Cuba: esperanza, espera y decepción

El presidente Raúl Castro ha hecho una serie de anuncios que significan la postergación de sus tímidas, pero esperanzadoras, reformas en Cuba, debido a los efectos de la crisis global. El trance en que se ve el mundo es consecuencia de los excesos del libre mercado cuando la situación cubana hunde sus raíces en la conmoción causada por la crisis del comunismo y el desmoronamiento del bloque soviético así como tiene que ver con la contumaz impericia de los dirigentes de La Habana, su irresponsabilidad perseverante y el envanecimiento y el fundamentalismo de Fidel Castro. Es el peso muerto de ese régimen anquilosado, esclerótico y exánime, que ahora cumple cincuenta años, lo que mantiene postrada a Cuba. El régimen castrista es el origen de la cuestión y la crisis capitalista le sirve de nueva coartada.

Las reformas –Raúl dice– no han sido engavetadas y se irán aplicando «sin apresuramiento ni exceso de idealismo». Le faltó decir que «y con la venia de Fidel» o «después de que mi hermano se muera». La reestructuración general del Gobierno quedó también aplazada. La contrarreforma de Raúl tendrá, pues, que esperar más en medio de la decepción del pueblo, que siguió a la espera tras los primeros anuncios a raíz de tu toma de posesión en febrero pasado. Porque la verdad es que hasta ahora las principales iniciativas de Raúl y otras que, según se afirmaba, tenía en mente –entre ellas la libertad de entrada y salida del país para todos los cubanos– han sido frenadas una tras otra por el líder providencial de la isla desde su ignoto retiro de enfermo, desde donde mantiene maniatado a su hermano menor. El general Raúl Castro es, en efecto, el Presidente de la República. Pero Fidel Castro continúa siendo el Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista. Y no se pude olvidar que en Cuba el Partido Comunista está legalmente por encima de todas las demás instituciones. Además, Fidel continúa siendo venerado como Comandante en Jefe. De manera que a Raúl le queda la decoración, el protocolo y poco más, con casi ningún margen de maniobra.

Se trata ahora, dice Raúl, de «ajustar los sueños a las verdaderas posibilidades», que realmente vienen determinadas por la voluntad de su hermano Fidel. Antes de cualquier reforma sustancial, mucho más allá del simbólico permiso para pernoctar en hoteles o la autorización de compra de ciertos enseres electrodomésticos para gente que mayormente carece de posibles, habrá que celebrar el Sexto Congreso del Partido Comunista de Cuba, que tendrá que pronunciarse sobre cualquier cambio. Se dice que ese congreso tendrá lugar el mes de octubre, pero hasta la fecha no lo han convocado. Tampoco han comenzado los preparativos ni las reuniones provinciales, de las bases y de las organizaciones políticas y de masas. De modo que los observadores tienen sus dudas. Si para cuando se celebre ese congreso siguiera vivo Fidel seguramente pondrá todo su enorme peso ideológico para que nadie cambie sustancialmente. No parece probable que al final de su vida el obstinado Fidel vaya a dar su brazo a torcer ni nadie se atreva a contradecirle.

En su discurso de fin de año en la Asamblea Nacional, Raúl dijo de alguna manera que Cuba no puede quedar a merced de Venezuela en temas económicos. El régimen de Hugo Chávez, según fuentes en Cuba, proporciona a La Habana una ayuda que anualmente asciende a 6.000 millones de dólares una cantidad muy importante comparada con los 5.000 millones de dólares en los buenos tiempos le proporcionaba a Castro la Unión Soviética. No se sabe cuanto peso habrá tenido en esa afirmación los sentimientos de Raúl hacia Chávez. Es de sobra conocido que al hijo putativo de Fidel, el tío putativo Raúl no lo quiere, lo le cae bien.

En ese discurso Raúl propuso recetas que obligarán a los cubanos y sus dirigentes a ajustarse el cinturón, a quienes les quede cinturón y cintura para aguantar.

Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com

El uribismo y los urubues

El uribismo trata de medrar en la putrefacta política colombiana como buitres. Jotes, zamuros, zopilotes, gallinazos, urubues… distintos nombres para definir el mismo animal o a sus hermanos y primos rapaces. Todos viven en la carroña.

Ganador de las elecciones del 2002, Álvaro Uribe logró la reelección en 2006 para otro mandato de cuatro años merced a una reforma constitucional comprobadamente tramposa como demuestra el escándalo conocido como la «yidispolítica», por la diputada Yidis Medina –condenada por la Corte Suprema de Justicia por cohecho propio – cuyo voto supuestamente comprado con prebendas decidió la modificación de la Carta Magna a favor del jefe del Estado. Hubo más congresistas comprados.

Uribe ganó aquellas elecciones sacando a relucir sus éxitos contra las guerrillas y el aumento de la seguridad en el país. Obtuvo dos tercios de los votos en unos comicios en los que un 55% no participó. Eso significó el apoyo a Uribe en las urnas de sólo un 25% de los colombianos con derecho a voto. Pero ha logrado ser el presidente colombiano más popular en el último medio siglo, según dicen en su país.

Ahora, el uribismo preconiza una nueva reforma constitucional sin piedad que permita la tercera candidatura de Uribe en 2010. De hecho, la mayoría uribista, en ausencia de la oposición, con nueve colaboradores muy cercanos a Uribe controlando la situación desde dentro el hemiciclo y ejerciendo la conminación, ha aprobado por las bravas un vergonzoso proyecto de reforma para permitir un referéndum sobre la reelección presidencial en el 2014. Hubo un error pues la fecha debía haber sido el 2010. Ahora se tratará de cambiar el año con nuevas triquiñuelas con la intención de aferrarse al sillón presidencial.

Eso ha ocurrido en un congreso convocado entre gallos y medianoche, vaciado por la oposición, infestado por los escándalos con los parapoliciales de extrema derecha que han dejado tras de si un reguero de muertos y 50 diputados y senadores involucrados.

Veteranos políticos como el ex presidente César Gaviria han puesto el grito en el cielo y alertado del peligro para la democracia. La prensa también ha reaccionado contra la indecencia hablando del cinismo y la desvergüenza por la reforma constitucional en beneficio propio de Uribe. Colombia está iniciando el camino que conduce a la dictadura.

Involucrado en otros escándalos por alegadas relaciones con el narcotráfico y narcotraficantes como los Ochoa o los Escobar, y los paramilitares, Uribe ansía quedarse todo el tiempo que pueda en el poder, al que tiene un apego extraordinario. Su popularidad está en declive tras el reciente escándalo por los asesinatos de civiles inocentes por parte de los militares para ponerse galones y medallas y cobrar recompensas haciéndoles pasar por terroristas, o las pirámides financieras que se han desmoronado enlodando al gobierno, al presidente y familiares suyos.

Queda aún margen para la esperanza. Siendo Colombia un país con apego a la institucionalizada y sin tradición caudillesca, debe naufragar el proyecto de Uribe de perpetuarse en el poder, como hace su vecino Hugo Chávez. A su paso por la cámara alta, los senadores tienen la posibilidad de frenar el dislate. Quedaría aún la Corte Constitucional y finalmente el veredicto del pueblo. Pero la política colombiana está muy corrompida, estragada y arruinada. El hecho de que el presidente Hugo Chávez esté haciendo exactamente lo mismo que pretende Uribe ilustra aun más lo inconveniente de este fenómeno, ha dicho la prensa colombiana.

Políticos como Uribe o Chávez no deben olvidar nunca el caso del peruano Alberto Fujimori, que movió todos los diablos y agitó tanto el caldero como aprendiz de brujo hasta que le acabó reventando en la cara.

Creyó que era el gobernante providencial que le daría al Perú veinte años de estabilidad política, económica e institucional. Jugó a salvador de la patria, a vencedor del terrorismo y estabilizador de la economía tras la desastrosa primera gestión de Ala García.

Defecó sobre la democracia y el Estado de derecho. Buscó la reelección con reformas constitucionales, trapacerías y leguleyadas; maleó la política y sus reglas; desvirtuó la vida pública y fue un embustero contumaz. Siendo japonés hizo añicos el código del honor y la decencia.

Se convirtió en un político marrullero y tramposo. Cultivó amistades peligrosas e hizo alianzas non sanctas hasta que tuvo que poner pies en polvorosa, al extranjero, para refugiarse en el Japón de sus ancestros desde donde renunció a la presidencia por fax. Hoy está en la cárcel, en Lima, juzgado por siete cargos de crímenes de lesa humanidad y corrupción.

Sería ceguera por parte de Uribe arrojar por la borda lo que la revista «Semana» considera unas de las trayectorias políticas más exitosas que se han visto en la historia de Colombia.

Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com

Males de la chaveta

Hugo Chávez juega al superhéroe de Latinoamérica, como el Chapulín Colorado. «No contaban con mi astucia», dice también el presidente venezolano mientras impone de nuevo la enmienda para su reelección indefinida. Política marrullera, prestidigitación ideológica, mitomanía revolucionaria y heroísmo de hojalata. Con arengas patrioteras y soflamas revolucionarias se disfraza una ambición obsesiva de poder. ¡Tiemblen, tiemblen pitiyanquis, vendepatrias, oligarcas que ahí tienen otro caudillo mandón como tantos que ha conocido Latinoamérica!

Hace unos días se cumplió otro aniversario de la muerte de viejo, en 1935, del mayo tirano que ha tenido Venezuela: Juan Vicente Gómez, tras 27 años de ignominia . Curiosamente nació y murió en los mismos días que Simón Bolívar. Según Chávez, Bolívar pudo ser asesinado vilmente. Los historiadores dicen que hablar de ese asesinato es de locos. ¡El Libertador murió tísico! Pero Chávez está dispuesto a descubrir a los asesinos, que identifica con los enemigos de la patria, con Estados Unidos, sus adversarios colombianos y la oligarquía venezolana. «Curiosamente los enemigos que Chávez atribuye a Bolívar son sus propios enemigos», apunta la prensa. «Rompan los mármoles de la patria, abran el sacrosanto sepulcro del Panteón Nacional y veamos, porque tengo dudas». Si el comandante duda… Exégetas del Libertador y alabanceros de Chávez afirman que Bolívar fue asesinado porque pretendía implantar una revolución. Ni más ni menos. Hay una manipulación grosera de la historia por parte del chavismo. Chávez adultera la historia.

¿Podrá Chávez demostrar algo? ¡Pero si sus policías son incapaces de solucionar los cuantiosos crímenes que hay en el país!, aseguran sus adversarios. Esa violencia social convierte cada semana a Caracas en un valle de sangre. Crece y crece. Una chacina. Los proyectos sociales de Chávez, diez años después, no logran nada contra la violencia que campea. Los barrios adentro se pueblan de deudos. Los periódicos contaron durante el fin de semana de las últimas elecciones regionales 44 homicidios en Caracas, con todos los policías y militares de la república en pie de guerra. ¿Cuántos ocurren durante los demás fines de semana cuando la seguridad es bien menor? ¿Sesenta? ¿Setenta?

Ahora, cuando Chávez festeja sus diez primeros años en el poder, se cumple el centenario del inicio de la satrapía de Gómez, que coincidentemente era otro militronche personalista, astuto, listo y ladrón. Algunos militares, dicen historiadores, ven en Chávez la reencarnación de Gómez, el que instituyó las Fuerzas Armadas. Gómez trató también de mantener una fachada constitucional y democrática, enmendó la Carta Magna según sus intereses y era el benefactor de la patria, el Benemérito. Puestos en cargos públicos – ¡oh coincidencias! – sus familiares se aprovecharon del botín de la patria. Igual dicen que pasa en la llamada República de Barinas. En sus primeros años Gómez promovió la concordia nacional, mientras Chávez atiza desde siempre la discordia.

El pueblo venezolano rechazó en 2007 una reforma constitucional que posibilitaba la reelección presidencial indefinida, es decir la temida implantación de un régimen autoritario duradero, quizás un vitaliciado. Chávez vuelve ahora a imponerla con un desprecio supino por la voluntad popular expresada en aquel referéndum y pide a la gente que lo secunde. Dicen que cuatro millones y medio han firmado dándole su apoyo. La Asamblea Nacional es mayoritariamente obsequiosa y dispuesta a la aclamación. Los que tienen un puesto público y los que viven de las prebendas han debido firmar. ¡Qué remedio! Los hay que siguen al líder a pie juntillas, con obediencia ciega. «¡Síganme los buenos!», gritaría el Chapulín. Sin darle tregua al país ni para las ayacas y las gaitas de Navidad, una Venezuela al borde de la extenuación política tienes otra consulta electoral en puertas, para febrero, sobre la continuidad de Chávez. «Ya le dijimos que no. ¿Es que quiere ser rey?», claman sus adversarios. Quizás un soberano de Barataria.

Una multitud ciega grita al «Uh, ah, Chávez no se va» y cosas tan pintorescas como «estamos logrando la plena felicidad». «Todos mis movimientos están fríamente calculados», diría el Chapulín. Cómo para salir corriendo. ¿Qué se puede pensar de un gobernante que dice que está dispuesto a quedarse en el cargo hasta el 2019, el 2021 o «cuando Dios y el pueblo manden»? «El poder y el delirio», responde el pensador Enrique Krauze en un libro muy atractivo. Aquello parece un país con gobernante y gobernados envilecidos, con el Estado totalmente echado a perder y al servicio discrecional del proyecto chavista. ¿Cuánto duraría Chávez sin petróleo o con este derrumbe del precio del barril?

Los dos lustros que lleva Chávez mandando no ha sido una década prodigiosa. Más bien lo contrario. Su revolución mesiánica parece una cáscara vacía y a la deriva. En el país ha habido el cambio de la clase corrupta de la «conchupancia» de la Cuarta República por otra, la «boliburguesía» de la revolución chavista mucho más degradada. El escocés etiqueta azul y los coches Hummer son sus señas de identidad. Corrupción a raudales, la peor de Iberoamérica, en la Quinta República, esa que nació bajo el signo de la honestidad. Chávez dilapida la riqueza nacional que proporciona el petróleo en su aventura de poder personal, fuera y dentro del país.

Bolívar advertía contra los gobernantes que se eternizaban en el poder. Gómez fue uno de ellos. Chávez lo pretende. ¿A cual de ellos se parece más a Chávez? Quizás a Robert Mugabe, su admirado «guerrero de la libertad», quien en su demencia senil se aferra al poder de un país hechos añicos gritando «Zimbabue es mío». Como afirmaba Octavio Paz, «la Revolución comienza como promesa, se disipa en agitaciones frenéticas y se congela en dictaduras sangrientas…».

Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com

Latinoamérica en la cumbre

El compromiso alcanzado para constituir una organización de estados latinoamericanos y caribeños parece un sensible revés para las políticas exteriores de España y Estados Unidos y un triunfo genuino para Brasil.

La fecha fijada en principio para ello es el 2010, año emblemático porque abrirá las conmemoraciones del bicentenario de la independencia de las repúblicas iberoamericanas.

Los representantes de las 33 naciones de América Latina y el Caribe –casi todos jefes de Estado entre los que predominan los de izquierda y centro-izquierda–, han conseguido reunirse por vez primera, incluida Cuba, sin copartícipes ajenos a la región ni complejos de inferioridad, en una señal de independencia sin precedentes y con un discurso autónomo, en el lujoso balneario tropical de Costa do Sauipe del estado brasileño de Bahía, a unos cien kilómetros de su capital, Salvador, esta misma semana.

La cita, arduamente preparada, ha sido para Brasil posiblemente su mayor triunfo diplomático en su legendaria puja por erigirse en líder de América Latina, ahora que goza de estabilidad económica y política envidiables, tiene un prestigio internacional creciente, se codea con los más poderosos, es cabecilla entre los emergentes y se siente con un pie en el Consejo de Seguridad de la ONU a la espera de poder meter el otro en cuanto haya una reforma del organismo. Algún medio brasileño ha publicado que el país tiene, con México, la misión delegada por Estados Unidos de »tutelar» a América Latina.

Su presidente, el antiguo obrero del metal y líder sindical Luiz Inácio Lula da Silva, está exultante y así se muestra en público. Vio coronada la pretensión brasileña de expandir su influencia regional, hasta el punto de que se permitió criticar el servilismo de América Latina a Estados Unidos en el discurso final, aunque de entrada había quedado patente en el sesgo antiamericano de la cita con la inclusión en la misma de Cuba. Aunque nada hubiera ocurrido, la cumbre mereció la pena por la simple inclusión en ella de Cuba, arguyó Lula. A la vez, el presidente brasileño neutraliza la influencia del venezolano Hugo Chávez, quien muy a su pesar fue mantenido al margen de los preparativos y se enteró cuando todo estaba cocinado. Se quejó por ello a Lula. Los preparativos comenzaron cuando el brasileño visitó La Habana enero pasado y el acuerdo se logró en octubre. Cuba muestra que tiene el respaldo real de América Latina, que pide su regreso a la Organización de Estados Americanos (OEA) de la que fue expulsado hace 47 años y a la vez amplía un abanico de alianzas que alivia su excesiva dependencia de Caracas.

La cumbre fue enclavada estratégicamente entre las elecciones estadounidenses y la toma de posesión del nuevo presidente, Barack Obama, y justo cuando está arruinada la figura del mandatario saliente, George Walker Bush. El estruendoso fracaso del gobierno de Bush y la crisis económica global ofrece mejores perspectivas que nunca para una coordinación política efectiva y acuerdos económicos y financieros. La conferencia de Costa do Sauipe se celebró cuatro meses antes de que los mandatarios latinoamericanos, sin Cuba, se reunan con Obama en Puerto España, la capital de Trinidad y Tobago, en la quinta Cumbre de las Américas, prevista para abril. América Latina debe explorar la oportunidad que se ha abierto con la llegada al poder de Obama.

La organización que se pretende crear será para gobernantes como el cubano Castro, el venezolano Chávez, el boliviano Evo Morales, el nicaragüense Daniel Ortega, el ecuatoriano Rafael Correa y el paraguayo Fernando Lugo en menor medida una institución antiimperialista, antiyanqui. Pero Brasil, con México, Argentina, Chile, Colombia y Perú seguramente le darán un sesgo más bien relacionado con la importancia que tiene que el continente hable con una sola voz para beneficiarse política y económicamente en el mundo globalizado. Por cierto que los mandatarios peruano, Alan García, y colombiano, Álvaro Uribe, no estuvieron en la cumbre de Costa do Sauipe. Como señalaba el mexicano Felipe Calderón se trata de crear una unidad real sobre bases políticas, sociales, económicas y culturales que le den a América Latina la solidez que necesita para en un mundo global y hacer valer su propia identidad, fuerza y potencialidades. Para México es vital no condicionar sus relaciones con Estados Unidos, pero también no dependen demasiado de Washington.

Es cierto que ha habido múltiples intentos de crear mecanismos de integración latinoamericanos regionales o subregionales y que ninguno ha prosperado o tuvieron escaso éxito, de modo que esto puede ser un contratiempo para el nuevo organismo que no tiene aún ni nombre ni forma y solo una vaga promesa de reunirse de aquí a dos años. Dependerá de una conferencia de segundones el año próximo. Hay demasiadas pendencias abiertas en la región: prácticamente todos de los países de América del Sur tiene problemas con sus vecinos de orden histórico y territorial (Chile, Bolivia, Perú, Colombia, Venezuela) o comercial y financiero (Brasil, Argentina Paraguay, Ecuador y Bolivia), ambientales (Argentina con Uruguay) o por las guerrillas (Colombia, Venezuela y Ecuador).

Pero hasta ahora la simple celebración de una reunión de mandatarios latinoamericanos y del Caribe, incluida Cuba, era una quimera. La incorporación de Cuba significa por lo pronto que América Latina muestra independencia en relación con las políticas de Estados Unidos. La entidad que quieren formar se muestra como un proyecto que nada tiene que ver con los intereses de Washington y que tendrá sus propias reglas.

Si se concreta esta organización latinoamericana y del Caribe, se augura un futuro incierto a las cumbre iberoamericanas que los 22 países de ese origen tienen con España y Portugal anualmente desde 1991. Estas conferencias están cada día más vacías de contenido y muchos gobernantes van a ellas con manifiesta desgana, por pura formalidad. Cuba dejó de asistir a nivel de jefe de Estado en el 2001; Chávez manifiesta abiertamente su aversión a ellas; Brasil deja habitualmente patente su desinterés; México mantiene el tipo porque tiene un compromiso moral de haber sido el iniciador de las conferencias, junto con España. Las Cumbres Iberoamericanas perderían su mayor razón de continuidad: ser el único foro regional en el que se sentaba también Cuba. Por lo pronto está proyectada una segunda cumbre para el 2010 en México y otra para el 2011 en Venezuela.

Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com

Los megavatios de la ira

Carlos Quinto Mateo Balmelli parece un hombre bienintencionado, probo, diligente y moderado, sabedor de que el cargo que ocupa, aunque suene poco o la mayoría lo desconozca, es el más importante en su país tras la Presidencia de la República.

Parece muy consciente de que el coloso que dirige ha sido desde su nacimiento una ciénaga de corrupción y de que en esa empresa Brasil tiene enredado a Paraguay hace mucho tiempo.

Durante los dos años que viví en Asunción él estudiaba en el extranjero. Acabé conociéndolo ahora a principios diciembre cuando estuvo en Madrid buscando cómplices con una causa justa convertida en la prioridad del nuevo gobierno paraguayo que preside el ex obispo Fernando Lugo.

Mateo Balmelli, abogado de 47 años y ex senador liberal, es el director paraguayo de la hidroeléctrica Itaipú, esa empresa de titanes levantado en el río Paraná entre los años 70 y 80 del siglo pasado. Eran tiempos de dictadura tanto en Brasil como en Paraguay. Además, Paraguay era tenido por un virtual protectorado de Brasil, el país que en la segunda mitad del siglo XIX lideró una guerra que lo redujo a cenizas y diezmó su población. Desde entonces los brasileños han solido ser determinantes en Paraguay, y más durante la dictadura del general Alfredo Stroessner (1954-89), su rendido admirador. También durante los gobiernos civiles que siguieron hasta el de Fernando Lugo.

Itaipú aún es la mayor hidroeléctrica en funcionamiento del mundo, con una producción de unos 93 millones de megavatios-hora anuales, con 20 turbinas cada una del tamaño de un edificio de nueve pisos y capaces de iluminar Londres por dos años a consumo máximo las 24 horas del día.

¿Cuánto vale esa energía? Varía por los diferentes precios de la electricidad en el mercado. En Europa podría llegar a 10.000 millones de dólares. Dentro del Mercosur, a la tarifa que paga el consumidor final, serían unos 8.800 millones de dólares. La cuestión que trae de cabeza a Lugo, a su país y, por supuesto, a Mateo Balmelli es lo poco que recibe Paraguay y las deudas que la maniatan.

Brasil y Paraguay son nominalmente dueños a partes iguales de la central y la energía que produce, pero los brasileños consumen el 95% del total porque los paraguayos les basta con una pequeña parte de su mitad. Los paraguayos deben transferir a su socio la electricidad excedente, que explota la estatal brasileña Eletrobras en su mercado interno y, quizás también, cuando vende a sus vecinos Argentina y Uruguay. Entre unas cosas y otras Brasil acaba pagando a Paraguay un precio de ganga: unos 275 millones de dólares al año por algo que vale diez, doce o catorce veces más.

Los paraguayos se consideran expoliados y víctimas de práctica colonialistas. Consideran leonino el contrato de cincuenta años de duración que el vasallo Stroessner firmó a favor de sus protectores brasileños. Los brasileños siempre han tratado el asunto como si Itaipú fuera casi exclusivamente de su propiedad, pues ellos pagaron las obras y pusieron el capital. Paraguay es así un mero comparsa al que repasan migajas. Pero Paraguay continúa pagando su parte de una deuda por aquellas obras que aún es cuantiosísima y que muchos consideran amortizada. El gobierno de Lugo duda de su legitimidad y la considera fraudulenta. Por ejemplo, un crédito de Taiwán de 1999 por 500 millones de dólares desapareció íntegro. El control ha sido mínimo cuando no inexistente. Itaipú Binacional ya ha pagado 31.000 millones de dólares de deuda a Eletrobrás y los bancos y falta por amortizar una cantidad semejante. El costo inicial de la obra de unos 2.000 millones de dólares se multiplicó por diez sin explicaciones razonables. La sobrefacturación benefició a los contratistas brasileños en su inmensa mayoría. La corrupción se mezcla con la usura, se asegura en Paraguay.

Ahora que Paraguay transita, desde agosto último, por un cambio real de régimen con el desalojo del poder del Partido Colorado –que ha controlado el país ininterrumpidamente desde mediados del pasado siglo, concretamente desde 1947, bajo presidentes militares y también con los civiles–, afloran las miserias del famoso Tratado de Itaipú que celebraron en 1973 Emilio Garrastazu Medici, el más cruel de los generales-presidentes de la dictadura brasileña, y Stroessner.

Paraguay reclama poder vender directamente en el mercado brasileño su energía, en lugar de que lo haga la estatal Eletrobras. Aspira a obtener cuanto más mejor de una fuente de riqueza equivalente al 40% de su Producto Interior Bruto (PIB). El PIB paraguayo es el más bajos del mundo y su nivel de desarrollo uno de los menores, con indignantes niveles de desigualdades y pobreza extrema. Un país de recursos agropecuarios, con una economía sumergida enorme y un contrabando endiablado y enconado. En desarrollo tecnológico Paraguay es el 120º país del mundo, detrás de Nicaragua y Bolivia, por ejemplo.

Ante las reivindicaciones paraguayas del gobierno de Lugo, los brasileños sacan a relucir indirectamente su fuerza militar, con las maniobras militares Operación Pampa en la frontera con Paraguay, y directamente toda clase de razones jurídicas y de derecho internacional, que quedan desnudas a la vista de las cifras.

La diplomacia presidencial desde el Palacio de Planalto y la propia de esa trituradora llamada Itamaraty, la famosa cancillería brasileña, representan un Goliat frente al David guaraní. Pero el ex clérigo Lugo y sus ministros, desde que llegaron al poder sacan pecho decididos a librar pacíficamente una Guerra del Paraguay que les vuelva dueños de su destino y sus riquezas.

Los gobiernos «colorados» anteriores no plantearon ningún reclamo y usaron a Itaipú como caja grande de un sistema de corrupción y enriquecimiento ilícito que mancha a todo el anterior sistema de poder, a ministros, parlamentarios, funcionarios, incluidos los dos antecesor de Mateo Balmelli, y políticos de toda laya, a proveedores, fundaciones y medios de comunicación. Un basto esquema de corrupción que no podía funcionar sin el conocimiento, la obsecuencia y talvez el aliento de Brasil, conocedor de las debilidades ante el dinero de sus socios paraguayos. Delitos que nunca han sido investigados, cuentas que nadie ha auditado y papeles que se hacen humo por la mano de implicados que han llegado a meter fuego a las pruebas. Paraguay está considerado uno de los países más corruptos de América Latina.

Sin duda que Brasilia hubiera preferido a otro «colorado» en la Presidencia de Paraguay. Fernando Lugo sólo le importó a Brasil cuando su victoria era inevitable, en las vísperas de las últimas elecciones presidenciales. En el caso de Paraguay, el antiguo obrero metalúrgico y ex trotskista, Luiz Inácio Lula da Silva, desde la presidencia de Brasil, debiera sintonizar con un gobierno como el de Fernando Lugo, pero mantiene hacia Paraguay la misma política imperial de sus antecesores.

Crecidos como están en su nuevo liderazgo regional latinoamericano, los brasileños no va a facilitar las cosas y parece distante un arreglo que consiste en cuadrar las cuentas, fundamentalmente la deuda, acabar con la corrupción interna y explotar como socios igualitarios y solidarios una gigantesca fuente de riqueza como es Itaipú.

Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com

¿Quién para a Hugo Chávez?

El comandante Hugo Rafael Chávez Frías está cumpliendo diez años en el poder en Venezuela como caballo desbocado, sin freno ni medida, con la obstinación de un Robert Mugabe que ha sumido a Zimbabue en el caos, la desesperación y la plaga.

¿Quién lo para? ¿Quién puede contener a este gobernante que ha convertido la presidencia en asunto personal, en un monumental desatino, en una obsesión desproporcionada, en piedra de toque de una revolución fútil que luce en pañales dos lustros después de haber sido parida, a este autócrata cuartelero revestido de capa pluvial verde oliva y roja de sumo sacerdote de una democracia en la que fehacientemente no cree?

La oposición política ha ocasionado algunos tropiezos a Chávez, pero hasta el momento nada que el antiguo comandante de paracaidistas no haya sabido sortear brincando con la insensatez de un canguro grillado.

Fuera de Venezuela no se ve nadie –en América Latina, Estados Unidos, la Unión Europea ni en parte alguna– dispuesto a hacer algo para contener a un gobernante que vilipendia la democracia, la ha convertido en una farsa, atropella y subvierte la voluntad popular y la usa como a él mejor le viene, que no tiene empacho en falsificar el legado del venerado prócer Simón Bolívar y tomar su nombre en vano.

Entre gritos y bravatas como «yo ya no soy yo. Yo soy el pueblo» o «este soldado se prepara mentalmente, físicamente, desde todo punto de vista, para trascender el 2012» [año en que habrá nuevas elecciones presidenciales] o «¡Prepárense oligarcas!» o «yo estaré aquí [en la presidencia] hasta que Dios quiera y mande el pueblo» o «el que no está con Chávez está contra Chávez» o «Uh, Ah Chávez no se va» o «¡Vamos a demostrar quién manda en Venezuela!», el gobernante ha dado otra vuelta a la tuerca que le atornilla al poder con la idea de perpetuarse legalmente en el cargo.

Hace un año los ciudadanos se pronunciaron contra la posibilidad de reelección presidencial indefinida porque no deseaban tantísimo poder concentrado en un gobernante que podía ser eterno y porque conocen de sobra la enorme capacidad que tiene el jefe del Estado para compra voluntades, corromper y mantener su clientela política. También conscientes de que, como sentenció Bolívar, en el acto constitucional de Venezuela la continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos y nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder porque el pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo.

Chávez prometió entonces no insistir sobre el tema y afirmó que el resultado del referéndum había sido «una señal» para él.

Desde el punto de vista democrático aquel triunfo de la oposición, que Chávez tildó de «victoria de mierda» cuando se vio forzado a reconocerlo públicamente, debió haber zanjado la cuestión de la reelección presidencial indefinida, con lo que el mandatario tendría que abandonar el cargo el 10 de enero del 2013, fecha en la que concluirá su actual sexenio.

Pero, como tantas veces hizo en estos diez años, Chávez ha cambiado otra vez de opinión.

Arguye ahora que ese mudanza se ha debido a que ha visto más clara «la gran amenaza fascista que se cierne sobre el pueblo venezolano», en referencia a sus opositores y su muy significativo avance en las recientes elecciones regionales y municipales, cuando vencieron a Chávez en distritos que representan no menos de la mitad del país en población y riqueza.

«Inmorales, sinvergüenzas…!» grita Chávez contra sus oponentes porque argumentan que el asunto de la reelección indefinida ya fue votado y rechazado por el pueblo en aquel referéndum del 2 de diciembre del 2007, cuyos resultados oficiales aún no han sido divulgados por unas autoridades electorales tan sumisas a Chávez como prevaricadoras.

Chávez ha hallado en la propia Constitución el camino para driblar la voluntad popular contraria a sus pretensiones continuistas pues la Carta Magna establece la posibilidad de su propia a iniciativa ciudadanía (con el respaldo de cuanto menos 2,6 millones de firmas) y de la Asamblea Nacional, que en su inmensa mayoría es chavista hasta el tuétano. Como hay tres posibilidades de iniciar una reforma Chávez no tiene empacho en colocar el mismo asunto a votación una y otra vez.

En realidad no ha habido ahora una iniciativa ciudadana pues ha sido el propio Chávez quien, tras el resultado desfavorable de las elecciones regionales y municipales celebradas el último 23 de noviembre, puso en marcha con celeridad el mecanismo de reforma constitucional para la reelección indefinida e impartió ordenes a sus huestes de «movilización para el combate» en lo que él con su grandilocuencia considera «una guerra».

Pretende que el nuevo referéndum se celebre en febrero próximo. Con esta nueva votación Chávez trata también de aniquilar de antemano la posibilidad de que la oposición impulse una consulta popular con la intención de revocar su mandato, cosa posible en el ordenamiento legal venezolano contra cualquier cargo a la mitad del período de un mandato. Eso es de aquí a poco más de un año en el caso de Chávez.

El presidente venezolano también distrae con ello la atención sobre el fracaso estrepitoso de estos diez años de revolución hueca y se anticipa a la aguda situación crítica que amenaza al país debido al abrupto desplome del precio del petróleo, la casi exclusiva fuente de riqueza nacional. Antes Chávez había amedrentado a la oposición vaciando los despachos, las arcas y las intendencias o quitado competencias administrativas a las gobernaciones y municipios donde sus rivales han triunfado, en un nuevo y arbitrario alarde de autoritarismo.

Chávez opina que la democracia consiste en el voto popular y la alternancia en el poder en que en las elecciones haya más de un candidato. Sostiene que no hay ninguna diferencia desde el punto de vista democrático entre lo que él quiere y lo que ocurre en democracias consolidadas como la británica o la española, en las que –dice- nadie elige a los jefes de Estado [en ambos casos son reyes sin la potestad de gobierno] y los primeros ministros pueden buscar la reelección sin límite. Ignora qué es una democracia parlamentaria.

¿Qué harían los británicos si escucharan a Gordon Brown diciendo como Chávez que quiere «trascender» más allá de determinada fecha, o los españoles si José Luis Rodríguez Zapatero proclamara que «el pueblo soy yo» o cualquiera que tildara de «victoria de mierda» un triunfo electoral de sus opositores?

La democracia tiene que ver fundamentalmente con la votación popular y la alternancia en el poder, pero también mucho con algo que en la Venezuela de Chávez se suele patear como es el respeto a la voluntad ciudadana y a las minorías, el uso responsable de los recursos nacionales, la libertad y la igual ante la ley, el derecho a la crítica, el ejercicio de la oposición, la liberad de opinión, que el gobernante tenga en cuanta lo que el pueblo quiere, etc.

¿Quién contiene a Chávez en sus afanes desmedidos, en su iniquidad, en su forma tan arbitraria de gobernar?

Internamente la oposición ha mejorado sus resultados y debe haber aprendido tras al referéndum del año pasado y los comicios recientes que sólo unidos pueden hacer frente al enjambre chavista, una sociedad de cómplices donde las fidelidades y las lealtades valen su precio en petrodólares o bolívares fuertes. Pero aún no parecen tener fuerza para desbancar a Chávez del poder y menos teniendo el presidente un poder electoral reverente.

Internacionalmente no se avizora nadie dispuesto a, como diría un venezolano, «echarle un parao a Chávez». Cualquiera que levante la voz será identificado inmediatamente como el enemigo. Chávez no anda ahora sobrado de enemigos. Uno le daría fortaleza interna. Con Barack Obama como presidente de Estados Unidos se le acaba el discurso contra George Bush. Seguramente, como los hermanos Castro, seguirá zahiriendo al imperialismo. Reamistado con los presidentes Álvaro Uribe, de Colombia, y Alan García, de Perú, y hechas las paces con el rey de España, no le quedan enemigos externo de peso. Y los viejos camaradas [Lula da Silva, Cristina Fernández…] tampoco están dispuestos a abrir la boca, el brasileño porque los amigos de Chávez de Ecuador, Bolivia o Paraguay se han alborotado para no pagarle deudas que considera ilegítimas, y todos escudados en el principio de la no intervención en los asuntos internos de otro país, cuando Venezuela clama por una ingerencia en toda regla, como pedía a gritos Zimbabue desde hace años y solo ahora que ha sobrevenido la terrible crisis humanitaria, económica y política por la obstinación y los caprichos del sátrapa Mugabe, es que Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Europea le exigen que deje el poder.

Francisco R. Figueroa
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