cubana ha mejorado algunos indicadores sociales, pero otros países latinoamericanos han hecho lo mismo sin sacrificar libertades básicas y a un costo muchísimo menor en sufrimiento humano», afirmó Oppenheimer. Elorza habló del fracaso de aquella «hermosa revolución» que deslumbró a medio mundo, su rápido viraje a la dictadura, a las ejecuciones, a la cárcel incluso para revolucionarios disconformes como Huber Matos; la tela de araña policial que envolvió desde temprana hora al pueblo cubano, la supresión de la prensa libre, la ineficacia en economía del régimen, el cesarismo populista de Fidel asentado sobre la represión permanente. «Medio siglo después de la entrada de los barbudos en La Habana, ahí seguimos», afirma.

Casi las dos terceras partes de las tierras de cultivo de la isla se mantienen baldías, mientras la gente pasa necesidades. El 85% de los alimentos se importan, la mayor parte de Estados Unidos, pese al embargo, que es una medida caduca, desafortunada y desacertada. El salario medio mensual es de 15 euros y las pensiones de 8. Hay cartilla de racionamiento, que no alcanza para cubrir ni la mitad de las necesidades básicas. De las 33 naciones de América Latina y el Caribe, Cuba se ubica en el vigésimo tercer lugar en nivel de desarrollo humano, según cifras de la ONU. De sus once millones de habitantes solo 17.000 tienen acceso a Internet, 12.000 al teléfono móvil y un 9% al teléfono fijo. Tienen también menos computadores, autos o televisores que sus vecinos latinoamericanos. Por supuesto que los cubanos no tienen acceso a emisoras libres de radio y televisión ni a los canales por cable o satélite. Sus niveles de alfabetización o mortalidad infantil son similares a los de Trinidad y Tobago o Chile. Cuba carece de reservas de divisas, está económicamente atenazado y sus ciudadanos llevan una vida sombría.

Puede afirmarse que el proyecto de transformación social iniciado hace cincuenta años por Fidel Castro ha sido un fiasco. Lejos de aportar prosperidad y bienestar al pueblo, lo único que han traído estos años ha sido miseria, fragmentación de la familia cubana, exilio, atraso y aislamiento internacional, concluía un análisis en el diario madrileño ABC. «Después de cincuenta años de penurias, hambre, golpizas y candados, la sociedad cubana está enferma, crispada y muy dividida», sostuvo Raúl Rivero, ex prisionero de los Castro, en artículo «Socialismo o muerte, valga la redundancia». Tras medio siglo de dictadura castrista, Rivero dice que el cuadro en cuba es «el de una sociedad enferma, crispada, pobre y dividida. Una nación sin pan, sin sueños, sin libertad y como un barco al pairo (…) Cuba no ha muerto (…) Está paralizada. Asiste al velorio del Frankestein del socialismo tropical, espantoso en su media rueda».

Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com